Todo el mundo recuerda la imagen a la que se culpa de la debacle de la carrera del actor, pero no muchos saben cómo se fraguó y por qué.
Saltar el sofá: Comportarse de manera extraña y energética que sugiere que el individuo ha perdido el control sobre sí mismo.Diccionario MacMillan, 2008.Has hablado de ello muchas veces durante los últimos 13 años. Tom Cruise, extasiado por su amor hacia Katie Holmes, se pone de rodillas ante Oprah Winfrey, le agarra las manos zarandeándola y culmina el número prendiendo un castillo pirotécnico al saltar sobre el sofá.Lo que ardió aquel 23 de mayo de 2005 no fueron fuegos artificiales, sino la imagen pública de Tom Cruise. Bajo los cojines de ese sofá se abrió el abismo del chiste, el meme y el estigma: la sociedad occidental llegó a la conclusión de que Tom Cruise está como una regadera de forma colectiva, unánime e irreparable. Pero aquella anécdota, tratada por los medios americanos como un asunto de Estado, fue fruto de la mala información. La información a medias. Las fake news. Y el culpable fue, paradójicamente, un nuevo mundo en el que en teoría tenemos acceso a más información que nunca. El episodio de Tom Cruise saltando sobre el sofá de Oprah Winfrey (no es el de su casa, pero ella se comporta como si lo fuera y nosotros también) es la piedra angular de la cultura pop del siglo XXI, la piedra Rosetta del Hollywood moderno y la primera piedra en la tumba de la última estrella de verdad que nos quedaba. Para comprender su impacto hay que empezar por el principio. Y esta historia empieza, como casi todas las de los grandes hombres, con una mujer.La publicista Pat Kingsley gobernó Hollywood como una dama de hierro durante décadas. Sus dos máximas eran “las estrellas solo quieren sentirse a salvo” y “la publicidad se basa en el control”. Antes de Kingsley, las estrellas dependían de la prensa. Ella se propuso que fuese la prensa quien dependiera de las estrellas. Kingsley era implacable en su objetivo de construir un muro de hormigón pseudotransparente alrededor de sus clientes: en las revistas exigía portada o nada, solo llegaba a acuerdos con canales de televisión si le garantizaban reportajes en varios programas distintos, elegía a dedo al entrevistador, limitaba el tiempo de la entrevista a un par de horas (antes de Kingsley, el periodista pasaba varios días con el actor) cuya grabación debía ser aprobada por ella, repartía acuerdos de confidencialidad en torno a todo lo que ocurriera antes, durante y después de la entrevista, prohibía a los asistentes a las ruedas de prensa vender las declaraciones a una lista de publicaciones que ella consideraba sensacionalistas y reclamaba la destrucción de las cintas de vídeo una vez el programa había sido emitido.Pat Kinsgley puso a la prensa a sus pies. Cuanto más poder adquiría, más estrellas la contrataban (Sandra Bullock, Al Pacino, Meg Ryan, Will Smith, Jodie Foster) y con cada fichaje se volvía más poderosa. Pat Kingsley tenía a Hollywood cogido por todas las partes del cuerpo que se te puedan ocurrir. Pat Kinsgley era exactamente la persona que Tom Cruise necesitaba.
Tras alcanzar la fama con Rebeldes (1981) y Risky Business (1982), Cruise huyó a Europa, donde rodó Legend (1985). Le aterraba exponerse a la opinión pública y a la vez, como defendía su personaje en Días de trueno, prefería “estar muerto que ser un don nadie”. Su estrategia fue perfecta: se concedió una uber-producción (Top Gun) y rentabilizó el bombazo con dramas de prestigio (Nacido el 4 de julio) bajo el ala de bastiones de la cultura y la forma de vida americanas (Paul Newman en El color del dinero, Dustin Hoffman en Rain Man, Jack Nicholson en Algunos hombres buenos, Gene Hackman en La tapadera). En 1987, se casó con Mimi Rogers y no avisó ni a su agente. En 1990, se casó con Nicole Kidman y abordó la segunda etapa de su carrera: afianzado como la mayor estrella del mundo, ahora quería protagonizar una vida familiar. Entonces contrató a Pat Kingsley.Cruise y Kingsley demandaron sistemáticamente a todo medio, nacional o local, americano o europeo, que sugiriese que el actor era homosexual, que vivía atrapado en una secta o que era estéril. Cruise ganó (o alcanzó acuerdos extrajudiciales en) todas sus querellas y donó cada compensación económica a causas benéficas. Era el único actor de Hollywood cuyo nombre, por contrato, aparecía en solitario antes del título de la película. Y cuando decidió rodar su primera película de acción, Misión imposible, la produjo él mismo y seleccionó a un autor para dirigirla (Brian De Palma). Si la prensa quería entrar en el territorio de Cruise, debía someterse a sus leyes.Pero en 2003, durante la gira promocional de El último samurái, Tom Cruise empezó a explicar que la iglesia de la Cienciología le había curado la dislexia. Pat Kingsley le sugirió que se relajase. Tom Cruise la despidió. “Hay mucha gente que ha trabajado para ti y en tu nombre a lo largo de estos años y a los que no conoces” le dijo Kingsley a su ya excliente, “me gustaría que les saludases antes de irte”. Cruise agradeció personalmente su labor a todos los empleados de Kingsley y se marchó. Como reemplazo, contrató Lee Anne De Vette. Su hermana. ¿Qué podía salir mal? Spoiler: todo.
A principios de 2005, Mario Lavandeira Jr contó en su blog personal que cuando la modelo Janice Dickinson visitó las oficinas de E! él le hizo un cumplido sobre sus zapatos y ella exclamó “¿sabes cuántos hombres he tenido que follarme para pagarlos?”. Tras publicar la anécdota, Lavandeira (que tenía 27 años) fue despedido de E! y él decidió abrir su propia web sobre celebridades. Firmaba los artículos como Perez Hilton.Los teléfonos móviles empezaban a incorporar cámaras y Perez Hilton animaba a sus lectores a enviarle fotos y vídeos de los famosos que se encontrasen por la calle. De repente, una imagen de Lindsay Lohan fumando en una parada de taxis era noticia, generaba conversación y atraía millones de clicks. Un contenido que Hilton tardaba cinco minutos en publicar. Este modelo de optimización y rentabilización del tiempo engendró nuevas webs que imitaban la de Perez Hilton y, poco a poco, las publicaciones tradicionales se sintieron atraídas por el nuevo periodismo online y a los lectores les excitaba la idea de sentirse parte del relato. Estos nuevos medios ya no necesitaban la colaboración de las estrellas y, por lo tanto, no tenían que bailarles el agua. Ni siquiera hacía falta que ocurriesen cosas, porque ya se encargarían ellos de crear historias. Y las noticias eran contadas, desmenuzadas y comentadas a tiempo real mientras las revistas de papel todavía estaban esperando la llamada del publicista para recibir la aprobación. El 12 de mayo de 2005, 11 días antes de la visita de Tom Cruise a Oprah Winfrey, la tradicional People (que durante décadas había sido el spa donde las estrellas abrían su corazón) propuso una encuesta para sus lectores. “Tom Cruise y Katie Holmes: ¿amor verdadero o montaje promocional?”.Oprah Winfrey solía hacer cuestionarios a las mujeres que se inscribían para asistir como público a su programa. Aquel 23 de mayo, las 300 asistentes estaban ahí porque habían respondido Tom Cruise a las preguntas “¿cuál es tu actor favorito?”, “¿quién es el hombre de tus sueños?” y “¿cuál es la celebridad que más te interesa?”. Tras presentar a Tom Cruise, la audiencia ruge durante un minuto. Oprah no está contenta. “Esto es demasiado” dice, “sentaos, ¡sentaos!”. Durante los primeros diez minutos, el público, presa de la adrenalina, la cafeína y (conociendo cómo se las gasta la industria farmacéutica americana) otros tipos de -inas, interrumpe la entrevista con alaridos hasta en tres ocasiones distintas. Cruise está abrumado y se pone de rodillas para suplicar que le dejen hablar empujando así a las 300 mujeres a un trance de éxtasis religioso. Cruise repetirá este gesto cinco veces más cada vez que Oprah le acorrale. Al fin y al cabo, ese encanto lleva 20 años sacándole de aprietos. Oprah decide coger la pelota y, tal y como cabría esperar de ella, llevársela hasta la línea de meta.Empieza el contacto físico. Oprah le sacude el pelo y le pregunta si está enamorado de Katie Holmes, la actriz de 26 años que ese mismo mes estrena Batman Begins. ¿Es amor verdadero? ¿Va a casarse con ella? ¿Le ha pedido permiso al padre de ella? ¿Quiere más hijos? Le agarra las manos, le agarra las rodillas y coge su cara para acercarla a la suya: “¿vas a pedirle que se case contigo hoy mismo?”. Cruise esquiva la bala: “eso tendré que hablarlo con ella”. Oprah se recuesta sobre el hoy legendario sofá, decepcionada y exhausta. Cruise entiende que ella ha bajado la guardia por un segundo, pone las manos sobre sus hombros y le ruega que hablen sobre La guerra de los mundos.Pero Oprah tiene otros planes. Decide agradecerle públicamente que asistiese al evento Legends Ball, que homenajeó a mujeres negras históricas como Rosa Parks o Coretta Scott King: “recuerdo girarme hacia ti y verte de pie encima de una silla aplaudiendo, me encantó ese entusiasmo”. Esa anécdota se convierte en una broma recurrente durante la hora que dura el programa hasta el punto de que Tom Cruise, minutos más tarde, recrea el gesto y se sube al sofá. El público estalla y alcanza decibelios no registrados por el ser humano nunca antes. Cruise sonríe, mira a sus fans y vuelve a subirse al sofá. “¿Pero vas a casarte con ella o no?” remata Oprah. “¡Estoy de pie en tu sofá!”, responde él. Punto, set y partido.Aquella entrevista estaba orquestada con la intención de reinstaurar a Tom Cruise como un héroe romántico. Moraleja: cuidado con lo que deseas. Tras dos décadas de ajedrez mediático, calculando cada movimiento para proteger su vida privada, él decidió hacer claqué sobre el tablero. El actor confesó cómo había conocido a Holmes (“quería conocerla, así que la llamé”), sus primeras citas a lomos de una Harley Davidson por las playas de California y sus consejos para cortejar a las mujeres (“soy un romántico, me gusta tratar a mi mujer como se merece”). Al final de la entrevista, corrió a los pasillos del estudio para presentar oficialmente a su chica a medio camino entre un trofeo, una coronación y una virgen expuesta para su sacrificio. “Recuerdo que hace años contaste en la revista Seventeen que tu sueño infantil era casarte con Tom Cruise” concluyó Oprah anulándola por completo y recordándonos la diferencia de edad de 16 años. “Me alegro de haber tenido sueños tan grandes” se despidió Holmes.Exactamente un mes antes de la emisión de la entrevista, el 23 de abril de 2005, la plataforma de vídeos en streaming YouTube publicó su primer vídeo. Me At The Zoo mostraba al co-fundador de YouTube, Jawed Karim, visitando un zoológico. Hasta entonces, compartir un vídeo resultaba una yinkana virtual: había que cargarlo a una velocidad lánguida, el usuario se exponía a recibir virus y la web que lo alojaba requería un enorme ancho de banda. YouTube cambió el consumo de vídeos en internet al permitir verlos sobre la marcha y los blogs podían compartirlo dentro de sus textos sin que el lector abandonase la página.La entrevista con Oprah duró una hora. Los blogs compartieron un segmento de cuatro minutos. La web Tvgasm lo redujo a 69 segundos. El blog Waxy editó el momento en el que Cruise agarra las manos de Oprah (gesto que repitió tres veces) y añadió rayos sacados de la otra sensación pop de mayo de 2005, La venganza de los Sith, que hacían parecer que la presentadora estaba sufriendo descargas eléctricas. El título era “Tom Cruise mata a Oprah”. Duraba 15 segundos. Y es probable que sea el momento de la entrevista que más veces has visto.
Cuando Tom Cruise salió del estudio de Oprah nadie sabía lo que era YouTube. Todos los que habían presenciado el esperpento estaban seguros de que se quedaría allí, anclado en el tiempo y en la memoria difusa de los telespectadores. “Viralidad” era un término médico. “Meme” servía para explicar la réplica por imitación de movimientos culturales como la religión, la arquitectura o los prejuicios. Y “Tom Cruise” era una estrella admirada, deseada, misteriosa. En cuestión de semanas, perdió las tres cosas porque su imagen encima del sofá de Oprah (la posteridad ha decidido que Cruise saltó sobre ese sofá, aunque solo se subiera dos veces) le arrebató lo que le había convertido en un mito del cine: que el público quisiera ser él, casarse con él o identificarse con él.La campaña promocional de La guerra de los mundos continuó y la actitud de Cruise no ayudó. Entraba en las alfombras rojas conduciendo una moto en la que llevaba a Katie Holmes como paquete. Ella se quedaba ahí parada mientras él pasaba horas saludando a sus fans (su entrega en este tipo de eventos es incomparable) e interrumpiendo el baño de multitudes para agarrarla por la cintura, inclinarla hacia atrás y besarla en los labios. Cuando le preguntaban qué le gustaba de las mujeres, respondía “huelen bien, son guapas, me encantan las mujeres, me encantan”. Durante las entrevistas, Holmes interrumpía sencillamente para decirle que le quería. Cuando ella estaba promocionando Batman Begins, recibió una caja con un collar de diamantes de Chanel, regalo que ella recibió gritando “¡es mi hombre! ¡es mi hombre” mientras saltaba en el sofá imitando el ya popular exabrupto (hasta ella creía que Cruise saltó sobre el sofá), la chica que le estaba haciendo las uñas exclamaba “¡este es tu momento!” y el periodista de la revista W le recordaba “hablando de lo cual, tenemos que hacer la sesión de fotos”. “Hablando de lo cual” respondió Holmes, “le amo”.En junio, mientras Steven Spielberg farfullaba en contra de que la publicidad de su última película se hubiera convertido en Lo que necesitas es amor, Tom Cruise le pidió en matrimonio a Katie Holmes. Y lo hizo de la única manera que cabía esperar de esta exaltación heterosexual del romanticismo: en lo más alto de la torre Eiffel. A continuación concedieron una rueda de prensa.Incluso medios tan sobrios como el New York Times analizaban la debacle mediante columnas de opinión en las que definían el fenómeno como la culminación de la subversión y desestabilización de la realidad que inició Orson Welles en 1938 cuando leyó La guerra de los mundos por la radio y toda la nación entró en pánico porque se creyeron la invasión alienígena. “Pero el romance entre Cruise y Holmes” concluía el editorial, “está resultando menos creíble para los americanos en 2005 que la invasión de marcianos en 1938”.Cuando Tom Cruise fue entrevistado por Matt Lauer en The Today Show, reconoció que solo se casaría con Holmes tras aclarar su punto de vista respecto al uso de antidepresivos. La Cienciología se opone a la psiquiatría y Cruise puso como ejemplo de negligencia a Brooke Shields, quien había defendido el consumo de Paxil para superar su depresión postparto. “Tú no conoces la historia de la psiquiatría, Matt” zanjó el actor, “Yo sí”. Pat Kingsley jamás habría permitido que esa entrevista llegase a los espectadores, pero cuando la hermana/publicista de Cruise informó al productor de que ese segmento no se iba a emitir, él se rió en su cara. “Estará listo para lanzarse como avance en unos 30 minutos y va a emitirse en bucle para que todo el mundo sintonice el programa mañana”, le aclaró.El público se mostraba insaciable ante el bufet libre de contenido que internet ofrecía. Perez Hilton bautizó la relación de Brad Pitt y Angelina Jolie (“Brangelina”) cuando todavía no estaba confirmada. Este nuevo sistema de telerrealidad, dos años antes de que las Kardashian reclamasen el control sobre su propia vida privada como producto para las masas, pilló desprevenidos a Ben Affleck y Jennifer Lopez (“Bennifer”), a Britney Spears y a los publicistas de Hollywood cuyo báculo de poder era ahora de juguete. Para promocionar Señor y señora Smith, Brad Pitt se llevó a Diane Sawyer a Etiopía para visitar niños enfermos y evadir las preguntas sobre su infidelidad a Jennifer Aniston mediante la siempre entrañable y a menudo efectiva demagogia: “no entiendo que el mundo se preocupe tanto de mi intimidad cuando hay niños pasando hambre”. No le funcionó. Como alertaba Gawker, “los famosos ya no pueden permitirse terminar la jornada, su existencia es un trabajo a tiempo completo y su trabajo es su existencia”.Un año después del incidente del sofá, Paramount disolvió su contrato con Tom Cruise tras 14 años de colaboración. La guerra de los mundos no se vio perjudicada por su tocada aunque no hundida imagen pública (fue el mayor éxito de su carrera), pero Misión imposible III recaudó menos que sus dos predecesoras. En un movimiento inédito en la industria, Paramount emitió un semihumillante comunicado aclarando que “esta decisión no tiene nada que ver con sus habilidades interpretativas, es un actor fantástico, pero consideramos que alguien que efectúa suicidios creativos no debería formar parte del equipo”. Las últimas cuatro películas que Cruise hizo con Paramount generaron el 32% de los ingresos totales de la compañía.Las narrativas no necesitan ser reales para forjarse, basta con que lo parezcan. Steven Spielberg no volvió a trabajar con Cruise. El personaje de Katie Holmes en Batman Begins fue interpretado por otra actriz (Maggie Gyllenhaal) en la secuela, El caballero oscuro. Y el reencuentro entre el actor y Oprah Winfrey, en 2008, no tenía ninguna película que promocionar: Cruise estaba promocionando su cordura. Esta vez él jugaba en casa, un rancho de Telluride (Colorado), y la presentadora abrió con un servicio suave: “Ahora soy yo quien está en tu sofá”. Cruise desplegó la sonrisa que un día había enamorado al planeta entero: “Y ahora estamos sentados”.Hoy ya no existen estrellas como las de antes, porque ningún actor de Hollywood quiere ser una estrella. Las entrevistas son calculadas hasta la última coma para parecer espontáneas y son utilizadas como armas publicitarias que incluso trascienden el supuesto producto promocionado: millones de personas han visto a Jennifer Lawrence entrevistar a Kim Kardashian, someterse a un polígrafo o dscribiéndole a Ellen su alter ego borracho a quien ella llama Gail, pero nadie ha ido a ver las películas que estaba intentando vender (madre! y Gorrión rojo).Tom Cruise, a los 55 años, se resiste a retirarse. Desde su divorcio de Katie Holmes en 2012 no se le han conocido más relaciones y sus parejas en pantalla ya no son mayores que él como en los inicios de su carrera (Rebecca de Mornay en Risky Business, Mary Elizabeth Mastrantonio en El color del dinero, Kelly McGillis en Top Gun) sino desconocidas 20 años más jóvenes que él (Annabelle Wallis en La momia, Rebecca Ferguson en Misión imposible: protocolo fantasma, Andrea Riseborough y Olga Kurylenko en Oblivion). La percepción extendida de que el antaño infalible actor se había vuelto veneno para la taquilla (Leones por corderos, que según el New York Times “ingresó cadáver en la cartelera”, Noche y día, Valkyria) le ha llevado a agazaparse detrás de la saga Misión imposible (la cuarta y quinta entregas han batido sendos récords de taquilla en su filmografía) y en sucedáneos de sí mismo. En esos vehículos de acción a su servicio, Tom Cruise interpreta una y otra vez el mismo personaje, quizá para convencernos de que él es así o para convencerse a sí mismo de que lo es: en todas ellas, interpreta a un hombre que tiene un control total sobre su destino.Fuente: revistavanityfair.es=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas