Los Dosapé mostraron las deplorables condiciones en las que transcurren sus días de aislamiento. Sin colchas, hacinados, durmiendo en cartones y madera, bañándose en canales y pidiendo limosna, así sobreviven los integrantes de una cultura estigmatizada.
Silvana Vincenti
En medio de restos de comida, trapos sucios y el humo de la madera quemada y recolectada de la zona. Así es la hora del almuerzo de los Dosapé, una familia de ayoreos cuya historia se dio a conocer cuando uno de ellos falleció y no sabían qué hacer con el cuerpo, hasta que la Felcc se lo llevó con rumbo desconocido para los parientes.
«La estigmatización al pueblo ayoreo es fuerte, hubo un retroceso. En algún momento como institución logramos cosas a nivel de política pública; los que conocen su cultura se apasionan por ellos porque conocen a los que podrían llamarse ‘buenos ayoreos’, el problema es que generalizamos, y no todos se drogan, ni están en las calles pidiendo dinero, ni son agresivos», aclaró Patricia Patiño, de Apoyo Para el Campesino-Indígena del Oriente Boliviano (Apcob).
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Sobre la historia en particular de los Dosapé, ella y su colega, Lenny Rodríguez, de la Central Ayorea Nativa el Oriente Boliviano (Canob), elaboraron su propia hipótesis sobre las razones que alejaron a esta familia de su comunidad.
«Lenny conoce a la familia y me parece que la salida de la comunidad de Degüi se debe a problemas de clan, por conflictos con alguna familia y han salido a ‘bachear’ (rellenar baches para pedir monedas) y han visto que ahí tienen casi las mismas condiciones de protección que les da la comunidad, así que decidieron quedarse», explicó Patiño, que ya se encuentra investigando, junto con Rodríguez, el caso específico para ayudar de algún modo.
En el área urbana cruceña existen dos comunidades ayoreas: Degüi, por la Villa Primero de Mayo, y Garay, por el barrio Virgen de Luján. Sobre la realidad de los ayoreos en la cuarentena, realizaron un informe de forma conjunta Apcob, el Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (Cejis) y el Observatorio de Derechos de los Pueblos Indígenas Bolivia (ODPIB).
Entre los principales problemas y debido a que viven del día a día, la cuarentena impactó en la economía de las familias ayoreode. «A dos semanas de la suspensión de todo tipo de actividades públicas y privadas y la restricción de la circulación, se sintió la falta de recursos económicos para cubrir las necesidades más elementales, como la alimentación. Por ello, durante la última semana de marzo y la primera de abril, la población ayoreode de las comunidades urbanas de Santa Cruz de la Sierra, y de provincias, protagonizaron marchas, bloqueos y en algunos casos enfrentamientos con policías y militares», dice el documento.
La mayor parte de la población ayoreode en la ciudad desarrolla actividades económicas en las que reproducen lógicas socioeconómicas propias de la vida de sus abuelos. Los hombres se dedican principalmente a trabajos de jardinería, desmonte y limpieza de terrenos, actividades que permiten vender su fuerza de trabajo sin entrar en una relación de patronazgo, donde su libertad y poder de decisión sobre su tiempo se ven afectados.
Las mujeres, por su lado, se dedican a la artesanía y, un grupo reducido, a pedir dinero junto a sus hijos en lugares como la terminal de buses o avenidas concurridas, lo cual es entendido por ellas como un proceso de ‘recolección’, cuyos frutos son luego compartidos con el resto de la familia.
Patiñoreconoce que hay problemas recurrentes entre ellos, como la adicción a drogas como la clefa y la prostitución en las mujeres, pero insiste en que no puede generalizarse.
Durante la cuarentena, las organizaciones que trabajan con indígenas, como la de Patiño, tuvieron que hacer campaña para reunir víveres y ayudar. «No tenían a quién pedir y les entregamos víveres dos veces», explica.
Fuente: El Deber