En todas las edades, cualquiera sea la forma y nombre de un Gobierno, ya sea monarquía, república o democracia, varias oligarquías acechan detrás de la fachada. ¿Aún crees que no fueron los actores principales del fraude electoral y del golpe de Estado?
Jeffrey A. Winters, en su libro Oligarchy, describe a los oligarcas como “actores que comandan y controlan concentraciones masivas de recursos materiales que pueden desplegarse para defender o mejorar su riqueza personal y posición social exclusiva”. La interrogante es si realmente fuimos nosotros, los ciudadanos, quienes echamos a Evo Morales y Jeanine Áñez de la presidencia del país, o fueron las oligarquías.
Sin duda las protestas ciudadanas consecuentes del fraude electoral realizado por el MAS en las elecciones generales de 2019 fueron plenamente genuinas y legítimas, pero, ¿se hubiera logrado la renuncia de Evo Morales sin la intervención de las oligarquías opositoras del país? Particularmente, deduzco que habría sido poco probable.
Pretender que Mesa, Camacho, Pumari y demás personalidades políticas no tenían intereses personales al acaudillar y apadrinar las protestas que sucedían en el país es, ingenuamente, un pecado; y haber creído en el discurso pacifista de Evo Morales y Álvaro García alegando respeto a las leyes y a la voluntad del pueblo, también lo es. Pasamos de ser actores principales a marionetas de un conjunto de estructuras de poder -oligarquías cruceñas, partidos políticos, élites de poder- que usaron a un movimiento ciudadano para saciar sus fines políticos, y la consecuencia fue un gobierno nuevamente autoritario, cuyo único objetivo fue asaltar las arcas del Estado. Nos vendieron un remedio que resultó peor que la enfermedad.
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Ese fue el comienzo de la batalla de los idiotas: estructuras de poder que se apoderaron de una lucha que no les correspondía, y en un país como el nuestro donde el Estado de Derecho es débil, les fue fácil utilizar sus recursos materiales para comprar fuerzas de seguridad (milicias o pequeños ejércitos); pagar a policías y militares; y financiar a gente para manifestarse en las calles como si fueran movilizaciones desde abajo. Estas estructuras de poder (del MAS y de la oposición) calcularon cuanto les costaría acumular cientos de personas durante un periodo de semanas para desestabilizar al país, y, sin duda, lo hicieron.
Disfrazaron sus conflictos de intereses con una lucha de principios democráticos. Se subieron a la palestra sin permiso de nadie con un falso sentimiento de superioridad moral derivado de la convicción de que sus propias creencias o afiliaciones son mas virtuosas que las de los demás. Se creyeron dueños de la verdad y que su propuesta es la buena y la de los otros es la mala.
Y la batalla de los idiotas aún continúa, con discursos vacíos apelando a las emociones y los sentimientos de las personas porque saben que influyen más en la opinión pública que los hechos y la verdad. El MAS es consciente de que en las elecciones generales de 2019 cometieron un fraude electoral descarado (por más informes universitarios que ostenten); y la oposición es consciente de que la asunción de Jeanine Áñez a la presidencia del país fue decidida dentro de cuatro paredes en una universidad por sujetos ajenos a la institucionalidad democrática (asunción plagada de irregularidades legales).
Su objetivo no es decir la verdad, es polarizar a la sociedad. En política todo se quiere polarizar, volver todo blanco o negro, lo que realmente nunca es así. Ese ejercicio de los buenos y los malos está destruyendo la democracia y no permite que podamos conocer la verdad.
Con la polarización están generando una intolerancia con altos costos para los ciudadanos y que mantienen a la sociedad en un estado permanente de crispación y de parálisis. ¿División entre unos y otros es lo que la democracia necesita?
En realidad, los políticos adoran el lenguaje políticamente correcto porque detestan sentirse incómodos cuando les decimos lo que en verdad son. No se siguen a los idiotas, una persona que les dedica su tiempo, se convierte en eso, en un idiota. Por esta razón, cuando volvamos a escuchar sus discursos, reflexionemos cuál realmente es el trasfondo de sus mensajes.