Lo que vivimos los últimos tres quinquenios (15 años) fue coronado por una pandemia cuyos efectos sumaron a la tormenta perfecta para polarizar, dividir, deprimir económicamente, y disolver la relación social. Un país, nuestro país, mi país, por este largo tiempo, crecer, desarrollarse cómo individuo, cómo ciudadano, cómo boliviano se ha convertido en una suerte de recepción de información de acuerdo a la circunstancia del momento, imposible de discernir, comenzando del 2005 a la fecha.
Con mucho o poco entendimiento vimos transformaciones políticas, sociales, económicas; y hago énfasis en el comportamiento de un grupo etario, aquel grupo que el 2005 tenía 14 años en adelante, que de la noche a la mañana perdió norte, referencia de conducción y comprensión de situación, referencia del rol que jugaba en la sociedad.
Qué ante una idiosincrasia boliviana, que no atino a preguntar por dónde saldría el desenlace. A partir de ese momento se constituye en un observador pasivo tratando de encontrarse y acomodarse en el lugar que debería corresponderle, niños en papel de niños, adolescentes viviendo adolescencia, los jóvenes de edad productiva llevando al hombro un país, y nuestros adultos rememorando y queriendo coincidir en efectos comparativos de experiencias pasadas de lo que se estaba viviendo y se vive.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Hoy, aquella generación de los actuales 25 -30 a 45-50 años, bolivianos de todos, pero todos los rincones del país, nos estamos desenvolviendo, en un mundo de tecnología e información que cambia a una impresionante velocidad, con nuevos retos y propuestas de integración, asimilando y desasimilando bases colectivas de información facta (hechos concretos), me refiero a una sociedad que se desenvuelve en trasmisión de eventos y hechos públicos, por la general periodísticos, de noticias de agresión, falta de respeto a valores explícitos, una suerte de crónica del ciudadano que pasa por las peores clasificaciones de orden delictivo. Asesinatos, robos, violaciones, secuestro, corrupción, feminicidios, etc, que son hechos tangibles; lo intangible, la inseguridad, desasosiego, incertidumbre, confrontación, intolerancia, agresión y bueno, etc etc.
El caso es que merecemos, más bien todo lo contrario, oportunidad laboral, seguridad jurídica, estabilidad económica, vivir una etapa productiva, un retiro honroso, una formación de familia, sin dudas ni titubeos, acaso no merecemos cuestionar, preguntar sin temores hacia qué futuro vamos caminando, preguntar si… el odio, rencor, venganza, el decirnos que el otro tiene siempre la razón, el mentir, hace que tu valor sustancial de ciudadano es nominal y te convirtieron en un número de ser necesario desechable, acaso no sentís que este mar de sentimientos salen a flote cuándo salís por búsqueda de trabajo y no conoces respuestas al ocaso de un día de buenas intenciones, tratando de evitar la inclemente pregunta, …. ¡y hoy como te fue, hija-hija, madre-padre, esposo-esposa, abuelos! Mañana será otro día, dirás un día a la vez por qué respuesta verdadera hoy, no hay.
Tal vez merecemos tomar la rienda de nuestro destino, para volver a ver al niño-niño, al adolescente impetuoso, al joven descubriendo su talento, y una generación conduciendo los destinos de su país, para que ese abuelo mire crecer nietos, que serán niños, adolescentes, jóvenes, adultos, y podrás cumplir un ciclo verdadero de vida. Libre de pensamiento, dueño de las decisiones, aportando a la construcción de la sociedad.
Después de esta reflexión; ¿merecemos… merecemos? No, no debemos tomar esa rienda y debemos buscar nuestro camino. Esto recién comienza.
Agustín Zambrana Arze – Abogado y Periodista.