La jornada de los uniformados comienza a las 6:00, después de desayunar pasan por una revisión médica y salen a las calles en este tiempo de pandemia. Desde la unidad se diseñan los planes de control.
Daniela Romero L. / La Paz
Cuando la trompeta suena a las 6:00, los soldados del Regimiento 4 de Caballería Ingavi se levantan, en pocos minutos tienden sus camas y se visten. Ya están listos para comenzar una nueva jornada, que no es cualquiera. Atrás dejaron las instrucciones tradicionales, ahora el cuartel se ha convertido en el centro de operaciones, desde donde se organiza y se operan acciones contra el coronavirus en El Alto.
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Ubicado en la avenida 6 de Marzo, en la ruta hacia Oruro, el Regimiento Ingavi del Ejército es uno de los más grandes del país, no sólo por su superficie, sino también por su historia. Se creó en 1835 por instrucción del Mariscal Andrés de Santa Cruz como Cuarto Regimiento de Caballería. Tuvo que pasar un siglo, entre victorias bélicas y cambios de sede, para que el cuartel se instale en la ciudad de El Alto, donde era el Tarapacá, y donde desde la década de los 90 comenzó a contar su propia historia.
A la unidad militar no llegó el coronavirus, por eso cada día los jefes militares y el personal civil se organizan para revisar a los soldados antes y después de cada operativo de control. “Tratamos de cuidar lo mejor posible a nuestro personal, a nuestros soldados, sabemos que allá afuera está el enemigo invisible y que nadie está fuera de ese peligro”, comenta el comandante del Regimiento Ingavi, Iván Orellana.
Hasta las 6:15 los soldados deben estar bien formados y uniformados en el patio principal del cuartel. El médico de la unidad mide la temperatura de cada uno, lo que antes no era un procedimiento clave; posteriormente, los soldados reciben barbijos comunes que se ponen antes de los confeccionados especialmente para ellos. El casco más unas gafas oscuras y los efectivos ya están listos para salir.
Hace cuatro meses los instructores impartían clases teóricas y prácticas de lo que concierne a la actividad militar. Nadie imaginó que llegaría la pandemia y golpearía a los bolivianos como lo hace ahora. Pero Orellana asegura que ellos están preparados para todo. “Nuestra formación es para eso, es para enfrentar a cualquier enemigo, ser conscientes de que debemos servir a nuestra patria y a los ciudadanos”.
A la acción
Los soldados se dividen en escuadrones, cada uno sale en el turno que le corresponde. Son las 9:00 de un jueves y los tanques están listos para partir. Los uniformados suben de 10 en 10 a los motorizados compactos y cuando todos ya están listos, los vehículos se desplazan por la ciudad de El Alto. No pasan desapercibidos, pues las sirenas avisan a los ciudadanos que están en su zona.
Durante la cuarentena rígida que se vivió en el país los dos primeros meses de la pandemia, los turnos de cada escuadrón era de 24 horas. “No importaba la lluvia o el frío que hacía en la madrugada, teníamos que seguir en los puestos de control”, cuenta uno de los soldados. Ahora, en plena aplicación de la cuarentena dinámica los efectivos llegan a puntos conflictivos y estratégicos para ver si los ciudadanos cumplen con lo establecido por el Gobierno.
Hay personas que cumplen y hasta agradecen a los militares la labor que cumplen, pero hay otras que les hacen pasar amargos momentos.
“Hay choferes, hay pasajeros que no quieren cumplir con las normas, quieren subir, por ejemplo, a un minibús cuando ya no se puede. Les decimos y nos riñen, hay incluso gente que nos insulta”, dice un instructor.
Hubo pocas, pero situaciones al fin, en las que la gente estuvo a punto de golpear a algunos soldados. “Nosotros somos pacientes, intentamos hacer entender a la gente que debe cumplir las normas, que debe cuidarse, pero a veces se resisten a hacer caso, casi nos golpean en alguna oportunidad”, recuerda un militar.
Como institución militar, el Ejército, al igual que las otras dos fuerzas, se caracteriza por organizar y asumir las instrucciones al pie de la letra. “Por eso nada es improvisado”, aclara el comandante del cuartel Ingavi.
Es por eso que cada día o ante cualquier contingencia que se presente el regimiento es el centro de operaciones contra la pandemia. Desde allí, los y las oficiales a cargo del cuartel identifican las zonas conflictivas, las que tienen afluencia de gente, las ferias, entre otros sectores. Se determina qué tipo de control se ejecutará y se destina personal a cada uno de los sectores alteños.
El cuartel Ingavi cubre la mayoría de las zonas de El Alto, entre ellas Senkata, Río Seco, Satélite y la Ceja; también se apuestan en los diferentes puntos que conducen a La Paz.
Después de horas de control en las calles, los tanques están listos para regresar a la unidad. Al escuadrón que retorna le toca almorzar, el que se queda ya entró al comedor a alimentarse y se dispone a ir a pasar instrucción.
Son las 17:00 del jueves, el sol ya se entró y el frío comienza a calar los huesos, así como a las 6:00. El silencio se apodera del cuartel, pero en pocas horas los soldados saldrán otra vez a las calles a ser los centinelas en esta lucha. “¡Subordinación y constancia, viva Bolivia, hacia el mar!”.
El regimiento
- Alimento Cada viernes, el suboficial ranchero y sus colaboradores van al mercado a las 4:00. “A esa hora llega todo fresco”, dice el militar. La alimentación de cada día es diferentes, se basa en granos, como arroz, lenteja y fideo. Los jueves se come un plato especial, ese día se sirvieron una sajta especial. Y una vez al mes se les sirve pique macho.
- Encomiendas Los soldados reciben de sus familiares paquetes con algunos artículos de primera necesidad. Muchos de los uniformados no ven a sus padres, hermanos y abuelos hace meses, justo antes de que comenzara la pandemia en el país.
Fuente: Página Siete Digital