Al misionero le toca interpretar al boxeador desde adolescente y hasta los treinta y pico. Una sólida composición y varios desafíos.

Un misionero que brilla en pantalla. Mauricio Paniagua, de Puerto Iguazú al mundo, en la piel de un santafesino.
La semilla, la raíz, el preámbulo. A Mauricio Paniagua lo eligieron para pichón de monstruo. Más que el Carlos Monzón pre-campeón, más que el embrión de paladín, su personaje en la serie que emite Space parece venir a mostrarnos la construcción. Un adolescente en estado casi salvaje que se vale más de la lanza que de la palabra. Tendremos que dilucidar con el correr de los capítulos si el asesino posterior se edifica ya en esa etapa.

(Foto: Alfredo Martínez).Jorge Román «revive» al Monzón adulto. A Paniagua en cambio, lo vemos en el arco dramático que va desde los 16 años hasta los treinta y pico. Nos ofrece «leer» al santafesino del barrio Barranquitas, que se defiende con las herramientas que puede tras haber abandonado la escuela en tercer grado. Un antecesor de ese que protagonizaría la portada de Le Monde con un titular terrible, desafortunado, impensado tras el estrangulamiento a Alicia Muñiz: «El primer nocaut de Monzón».
Mientras la sangre garabatea algunos de los escalones del chalet marplatense donde Monzón asesina a su esposa en 1988, la historia nos ofrece saltos para atrás, y ahí vemos en acción a un Carlos tarzanesco, al que entrenan en el arte de disparar a las víboras. Le enseñan a mantener el aire y la calma, a no arrebatarse y a no malgastar tiros. «Te voy a enseñar cómo tira un hombre», le advierten. De eso se trata el rol de Paniagua: evidenciar cómo se «fabrica» a un macho violento. La rudeza. Lo «femenino» y lo «masculino» como dos orillas bien delimitadas.
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Paniagua va ganándose los aplausos con el correr de los episodios, pero lo que es mejor: ayuda a reconstruir a un personaje al que su generación descubre más allá de lo deportivo. Él es el que nos muestra la transición del individuo que maneja endemoniadamente los guantes hasta aquel otro, autor del horror sin guantes. Tal vez para su interpretación, el muchacho corra con ventaja: como testigo social del grito de #NiUnaMenos carga de otro sentido a su futura bestia.Fuente: www.clarin.com