Los hermanos crecieron escalando el Huayna Potosí y se volvieron grandes guías de montaña. Gregorio, el mayor, murió en la pandemia; Eduardo, el menor, sigue escalando porque -afirma- “es como ir a su encuentro”.
Fuente: paginasiete.bo
Ivone Juárez / La Paz
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“¡Primero los Mamani!”, se escuchaba retumbar en la montaña cuando ésta se mostraba hostil y amenazante ante quienes intentaban alcanzar su cima. Los Mamani, Gregorio y Eduardo, crecieron subiendo los macizos de la Cordillera; primero, buscando las flores que los montañistas extranjeros les decían que veían en la parte más alta del Huayna Potosí; después, intentando alcanzar ese avión Hércules que sabían se había estrellado entre los nevados.
Gregorio tenía 15 años y Eduardo, 12. Trepaban prácticamente todos los días a las cimas, hasta que crecieron y se convirtieron en aquellos de los más reconocidos guías de montaña de Bolivia que diplomáticos, veteranos de guerra e incluso Malia, la hija de Barack Obama, buscaban y buscan para tenerlos como guías en sus recorridos por la Cordillera Real de Bolivia e incluso la Amazonia.
La primera vez que Eduardo Mamani, el hermano menor, se subió a uno de los macizos de la Cordillera fue al Huayna Potosí, tenía ocho años. Estaba de vacaciones, acompañando a su papá Emilio Mamani, que trabajaba en la planta generadora de electricidad. La planta se hallaba, aún lo está, en la base del nevado.
Acompañado de su perro Boby decidió tomar “esa montaña a la que todos se dirigían”. Caminó y caminó despreocupadamente hasta llegar -tiempo después lo supo- al campamento Nido de Halcones, que está a unos 5.400 metros de altitud. Después de contemplar todo lo que la cima le mostraba, volvió con la mascota, jugando. Su padre lo recibió con un “castigo muy severo”.
De esa aventura Eduardo sólo recordaba el paisaje que había visto desde el Nido de Halcones y el frío que le calaba los pies.
Pasaron los años y cuando tenía 12, con Gregorio -que ya tenía 15-, seguía subiendo al Huayna Potosí por donde veían ascender a hombres extranjeros. “Muchas veces les preguntábamos a qué subían y algunos nos respondían que en la cumbre había unas flores bonitas. Un día Gregorio llegó hasta la cumbre por la cara noreste. Y cuando volvió le pregunté si vio las flores y él me respondió: ‘No hay flores, sólo montañas, más nada’”, recuerda Eduardo que acaba de cumplir 60 años.
“Igual seguimos subiendo la montaña, después para encontrar el avión Hércules que se estrelló ahí. Alcanzar el avión era el nuevo incentivo. Llegábamos a los 3.500 metros en un solo día, sin un equipo técnico de montaña; éramos unos aventureros. Luego subíamos por competencia, por quién llegaba primero”, añade.
La persistencia de los chiquillos por subir la montaña llamó la atención de un amigo de su padre, quien les obsequió unos folletos de técnicas de escala. Lo que veían en el material lo practicaban.
Cuando Gregorio alcanzó más edad, en 1978, específicamente, decidió subir la montaña, que conocía como la palma de su mano, guiando a un extranjero. “Como vivíamos en la base del Huayna Potosí muchos extranjeros nos pedían que los guiáramos . Con ellos llegaban guías y escaladores que nos fueron enseñando y formando. Eran polacos, franceses y alemanes”, cuenta Eduardo.
Él hizo su primera escalada con un cliente en 1980, con un francés, en la montaña María Lloco. Seguramente por los nervios olvidó los lentes y la nieve prácticamente fulminó sus ojos. Pero eso no lo detuvo porque 24 horas después estaba recuperado.
Y vinieron otros clientes. Recuerda a aquel alemán con el que subió al Illimani, con su equipo fabricado casi enteramente con Gregorio. Cuando estaban en plena travesía resbaló entre las rocas, se enredó en una de las cintas del arnés y quedó colgando, a unos 5.400 metros, cerca del campamento Nido de Cóndores. El alemán le lanzó una cuerda y lo jaló. “En ese tiempo los glaciares eran enormes, ahora retrocedieron y las cosas se facilitaron”, cuenta.
“¡Primero los Mamani!”
Para alcanzar la excelencia, los hermanos Mamani decidieron sumarse al Club Andino Boliviano. En esos tiempos el nevado Chacaltaya era uno de los destinos por excelencia para hacer montañismo y ellos también trabajaban ahí. “Como conocíamos toda la zona, todas las montañas, siempre nos buscaban. Éramos los más reconocidos. Siempre decían: ‘¡Primero los Mamani, luego el resto!’ y hasta ahora es así”, afirma Eduardo.
De esas épocas, tiene un recuerdo que le marcó la vida. Era el 8 de julio de 1994, cuando su hermano Gregorio guiaba a un extranjero por la cara oeste del Huayna Potosí y fue alcanzado por una avalancha. Eduardo también estaba en la montaña. Había hecho cumbre con su cliente y estaba por llegar al campo base, cuando recibió un mensaje en su celular, era de Gregorio. Su hermano estaba en peligro y él tenía que ir a buscarlo a la montaña.
“Estábamos a 1.700 metros, aproximadamente, y de 4.705 metros subí a los 6.088, fue el ascenso más rápido que hice, solamente tardé una hora y 30 minutos. Cuando llegué a la cumbre traté de ubicar a mi hermano, lo alcancé con la vista y comencé a descender por la cara oeste; escalamos juntos hasta que encontramos unas cuerdas que nos ayudaron a subir. En La Paz se supo del problema pero el equipo de rescate iba a tardar unos tres días, demasiado tiempo; por eso tuve que lanzarme. Muchos amigos vinieron en nuestra ayuda”, cuenta.
Cuando alcanzó a su hermano vio que tenía las botas desechas y que una de sus piernas sangraba. Lo comenzó a animar recordándole que en el Illampu sobrevivieron a situaciones peores. Tuvo éxito, Gregorio le dijo: “Sí, esto es nada, hazte cargo del cliente, voy a salir por mi cuenta”. En tanto, el cliente, un ciudadano americano, sólo atinaba a decir: “¡Gregorio es un animal, está malherido y continúa!”.
Gregorio se recuperó de ese accidente y volvió a la montaña durante 16 años más, hasta el año pasado, cuando la pandemia del coronavirus lo detuvo y se llevó su vida el 8 de julio; la misma fecha en que, 16 años atrás, su hermano lo rescató de la montaña. Gregorio tenía 63 años cuando murió.
“Su partida no fue justa, no me gustó, yo hubiese preferido perderlo en la montaña. Yo se lo arrebaté a la montaña y se la cobró, me arrebató a mi hermano de la peor manera”, dice Eduardo y explota en llanto.
Es que juntos hicieron un equipo inigualable en la montaña y crearon su empresa: Bolivian Mountain Guides, con la que prestaron servicios a personalidades internacionales, entre ellas diplomáticos, embajadores, veteranos de guerra y la hija de Barack Obama, Malia Obama, en 2017.
“Estaba en la Sagárnaga, trabajando en la agencia y se presentaron para solicitar el servicio de un tracking por la Cordillera. Por la falta de tiempo los tuve que rechazar, pero insistieron; reprogramé la fecha y aceptaron. Me comentaron que se trataba de Malia Obama y que querían que yo organice el tour y que Gregorio fuera el guía principal. También me aclararon que no podía divulgar la visita mientras el grupo estuviera en Bolivia”, cuenta Eduardo.
La noticia de la visita de la hija del expresidente de Estados Unidos se conoció tiempo después y los hermanos Mamani divulgaron lo que hicieron. “Yo estuve poco tiempo con ella, Gregorio pasó más tiempo con Malia. Eran unas 27 personas, unos 10 marines de seguridad. Pidieron tres caballos, uno donde iban los medicamentos, otro con material de los marines y otro que iba libre, yo me imagino para Malia, pero tuvimos que evacuar en el animal a un marine al que le afectó la altitud”, recuerda.
Pero los Mamani no sólo guiaron en las montañas, sino que abrieron rutas e incluso modificaron la posición de muchos campamentos base y campamentos altos. “En el Huayna Potosí, el campamento de la Roca, donde hay refugios, lo inició Gregorio. En el Illimani trasladó el campamento a Chapoco para evadir los vientos fuertes. Hay muchas cosas que Gregorio y yo pudimos hacer en el Illampu, en el Chachacomani”, afirma Eduardo.
Él sigue subiendo esas montañas casi a diario, por su trabajo, y dice que lo seguirá haciendo hasta que las fuerzas se lo permitan, pero en el fondo de su corazón tiene una razón más poderosa: su hermano. “Gregorio ya no está conmigo, pero subir las montañas es como ir a su encuentro”, revela.