Para traicionar debe tenerse lealtad a una causa o a un sentimiento. Jhonny Fernández jamás ha sido fiel a ninguna causa cruceña ni ha estado comprometido con sentimiento alguno que involucre o represente los valores de la cruceñidad.
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Él es él, simplemente. Y actúa en consecuencia. No ha quebrantado ningún afecto que genere decepción; ni de parte suya a la población ni de la gente hacía él, en términos de lo que podría esperarse de su desempeño como alcalde.
Quien en el pasado instó públicamente a sus seguidores a delinquir («no roben, pero saquen algo»), es el mismo que gobierna la ciudad, no ha cambiado nada, sigue haciendo lo mejor que sabe hacer, despojando mucho, pero de a poco, proclamando —con discurso errático y falaz— su indisimulada ineficiencia al mando de una ciudad gobernada y avasallada por el desorden, entregada a sindicatos de comerciantes y transportistas.
Como buen apologista de toldos que fue y sigue siendo, favorece e incentiva la gradual mutación de ciudad en mercado. Es su proyecto que le rentabiliza poder y de ello usufructúa, como lo ha venido haciendo con los propietarios de las líneas de transporte público urbano, permitiéndoles la apropiación a desparpajo de todas las vías públicas y concediéndoles un poder fáctico para el control sin fiscalización de las rutas, a merced de un catastrófico desorden del tráfico y movilidad urbana.
En ambos sectores basa su débil legitimidad. Consciente de ello, es fiel a ese pacto transgresor e invasivo. No lo ha traicionado. Su aspiración siempre fue ejercer el poder a cualquier precio para regodearse de él. Es idólatra de sí mismo, su autoestima es más grande que su responsabilidad como servidor público.
No tiene convicción política ni ideología que sustenten sus acciones, jamás las tuvo. A esas carencias responde la ausencia casi permanente de ideas razonables en sus intervenciones públicas, por lo que no resulta extraño verlo irrumpir bailando en el escenario público y virtual, decorando su personalidad con extravagante vestuario para construir simpatía hacia su electorado ávido de anécdota y espectáculo.
Deja en evidencia quien siempre ha sido cuando confabula contra un paro por el pronto censo que él debería liderar, como alcalde que es y como directo responsable/beneficiario de la coparticipación por ingresos fiscales a ser deducidos por población.
No está traicionando expectativa alguna, era previsible que anteponga su avaricia de poder, relegue a la ciudad y sea consecuente con su deplorable aliado político con el que sostiene su gobernabilidad en el Concejo Municipal.
Más bien, ahora lo hace con natural impudicia, como un soldado más del «proceso de cambio», un agente servil y obsecuente del centralismo. ¿Traidor? No, no tiene antecedentes de haber abrazado causas en defensa de la región como para que modifique la miserable expectativa que de él se tiene.
Delmar Méndez