Generales con caviar, al pueblo pan y circo…

 

Tras el anuncio de los Comités Cívicos de retomar movilizaciones y ante la apresurada idealización generada en algunos ciudadanos, sobre la posibilidad de una nueva revolución en contra del Gobierno, es necesario tirar cable a tierra y analizar cual es el contexto que hoy vive Bolivia y preguntarse si estamos listos para encarar otro momento como el de 2019.



Este análisis debe realizarse considerando dos perspectivas de conflicto diferentes; la primera desde la óptica del ciudadano común que vive en una suerte de estado amorfo, donde sus necesidades y preocupaciones amplificadas por la crisis económica y emocional que dejó la pandemia del Covid-19, no se abordan en la agenda de los políticos. La segunda perspectiva desde el cristal de la clase política que se traduce en marcados contrastes, lo que genera una constante pelea “en nombre del pueblo” por un relativo acomodo de intereses de poder, juego en el que el pueblo siempre sale perdiendo.

Cuesta pensar que exista una respuesta masiva al llamado de protesta callejera por parte de los cívicos y políticos, pues si bien el país esta viviendo un momento de emergentes causas coyunturales y de rutinarios episodios de confrontación entre políticos, en este momento el termómetro emocional de crisis es más personal que colectivo. Esto a consecuencia de la profunda herida que dejó la pandemia en los hogares bolivianos, es decir, si bien existe un sentimiento de indignación ante los atropellos del Gobierno, la bronca y el rechazo de la gente se limita a manifestarse en las redes sociales, pues hoy las familias bolivianas están más enfocadas en gestionar su propia crisis, que en prestarse a juegos de poder.

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La perspectiva de conflicto que atraviesa el país es bastante subjetiva, pues los hechos demuestran que existe una gran diferencia entre encarar el conflicto como un General, es decir desde una posición de poder, con cuantiosos beneficios, respaldo económico y político; o encarar el conflicto desde la posición de un ciudadano común, sin respaldo económico y mucho menos de poder, viviendo del pan y circo que le generan los poderosos.

Rodrigo G. Delgado Camacho – Ciudadano en ejercicio

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