Hoy hubiera cumplido 101 años Betty Ford, la primera dama de EE.UU. que llevó la normalidad a la Casa Blanca y confesó al mundo que tenía un problema de adicción.


Aunque, como es habitual, fue en los malos momentos cuando Betty Ford acabó de llegar al corazón de los ciudadanos americanos.
Al poco de llegar a la Casa Blanca se le diagnosticó un cáncer de pecho y tuvo que someterse a una mastectomía. “La primera vez que bajé las escaleras para una recepción formal sabía que todos pensaban “¿En qué pecho dijo que había sido?”, declararía años después. Pero su decisión de hablar abiertamente de ello galvanizó a la sociedad, hizo entender a muchas otras mujeres afectadas por la enfermedad que no había motivo para avergonzarse de ello en un momento en el que este tipo de cosas se llevaban casi en secreto y, más importante todavía, el hincapié que hizo en la importancia de la autoexploración y los exámenes médicos ayudó a concienciar a muchas mujeres y, a la postre, acabaría salvando miles de vidas. Fue un terremoto parecido al que ocasionaría en nuestros días Angelina Jolie hablando sobre su doble mastectomía, pero en un tiempo en el que la palabra cáncer no se pronunciaba en público y ninguna figura famosa reconocía tener la enfermedad.
Su presencia en la historia americana no se diluyó tras dejar la Casa Blanca. Más bien, entonces empezó el que se considera su legado más importante. En 1978 su hija Susan dirigió una “intervención” en la que toda la familia y algunos médicos hicieron ver a Betty la realidad: que era alcohólica y adicta a los analgésicos desde que había empezado a usarlos para paliar sus dolores de espalda. Se sometió a terapia y no lo ocultó, porque no quería que la gente pensase que el cáncer había regresado. De nuevo, su honradez al hablar de sus problemas resultaba revolucionaria e inspiradora: una mujer de aparente éxito, bien posicionada, con una vida feliz, reconocía ser alcohólica y adicta y estaba dispuesta a enfrentarse a ello.
Fuente: revistavanityfair.es