Nació el 29 de julio de 1905 en la más extrema pobreza y acabó siendo la actriz mejor pagada de Hollywood, pero la misma industria que la había creado, la destruyó.
Alexa Chung, Olivia Palermo, Gigi Hadid… Muchas mujeres han visto su nombre asociado a la expresión it girl, pero en 1927 sólo existía una, la mujer para la que se acuñó el término: Clara Bow, una niña que pasó de mendigar en las calles de Brooklyn a convertirse en la actriz mejor pagada de Hollywood.Bow se crio en la pobreza extrema, su madre, Sarah, drogadicta y esquizofrénica, ni siquiera se molestó en solicitar su partida de nacimiento porque sus dos hijos anteriores habían nacido muertos y no pensó que hubiese esperanza para ella. Años después intentó asesinar a su hija dos veces: la primera, degollándola mientras dormía; la segunda, amenazándola en medio de la calle con un cuchillo de cocina.Su padre Robert, alcohólico y violento, las maltrataba a ambas e incluso llegó a violar a Clara cuando tenía quince años. Pero ella nunca lo abandonó. Cuando ganó suficiente dinero se lo llevó a vivir con ella a Los Ángeles y le ayudó a financiar diversos negocios, él se lo pagó difamándola ante la prensa y engatusando a jovencitas valiéndose de su parentesco.Su infancia fue devastadora, pero al contrario que otras estrellas nunca intentó ocultar el barro del que había surgido: «Nadie me quería. Siempre estaba sola y asustada. Nunca tuve una muñeca en mi vida. Nunca tuve ropa, y muchas veces no tuve nada para comer. Simplemente sobrevivíamos, y eso es todo. Las niñas me evitaban porque estaba muy mal vestida. Decidí que las chicas no eran tan buenas y probé suerte con los niños del vecindario. Me convertí en una marimacho: jugué al béisbol, al fútbol y aprendí a boxear.»Pero Clara tenía aspiraciones, sabía que había una vida mejor fuera de aquel rincón de Brooklyn y sin nada que perder envió unas fotos al concurso The Fame and Fortune Contest. A pesar de ganar el premio, aparecer en una película, su papel fue cortado por tener un aspecto «demasiado andrógino». Daba igual, ya había despertado la curiosidad de la industria y eso la llevó a Hollywood. Aunque en la década de los veinte no era un logro demasiado especial, cada año miles de jóvenes emigraban a la tierra californiana de promisión huyendo de la pobreza, llegaban, pululaban por los rodajes y se desvanecían a los pocos meses. Clara, sin embargo tenía algo especial, tenía ‘eso”, aunque ni siquiera lo sabía.El poderoso productor B.P. Schulberg, padre del legendario guionista Budd Schulberg, puso sus ojos en ella y en un par de años Clara ya era una de las actrices más prolíficas de la industria. Ella le proporcionó los mayores éxitos de su carrera y él la explotó sexual y laboralmente, al igual que había hecho y haría con decenas de actrices más porque, desgraciadamente, Weinstein no inventó el acoso a las mujeres del cine.Sus profundos ojos oscuros encandilaban a la cámara, sus mohines enloquecían al público; los guiones, todos idénticos, predecibles y gazmoños, daban igual. Clara tenía un magnetismo que derretía la pantalla y encadenaba éxito tras éxito: Días de colegial, Radiante juventud, Flor de capricho… Las chicas imitaban su forma de pintarse los labios en forma de corazón y le llamaban “hacerse un Clara Bow”, los hombres estaban enamorados de ella y recibía 45.000 cartas de admiradores al día. Parecía que la chica de Brooklyn ya no podía volar más alto y entonces llegó It.
El escritor británico Rudyard Kipling había acuñado el término en su novela Mrs. Bathurst «No es la belleza, por decirlo así, ni buena charla, necesariamente. Es sólo ‘eso'». Fue la escritora Elinor Glyn, mucho más mediocre, aunque toda una celebridad en la época, la que le dio el significado actual en un artículo: “’eso’, es el magnetismo irresistible y cautivador que subyuga a ambos sexos y que abarca algo que va más allá de la mera beldad física.” Y Glyn consideraba que Bow era la mejor representante de ese ‘eso’. Inmediatamente Paramount puso 50.000 dóláres en sus manos a cambio de un guion que le dejase claro a América quién era la única y verdadera chica it.El éxito de la película tomó a todo el mundo por sorpresa. La cara de Bow cubrió el país de costa a costa y su nombre se convirtió en sinónimo de todo lo sexy y efervescente, ella era it, era una flapper, una de esas miles de jóvenes ebrias de modernidad que habían dicho adiós a los corsés y correteaban por la Quinta Avenida con sus cortes de pelo bob, vestidos cortos y cigarrillos con boquilla, era el jazz hecho carne, era la imagen de la década.La mejor cronista americana de su tiempo, Dorothy Parker, dijo de ella “Eso, ese extraño magnetismo que atrae a ambos sexos… Descaradamente, con autoconfianza, indiferente al efecto que produce. Eso, demonios. Ella lo tenía” y Scott Fitzgerald, el hombre que definió los años 20 en novelas como El gran Gatsby o Hermosos y malditos, dijo de Bow “es la quintaesencia de lo que el término flapper significa en definitiva: bonita, insolente, magníficamente segura de sí misma, con tanto mundo y tan ligera de ropa como es posible”. Y algo sabría el escritor del tema, ya que él mismo había inventado a las flapper a imagen y semejanza de su esposa Zelda.Pero Bow no estaba “magníficamente segura de sí misma”.Porque en el fondo, seguía siendo la niña con la que nadie quería jugar. Fuera de la pantalla no se mezclaba con el resto de las estrellas, prefería pasarse las noches jugando al póker con el servicio y no tenía ningún interés por los lujos de Hollywood, más allá de excentricidades como pasearse por Sunset Bulevard en un Packard rojo, a juego con su cabello y el de sus mascotas.Si 1927 la había convertido en la estrella más grande que Hollywood había conocido, dos años después sería la protagonista de Alas, la primera película ganadora de un Oscar. Todo parecía estar a favor de Bow, excepto el progreso. A la vuelta de la esquina, el cine sonoro mostraba sus fauces a los actores menos dotados. La fotogenia ya no sería la mayor virtud de una estrella, los mohines que habían enamorado a una generación de norteamericanos se mostraban ahora inocuos frente al fuerte acento de Brooklyn de Bow.Podría no haber sido un problema, ella solía interpretar a chicas humildes no a aristócratas ni mujeres fatales, pero ayudó a minar su confianza y generó dudas en una industria que la rechazaba, que nunca la había considerado una de ellos.Clara no era una santa, ni tenía por qué serlo, era una mujer soltera, triunfadora, joven y tan natural y picante en la pantalla como fuera de ella. A pesar de que una de sus frases más célebres es la citadísima «Cuanto más conozco a los hombres más amo a mi perro», disfrutaba enormemente de la compañía masculina y no sentía la necesidad de esconder sus aventuras, esas que los productores y los incipientes agentes de prensa se esforzaban por ocultar. Paramount, alarmado por su estilo de vida desinhibido, le ofreció un bonus de medio millón de dólares si “se portaba como una dama en público y procuraba no salir en los tabloides”. Ni siquiera lo intentó.El número de sus amantes es incontable: Bela Lugosi, el legendario Drácula que tuvo toda su vida una foto de Clara, desnuda, presidiendo su habitación; el galán del cine mudo John Gilbert; un jovencísimo Gary Cooper; el director Victor Fleming a quien siempre consideró su gran amor… La lista es interminable. El problema es que en ella figuraba también el reputado doctor William Earl Pearson al que su esposa llevó a los tribunales por adulterio, lo que obligó a Clara a declarar en un juzgado.
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Y como los problemas nunca llegan solos poco después se vería involucrada en otro durísimo juicio, esta vez contra su secretaria y amiga Daisy DeVoe a la que el entorno de Bow había acusado de robo y malversación y en el que saldrían a relucir todas las intimidades de la estrella. Algunas reales, como sus amoríos con medio Hollywood, y otras inventadas.El diario sensacionalista Coast Reporter publicó una serie de reportajes en los que además de detallar su lista de amantes aseguraba que Bow era aficionada a mantener sexo en público, participaba en tríos con prostitutas mexicanas, se acostaba con mujeres, y hasta practicaba el bestialismo con sus mascotas, un Gran Danes y un koala. El público se lo creyó todo, sí, hasta lo del koala, después de todo lo decían los periódicos. Las fake news no son un fenómeno moderno. Cada historia era más excesiva que la anterior, el rumor de que durante una noche se había acostado con todo el equipo de fútbol de la Universidad del Sur de California la persiguió toda la vida e incluso mereció un capítulo de esa oda al libelo que es el Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, El eclipse de Clara Bow.Incapaz de superar el acoso de la prensa y desgastada por la traición de DeVoe y por una caterva de familiares que habían surgido de la nada para intentar rascar algo de su fortuna a base de pequeños chantajes, Bow sufrió un colapso nervioso en 1931. Paramount, la productora más asolada por los escándalos (el juicio por violación de Fatty Arbuckle, el asesinato del director William Desmond Taylor, la muerte por sobredosis de las estrellas Wallace Reid y Jeanne Eagels…) puso fin a su contrato. El código Hays acechaba y la delicada situación mental de Bow la hacía incontrolable incluso para la maquinaria que la productora había desplegado para controlar a sus díscolas estrellas. La niña de Brooklyn ya estaba amortizada.Apartada de las grandes producciones, el público no tardó en darle la espalda. Sus compañeros tampoco iban a llorarla, no la habían querido nunca. Incluso cuando era la actriz más taquillera la repudiaban: “¡es de Brooklyn, no sabemos lo que puede hacer!, exclamaba Eddie Sutherland, el adinerado esposo de la también actriz, Louise Brooks, cuando esta le sugería que la invitasen a sus fiestas. Más de la mitad de los habitantes de Hollywood habían surgido de la más desoladora miseria y el acento y la actitud de Bow, tan natural y desprejuiciada, se lo recordaba constantemente. Ocultar a Bow era ocultar el capítulo de sus biografías que más les avergonzaba.El tiempo de las flappers se acababa, llegaban las vampiresas y las mujeres misteriosas con acentos ignotos, Bow caía en el olvido y Hollywood abría sus puertas para Jean Harlow, Mae West, Garbo y Dietrich.A los 28 años se retiró, había rodado 57 películas. Schulberg la amenazó e intentó retenerla, pero ella fue firme: «Adelante, Ben, demándame. He peleado contra una ladrona y un chantajista y, si después de tales dolores de cabeza me veo obligado a luchar contigo y con el estudio, que así sea».Alejada de los focos se casó con el actor Rex Bell, célebre por sus papeles de vaquero, y tuvo dos hijos. Pero los problemas mentales arreciaron. Intentó suicidarse en 1949 y, víctima de una depresión severa, ingresó en una institución mental donde fue tratada con electroshock y diagnosticada de esquizofrenia, la misma enfermedad que se había llevado a su madre cuando Clara todavía era una adolescente. La misma que había provocado que intentase asesinarla.Su marido Rex murió en 1962, ella falleció tres años después, a los 60 años. Una de sus últimas declaraciones fue acerca suicidio de Marylin Monroe: «Ser un símbolo sexual es una carga pesada para llevar cuando uno está cansado, herido y desconcertado». Ella lo sabía mejor que nadie.Fuente: revistavanityfair.es