Pidieron perdón a la «wak’a» por la violación que sufre desde 1545 y que fue agravada por los socios de las cooperativas que lucran con los óxidos de plata.
En media ceremonia, uno de los tatas quiso llorar, pero se contuvo. Tata Félix Qolu no lo consiguió. Con las rodillas en tierra, y en su quechua nativo, le pidió perdón a la «wak’a p’utuxi» por la violación que sufrió desde 1545, por parte de los españoles, y que se repite ahora, 476 años después, pero ya no de manos de los invasores, sino de sus propios hijos, mineros contratados por los socios cooperativistas. Tata Félix no pudo contenerse y lloró. A su lado, una mama thalla de avanzada edad, reprimía las lágrimas.
Los qaraqara, los verdaderos dueños del Cerro Rico de Potosí, saben lo que está pasando con la montaña que, en tiempos prehispánicos, era su diosa, su reina, su coya. Saben que la explotación de plata se ha intensificado y que la montaña, que es explotada 24 horas diarias y siete días a la semana, se está hundiendo a la vista de todos. Se está muriendo… su diosa se está apagando y este sábado 9 de octubre subieron lo más cerca posible a la cúspide y, con una «qwa», le pidieron perdón.
Llegaron autoridades originarias de los diferentes ayllus de la nación qaraqara, que abarca parte de los Departamentos de Potosí y Chuquisaca. Llegaron de anansaya y de urinsaya, del ayllu wisixa, del ayllu quila quila, del ayllu tinkipaya. Cada uno «ch’alló» en la «qwa» y pidieron perdón por tanta crueldad con el Cerro Rico.
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La montaña —que permitió que Felipe II convirtiera a los reinos dispersos de Castilla, León, Aragón, Granada, Portugal y Navarra en el Imperio Español— está sometida a unba explotación irracional desde 1987, cuando sus yacimientos fueron entregados, bajo la forma de contratos de arrendamiento, a las cooperativas mineras cuyos socios se enriquecieron con el trato. Explotan las bocaminas sin ningún tipo de cuidado y han deteriorado el cerro al punto que lo están hundiendo. Ahora, esos socios siguen mostrándose como humildes cooperativistas que requieren apoyo, en lugar de presión, y advierten que no dejarán de hacerlo, aunque su labor sea ilegal.
El Cerro Rico fue declarado monumento nacional mediante ley expresa y eso lo pone bajo la protección de la Constitución Política del Estado. Pese a eso, ningún gobierno le ha otorgado la protección suficiente porque los políticos prefieren no meterse con los socios cooperativistas, capaces de sacar a sus mineros a las calles y estremecerlas a punta de dinamitazos. Tampoco quieren perder el caudal votante que representan por lo menos 15.000 familias de obreros que trabajan en los socavones. Por eso dan largas, en lugar de soluciones. Mientras, la montaña se está hundiendo.
Este sábado, autoridades originarias de la nación qaraqara subieron hasta el lugar denominado Cuicu Cancha, metros más abajo de la cúspide, a la que encontraron hundida. Cuando estaba terminando la ceremonia aparecieron el alcalde de Potosí, Jhonny Llally, y el secretario de cultura de la gobernación, Marcelino Mamani. Ofrecieron apoyo. Mientras los anuncios se cumplen, el Cerro Rico de Potosí se está hundiendo, la «wak’a p’utuxi» se está muriendo.