La gestión del mandatario uruguayo es vista con admiración por el resto de América Latina, una región golpeada por la pandemia y crisis sociales, políticas y económicas. ¿Cuál es el secreto del éxito?
Victoria Dannemann
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El presidente Luis Lacalle Pou ha liderado una exitosa estrategia para enfrentar la pandemia, apelando a la libertad con responsabilidad. Hoy Uruguay registra las cifras más bajas de América Latina en cuanto a contagiados y fallecidos por COVID-19.
Uruguay se ha convertido en una pequeña gran excepción dentro de América Latina. Su flamante presidente, Luis Lacalle Pou, mantiene una aprobación por sobre el 60% y su manejo de la pandemia lo ha llenado de elogios. El primer contagio de COVID-19 en el país se detectó en marzo, apenas dos semanas después de que asumiera el cargo. Pasados casi cinco meses, la nación exhibe el menor número de casos totales (1.192) y fallecidos (34) -al 27.07.2020- en la región y de las cifras más bajas, si se ajusta por población.
La situación contrasta con la realidad del resto del continente, epicentro de la pandemia y en medio de una compleja situación social, política y económica. Ya antes de este gobierno, Uruguay era una especie de isla de estabilidad dentro de la región, «con 15 años de crecimiento económico, y una sociedad menos conflictiva, tradicionalmente más acuerdista y negociadora», dice a DW el historiador y politólogo Gerardo Caetano.
Los logros de Lacalle Pou frente a la pandemia se explican, en parte, por las características del país sudamericano, de solo tres y medio millones de habitantes y con una baja densidad, el que además tiene un buen sistema de salud pública y social, y «una población que coincide bien con la idea de libertad responsable, que el presidente ha manejado de manera insistente», agrega Caetano.
Sebastian Grundberger, representante de la Fundación Konrad Adenauer (KAS) en Montevideo, señala a DW que Lacalle Pou «se ha asesorado por científicos muy reconocidos, que no tienen vínculos partidarios, a quienes les ha dado protagonismo para tomar decisiones basadas en la ciencia». Esto le ha permitido, según Caetano, «llevar adelante una política sanitaria muy informada desde el punto de vista científico, muy racional y pragmática».
Trabajador, ejecutivo, buen comunicador y cercano a la gente son algunos de los atributos de Lacalle Pou, quien llevó al Partido Nacional a la presidencia justo 30 años después que su padre ocupara ese mismo cargo.
«La clave de su éxito tiene que ver con una comunicación clara desde el primer día, reconociendo también inseguridades de la ciencia. Mientras otros gobernantes han mostrado cierta prepotencia, él ha optado por una total transparencia», indica Grundberger.
Uruguay suspendió clases y eventos masivos, pero sin imponer cuarentena, sino apelando a una libertad con responsabilidad para mantener medidas preventivas como el distanciamiento social. «No ir a un confinamiento obligatorio era una apuesta atrevida, que sólo se podía realizar cuando hay mucho acatamiento de la población, y el presidente supo leer bien cómo iba a reaccionar Uruguay», subraya Grundberger.
Como buen comunicador, en un estilo directo, con palabras precisas y frases que calan, Lacalle Pou dice que prefiere pocas leyes que se cumplan estrictamente, a muchas que no se cumplan. Aunque la pandemia está en plena evolución, hasta ahora la evaluación de su gestión es más que positiva.
Con prudencia, el mandatario ha visto este éxito sin triunfalismo y ha insistido en que es mérito de todos los uruguayos. «Estamos en una especie de luna de miel, la gente está encantada con su estilo», sostiene Grundberger.
Perfil de líder
En un país acostumbrado a presidentes de mayor edad, este abogado de 47 años trajo «Aire Fresco», como bien dice el nombre de su movimiento dentro del derechista Partido Nacional. De pasado rebelde y reconocido surfista, es heredero de una larga estirpe de políticos, y su padre es el expresidente (1990-1995) Luis Alberto Lacalle Herrera. Sin embargo, está lejos de ser «el hijo de».
«Tiene una personalidad firme, independiente y una trayectoria de mucho trabajo. Podría haber seguido un camino más sencillo, pero optó por un trabajo más independiente y duro», postula Caetano. Lo respalda su carrera como diputado (2000-2015) y senador (2015-2019).
Características propias del país, como su pequeño tamaño, la herencia de 15 años de crecimiento con el Frente Amplio y un buen sistema de salud pública, ayudan a Uruguay a enfrentar el impacto del coronavirus.
Tras su derrota en las presidenciales de 2015 frente a Tabaré Vásquez, en 2019 aunó a la oposición en la Coalición Multicolor y se impuso en segunda vuelta por un estrecho margen ante el oficialista Daniel Martínez, del Frente Amplio, alianza que tras tres mandatos mostraba un natural desgaste.
Trabajador, con vocación de político de acción y gestor, más que de político doctrinario, en opinión de Grundberger, «se ha mostrado como un líder muy pragmático, pensando en el bien común. Como él ha dicho, ha tomado decisiones lejos de la ortodoxia».
Con una actitud cercana y directa, se da tiempo para compartir con la ciudadanía e incluso sacar su agenda para darle cita a alguien que se le acerca para plantearle un problema. «Eso genera mucha empatía. Es muy mediático y está en sintonía con el Uruguay moderno y la gente joven», señala el experto del KAS.
¿Exceso de protagonismo?
Otra marcada característica es su estilo personalista, con una lógica muy presidencialista y tendencia a ser ejecutivo. «Él protagoniza prácticamente todas las acciones de gobierno, está en todos lados, y la pandemia reforzó esa impronta», dice Caetano.
Su afán de protagonismo y exceso de seguridad lo han llevado a algunos tropiezos, como la temprana salida de su ministro de Relaciones Exteriores el día en que Uruguay asumía la presidencia pro tempore del Mercosur. También es cuestionado su apoyo al candidato de Donald Trump a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, y la presentación de un paquete de leyes de urgente consideración, aprobado en medio de cuestionamientos.
El exitoso manejo de la crisis del coronavirus ha puesto en segundo plano esos problemas, así como el escenario de una compleja coalición de gobierno, con partidos muy distintos, en que «el formato de hiperpresidencialismo es un manejo riesgoso», advierte Caetano.
Hasta ahora, a pesar de ser más cercano a la empresa y la clase alta, y un convencido de que el motor de la recuperación está en la inversión privada, ha respaldado el estado social. Dispuso un recorte del 20% de los sueldos de altos funcionarios para ir al Fondo Coronavirus y medidas de apoyo a los desempleados y a la pequeña y mediana empresa para mitigar los efectos de la crisis.
Caetano observa que, a pesar de existir fondos de contingencia, Lacalle Pou «mantiene prudencia y se ha negado a utilizar las reservas, asumiendo una opción muy dura y ajustada a su libreto, en el sentido de austeridad en el manejo presupuestario».
Uruguay se encamina a paso firme hacia una nueva normalidad. El impacto de la pandemia y el escenario de recesión, desempleo y vecinos en crisis, impondrán una nueva prueba al liderazgo del hasta ahora exitoso presidente Lacalle Pou.
(vt)