Patricia Gutiérrez Paz
Hoy no hay estrellas, una nube negra y terca tranca el techo del cielo, pero yo cabezota y testaruda, increpando los cielos negros, vuelvo a escribir. La pandemia secó mis palabras. Siempre que hay algo superior a mi capacidad de entendimiento, hago un silencio oscuro y callo. Así, tal vez, después pueda erguirme en palabras de otro parto.
Esta terca manía de sobrevivir, también la tienen mis palabras. Ahora esquivas, quebradas, llenas de esquirlas post cuarentena rígida, post cuarentena flexible, post ivermectinas, y otras curas milagrosas salidas de la biblia profana por excelencia; la blog esfera.
2020, cosecha seca.
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A más de uno esta pandemia secó hasta la propia cama. El erotismo rara vez cohabita con la incertidumbre perpetua y cotidiana; cada día una noticia nueva que desinfla a la anterior. Dosis enormes de adrenalina en vena en nuestros cuerpos enclenques intentan enfrentar la travesía; desbordados de bríos y dudas. Este alerta constante no abre espacio a nada que no sea primario; sobrevivir y/o ayudar a que otros sobrevivan. Todo lo demás; es miedo. Dicho o no. Emular risas; miedo. Trabajar al extremo; miedo. Rezar en todos los credos; miedo. Explosión de humor cínico; miedo. Quedarse sin palabras; miedo… Son los sutiles lenguajes que la cordura impone. En este miedo no dicho, también las palabras se esconden, suspendidas en estrepitosa fuga.
La química de las fieras que somos, opera de inmediato; segregan cortisol y coagulan la alegría; no hay tiempo pa´ jugar con palabras, la pelea es otra. Y el cuerpo lo sabe. Vivir, o sobrevivir pasa a ser la única función corporal. Alerta permanente. Eso sí, siempre hay tiempo para guardar. Amontonar historias, argumentos, fábulas, leyendas, y relatos que serán desembarazados cuando el huracán amaine.
Cuando las guerras pasan, las palabras vuelven. Los ojos con que la vivimos, y los ojos que vieron desde otros ojos, construyen la narrativa de la guerra; múltiples narrativas. Este combate también se poblará de narrativas, y poéticas.
Los relatos de la posguerra. Es que de alguna forma esta pandemia es una guerra enmascarada, en el siglo ciber; con peste incluida. Vuelven las gárgaras de sal, frotar las manos con jabón, y desinfectar todo. Igual que en la guerra. Sal y fe. Igual que en la guerra. Escasez y miedo. Igual que en la guerra. Alimentos no perecibles en la alacena. Y más sal y fe. Y más jabón y desinfectante; incluso algunos se lo beben en forma de cloruro de sodio. Cruzadas de un bando u otro, embanderando la cura definitiva, izando la esperanza, y nosotros, pobres mortales, desnortados, aporreados de incertidumbre, huyendo de una avalancha absurda de una guerra de fake news que emula turbios presagios; los nuevos agoreros del apocalipsis final. Despavoridos, y sin ancla a la vista, miramos, y -como en los Heraldos negros- “el hombre vuelve los ojos locos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa en la mirada”. Cesar Vallejo, tan vigente de nuevo…
Y yo en el balcón, volviendo a escribir, anticipando un año más manso. Un pataleo menos feroz, aunque sea. En 2020, el mundo se quedó mudo. Nadie sabía nada de esto que paralizó todo lo creado por el hombre. Nadie. Esto paralizó nuestras vidas, economías, y avenidas. El silencio paró el tráfico, y apagó carreteras y cielos. 2020 fue un silencio seco.
Habrá que ponerle un par de hielos al whisky, hacer un réquiem austero; y dejar ir a 2020. Beber un trago largo, y empuñar la alegría de nuevo, para aprender a volar sin alas.