El problema de Evo Morales es que convivieron en él dos presidentes: el indígena capaz de reconciliar a Bolivia consigo misma, con el presidente constitucional que debía respetar las leyes y la Carta Magna
Las demandas insatisfechas y las frustraciones son muchas en un país pobre y no tardaron en salir a la superficie. Potosí, por ejemplo, que fue uno de sus bastiones, se volvió una fuente de inestabilidad porque los potosinos quieren beneficiarse más de las riquezas del litio. En Santa Cruz, territorio más hostil, la oposición regionalista adormecida por la derrota que Evo Morales le despertó en 2008 con la bandera del “Bolivia dijo No” (en el referéndum) de la mano de una nueva generación más radicalizada. De ese proceso de renovación de la dirigencia regional salió Fernando Camacho, un conservador que anda con una Biblia y hace alarde de su virilidad, y que terminó –por las astucias de la historia– como líder del levantamiento en las calles, aclamado incluso por los policías amotinados. En verdad, la revolución de Evo Morales fue una revolución del Occidente andino y valluno, con poca irradiación ideológica en el oriente agroindustrial. Allí se proyectó ya desde la estructura estatal, con más recursos que ideología, y pactando con las elites empresariales locales.
De ese modo se conformó, de manera algo casual, una especie de eje Santa Cruz-Potosí que levantó la bandera de la democracia contra el “fraude” tras los cuestionados resultados del 20 de octubre. Ya se estaban movilizando, además, diversas organizaciones sociales enfrentadas con el gobierno, las clases medias “blancoides” –como se las llama en Bolivia– que se sintieron desplazadas del Estado, y, finalmente, la policía. La policía boliviana tiene una larga tradición de motines –generalmente con demandas económicas y laborales–. A veces estos coinciden con crisis más amplias, como el domingo pasado, y eso las coloca como factores decisivos de poder. Esos policías llevaron a Camacho, casi en andas, mientras muchos opositores se manifestaban en las calles contra “el comunismo”, la “dictadura” y la “ausencia de Dios en el Palacio de Gobierno”.
Lo que sorprendió fue la falta de respuesta del oficialismo en las calles. Algo se ‘pinchó’ en este tiempo y la maquinaria campesina-popular del Movimiento al Socialismo (MAS) –una especie de confederación de sindicatos y movimientos sociales– se mostró poco aceitada. Y, como el cierre de un círculo vital, el final del mandato de Evo Morales ocurrió también en el Chapare, rodeado de sus bases más fieles. Lo que es difícil saber, hoy, es si este golpe será suficiente para acabar con su liderazgo. Morales se formó precisamente en el barro de esa región subtropical y se curtió como un dirigente político a prueba de debilidades.
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Pablo Stefanoni es periodista e historiador argentino.
Fuente: elpais.com