Vecinos de la casa presidencial: bajo el teleférico y el helicóptero


La Paz. Cristián y Gustavo son dos hombres que viven en situación de calle detrás de la casa presidencial con la única compañía de su mascota Peluchín, un perro chapi.

 

Cristian Delgado Callejas, boliviano, de 55 años, nacido en Huanuni, y Gustavo Fabián Ulloa, de 49 años argentino, nacido en Buenos Aires,  y la mascota de ambos, Peluchín, comparten su situación de calle y de vecinos muy próximos a la casa más importante de los bolivianos, la casa presidencial de San Jorge de La Paz, al inicio de la zona Sur de La Paz.Es domingo y el sol caliente de mediodía cala después de las lloviznas de los días anteriores, generando, entre el vapor de humedad y el humo que hay en el lugar, un ambiente lóbrego que rompe la aparente monotonía  de este sector paceño.Allí, al costado de la avenida de descenso a la zona de Obrajes, casi al pie de una de las torres del teleférico Azul, y rodeados por la única muralla que se levanta con cartones y bidones de desecho, se advierte la presencia de dos amigos, dos varones. El lugar también se lo conoce como el carril de bajada de San Jorge que lleva a la avenida Del Libertador, justo antes de llegar a  la Gruta de la Virgen de Lourdes; un espacio que marca el entronque entre la zona central de La Paz y el inicio de la zona Sur.El humo sale de un improvisado fogón alimentado con palos y papeles que muestra la crudeza de sobrevivir en situación de calle, una realidad diametralmente contraria a la apacible área verde que se ve a simple vista. Junto al fuego hay unas latas de leche de distinto tamaño, son ollas  y están tiznadas por el humo, así como las manos de estos ya antiguos vecinos de San Jorge. No hay platos ni cubiertos para servirse  ni para llevarse a la boca lo que preparan; pero eso sí, son cuidadosos con la limpieza del lugar donde preparan  su alimento.Así pasan la vida y con una sonrisa estos dos amigos, Cristian y Gustavo, quienes se acompañan viviendo en situación precaria  hace más de 13 años.Su realidad compartida es encontrarse sin familia, sin techo y sin cama, pero sí nutrirse de la presencia de uno y del otro. Ambos alegres con su mascota, un lanudo perro que alguna vez fue blanco, el chapi Peluchín, que se les unió hace más de un año.



Cristian Delgado y Gustavo Ulloa  con su mascota Peluchín.

La sonrisa está  en sus  rostros. Uno, sin detenerse a conversar con ellos, se animaría a pensar que estos hombres deberían tener un semblante triste por su situación, y que, incluso, podrían ser de actitud hostil, huraña o reservada. Pues no es así, Cristian, el que comanda la palabra, con casco de plástico amarillo sobre la cabeza, relata que llegó a vivir bajo el puente de la Gruta de Lourdes desde el año 1999. Tuvo que dejar el primer sitio donde se instaló debido a las obras de construcción de la ruta del teleférico Azul, del que es su directo vecino móvil,  con el que no puede entrar en contacto, sino apenas ser visto.Cristian señala que él y su compañero, Gustavo, son tranquilos. “A mí no me gusta dañar, tampoco ser dañado por nadie”, remarca. “Igual Gustavo. No es alguien a quien le guste hacer líos o daño. Él se ocupa de vender la ropita vieja que se nos regala”, añade.

“Soy cocinero, me basta ahora con vender estampitas de la Virgen de Guadalupe y de otras cosas”, continúa Cristian. “Pero yo tengo un sueño, porque escribo, un día voy a publicar un libro y ya he pedido a un amigo que me dibuje lo que será la tapa de lo que he escrito”, prosigue el hombre.Cuando se le pregunta sobre su pasado, dice que lo vivió en la mina. “Y este mi amigo barbudo ha venido de Buenos Aires, y desde hace cuatro años está conmigo”, dice, al mirar a su amigo de vida.Gustavo, con un inconfundible acento extranjero,  cuenta: “Aquí nos hemos conocido y aquí no hay nadie más que nosotros, y estamos aquí por la situación de vida que cada uno ha pasado. En mi caso vivo así desde que murió mi hijo, mientras que Cristian ha enfrentado otras  situaciones de familia”.

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La cocina  improvisada  al lado de la calle.

“Desde que empezó la construcción del teleférico Azul, hace unos años, estoy aquí, y Cristian vivía en este sitio desde 1999, pero más al lado del río. Ahora aquí estamos porque hemos tenido que retirarnos del lugar en que antes nadie nos veía. A nosotros nadie nos apoya, sólo ocasionalmente tenemos la caridad de algunos que nos conocen. Ojalá nos pudieran conocer  y ayudarnos. Ahora que va a venir el tiempo de frío vamos a necesitar camas, como ustedes dicen; frazadas, como decimos en Argentina. A nosotros todo nos hace bien, todo lo que puedan es bienvenido porque nos sirve”, afirma el extranjero.

Su compañero de vida, Cristian, toma la palabra y dice: “Si me dijeran qué más deseo, yo les pediría que me dejen construir aquí, en la curva, un quiosco. Para eso necesito materiales de construcción  y yo mismo me lo haría… porque yo soy cocinero y sé hacer comida y vendería sándwiches, hamburguesas y refrescos. Yo puedo hacer las cosas por mí mismo para rehacer mi vida, yo sólo necesito tener un quiosquito”.

Cristian piensa  escribir un libro.

“A Peluchín lo sacamos a pasear y tiene hasta su correa, le gusta jugar y no hace daño a nadie. Nosotros somos de la calle, pero no somos como los que viven en su vuelo, esos que usan thinner. Nosotros, los dos, somos operados y nos cuidamos”, añade Gustavo mientras abraza al perrito chapi.

“Sólo necesitamos que nos conozcan, no les hacemos daño, y nos gusta conversar. Estamos en esta situación pero nos damos cuenta de que tenemos muchas cosas que contarles, para que se cuiden, para que ustedes también vivan bien  y tengan esperanza para seguir viviendo”, aña Cristian antes de despedirse. Su compañero Gustavo agarra una de las patas de Peluchín y la mueve, como señal de despedida. Inmediatamente el hombre  recompensa  con otro abrazo a su peludo amigo de la calle.Página Siete / José Luis Aguirre Alvis /  La Paz