José Luis Bolivar
“Luego de una evaluación de la coyuntura, he tomado la decisión, primero de desactivar el Sistema de Inteligencia Nacional y en segundo lugar de convocar, en el inmediato plazo posible, a elecciones generales, medida esta última, que espero sea acogida y entendida en su real contexto, por los organismos competentes. En estas elecciones generales, demás está decirlo, no participará quien habla.”Eran las palabras de un atribulado Alberto Fujimori, la noche del 16 de septiembre del año 2000, 48 horas después del terremoto que había hecho temblar a todo Perú, provocado por la difusión del vídeo en el que el “Rasputín” peruano Vladimiro Montesinos, sobornaba con 15.000 dólares al recientemente electo congresista Alberto Kouri Bumachar.Todo lo construido y logrado durante los últimos 10 años, que lo transformaron en uno de los mejores presidentes de la historia del Perú, se caía a pedazos y marcaba el final de una exitosa carrera política, pero que no supo entender que a la fuerza, ni los zapatos entran.“El Chino” como le decían en el país del Rimac, fue un “outsider” de la política peruana, que se hizo cargo de la presidencia en 1990, durante la época más lúgubre y convulsionada de su historia.Desde 1980, al mando de Abimael Guzmán, el grupo subversivo Sendero Luminoso, desde las sierras de Ayacucho había llegado a todos los confines del Perú y en los últimos años hizo de Lima su cuartel general; provocando una zozobra y angustia social a base de atentados y asesinatos selectivos que destrozaron la moral de la población.Decepcionados por la incapacidad de Alan García y las enormes denuncias de corrupción, Alberto Fujimori llegó a la silla presidencial rodeado de gran esperanza y con promesas de un cambio de timón en la manera de conducir al Estado. Y vaya que cambió todo, al darse cuenta que el Congreso tenía infiltrados del senderismo que impedían todas sus reformas, optó por un autogolpe que le permitió tener mayor control político y militar, de manera que su combate a la guerrilla fue más efectivo.El júbilo del pueblo fue resultado de la Operación Victoria, que culminó la madrugada del sábado 12 de septiembre, cuando un Comando Policial del GEIN capturó en una casa del Distrito de Surquillo al líder de la organización delictuosa. La popularidad de Fujimori subió a los cielos acompañada de enormes éxitos en lo económico, todo ello auguró para él, una fácil reelección para su segundo periodo.La ganó por 64% frente a los 22% de su más próximo rival, Javier Pérez de Cuellar y aunque este segundo mandato se caracterizó por problemas de orden económico y corrupción, en el peor momento Fujimori tuvo una nueva oportunidad de ser el héroe de la película. Néstor Cerpa Cartolini, líder militar del MRTA, tomó por asalto la embajada del Japón en Lima, la noche del 17 de diciembre de 1996.La tensa crisis duró 4 meses, hasta la tarde del 22 de abril de 1997, momento en que la Operación Chavín de Huantar, liberó a 72 rehenes con tan solo una baja en los libertados, 2 de los comandos y el fallecimiento de los 14 terroristas.Fujimori nuevamente se bañó de gloria y pensó que eso le alcanzaría de sobra para buscar una tercera reelección, misma que rompía el orden legal de su propia Constitución que él mismo había reformado en 1993. Argucias jurídicas de por medio, se habilitó contra corriente, y fue a justas electorales con Alejandro Toledo, a quien derrotó por estrecho margen en primera vuelta y por 74% frente a un 26% en segunda ronda.Su débil gobernabilidad forzó a que comprase el pase de casi 20 congresistas, quienes coima de por medio se pasaron cínicamente de bando y cuando se conocieron los “vladivideos”, el escándalo fue tan grande, que al Chino no le quedó otra que perseguir policialmente a su más íntimo colaborador y acabar renunciando por Fax; después de una penosa fuga rumbo al Japón donde buscó asilo amparado en su doble ciudadanía.Fujimori entró por la puerta grande, y tomó medidas durísimas que la coyuntura necesitaba, tuvo que violar derechos humanos básicos en pos de la paz social y de paso, estabilizó la economía y le dio a Perú su década dorada de crecimiento y expansión.Pero cometió un error, se enamoró y fue seducido por el poder, lo conquistó de tal manera, que le hizo hasta olvidar el amor que sentía por su esposa, transformándola en su enemiga.Cuando le tocó retirarse por la puerta grande con todos los honores merecidos, optó por conservar el cetro gubernamental y tiró por la borda todo lo construido durante toda una década.Hoy preso y enfermo, no es capaz siquiera de conmover a sus detractores, en quienes el odio sembrado los hace inmunes a su aspecto y penurias, pues hasta ahora no aceptan indultarlo para que descanse tranquilo su vejez.Durante los primeros años de gobierno de Evo Morales, mis largas y a veces dolorosas discusiones con mi desaparecida madre, no encontraban concordia a la hora de hacerle entender que no había manera de derrocar o forzar la salida del nuevo presidente de Bolivia.La esperanza de mi progenitora de que un militar “de pantalones” no permita que haga lo que quiera, era lastimosamente desahuciada por mis aclaraciones de que aquello ya no podía acontecer y que el apoyo con el que contaba desde la sociedad civil, lo hacía imbatible en esos momentos.Cuando se conocieron los resultados del Referéndum Revocatorio del 2007 que le daban una victoria del 67.41%, no le quedó otra que entender mi punto de vista y resignarse, aunque como si fuera un pitoniso, tratando de consolarla un poco, le dije que Evo Morales sí saldría del gobierno, pero no por la vía democrática, sino como Sánchez de Lozada o como Alberto Fujimori, ambos víctimas de su angurria de poder y su poca o ninguna lectura de la realidad.La derrota del Si en febrero del 2016 debió haberle abierto los ojos a Morales y su séquito respecto a lo que sentía el pueblo por su gobierno. Le reconocieron todos sus logros y algunos hasta le perdonaron errores y delitos de los más diversos cometidos en los últimos 12 años. Es más, a la fecha, siento que el pueblo en general le ha llegado a perdonar hasta la amarguísima derrota en La Haya, y muchos prefieren hacerse de la vista gorda con hechos de corrupción, endilgando los delitos a sus adláteres y manteniendo la imagen de él, nívea e impoluta.Pero como todo tiene un límite, en estas últimas elecciones, más del 52% de la gente, dividido en diferentes opciones, le volvió a decir al dignatario que prefería a otro antes que a él.Sin embargo, Morales es incapaz de oír, ver o leer la decisión de la gente; se ha metido en una burbuja que además lo vuelve déspota y soberbio. Las burlas e insultos en su última conferencia de prensa y discurso frente a sus partidarios, lo muestran en un altar tan alto, que aparenta ser intocable, inalcanzable.En las últimas horas, mientras conversaba con unos jóvenes universitarios en mi punto de bloqueo, abrían enormes sus ojos cuando les contaba cómo se luchaba contra las dictaduras militares, llegando después de muchas anécdotas a decirles que probablemente, este no sea el fin de Evo Morales, pero sin lugar a dudas, es el principio del fin.La Revolución del 52 terminó con tres jornadas de lucha sangrienta, pero la misma se gestó durante los largos seis años del sexenio. La caída de Gonzalo Sánchez de Lozada duró prácticamente siete días, pero ese levantamiento social empezó el 2000 durante la Guerra del Agua y recién culminó en octubre del 2003.Probablemente Morales se sienta más fuerte que nunca, quizás esta vez, sólo logremos que recule nuevamente sobre sus pasos, o la gente se canse al no ver progresos en su lucha, pero de lo que estoy absolutamente seguro, es que este terremoto político marca el final de su ciclo, dudo mucho que acabe los cinco años de su nuevo mandato.Fue muy iluso de parte de todo el aparato estatal, pensar que la gente iba a ver con absoluta paz, cómo la maquinaria fraudulenta del gobierno hacía lo que quería por segunda vez con la voluntad de la gente.Con un Órgano Electoral desacreditado por la opinión pública y organismos internacionales como la OEA y la UE, dando como vencedor en primera vuelta a Morales, el destino del dictador, está en sus propias manos.Al igual que Fujimori, la vida y el pueblo le dieron la oportunidad de salir por la puerta grande, como un gran dignatario, para muchos el mejor de nuestra historia, sin embargo, como su precedente de ojos rasgados, prefirió una noche más con su amante, sin meditar en las consecuencias, ni siquiera viendo el reflejo que da, el triste final que la vida le deparó al “Chino”.