El modelo de apropiación del excedente por parte del Estado. ¿lo eliminamos?

En los últimos meses se ha estado discutiendo de manera vehemente acerca del agotamiento o no, del supuesto modelo económico instaurado en el país desde el 2006.

Un modelo económico tiene como objetivo la reproducción sostenible de la riqueza del país; y, si este propósito se interrumpe, provoca una crisis económica caracterizada por una depresión que provocaría un cambio de ciclo (crisis profunda); o, simplemente una recesión (desaceleración), que probablemente sólo requiera algunos ajustes en las instituciones y en los principales indicadores económicos. Sin embargo, una depresión también puede ser considerada como una recesión de larga duración. El exvicepresidente, denomina a la coyuntura actual como un “bache”, refiriéndose a que estamos atravesando simplemente una recesión. Por lo tanto, según él, el modelo requiere simplemente algunos ajustes.



Debemos recordar que desde el 2014, vivimos en Bolivia una recesión o desaceleración que no ha parado hasta la fecha. Si bien el 2021 tuvimos un crecimiento interesante, sabemos que fue apenas un rebote estadístico que no permitió siquiera recuperar los niveles de producción del 2019. El 2022 el crecimiento con seguridad será mucho menor del proyectado por el gobierno, y para este año, sabemos que el Fondo Monetario Internacional pronostica que nuestro crecimiento estará alrededor del 1,8% (aún menor).

Por lo expuesto, podemos afirmar que estamos en recesión desde hace 8 años, por lo que probablemente podamos llamar al estado actual de la economía, una depresión o crisis.

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Pero cuando nos referimos a “crisis” debemos acudir a cierta literatura con enfoque preminentemente sociológico, como es la tradición “marxista”. Apuntando inicialmente que, ésta difiere de la escuela clásica en cuanto a la unidad de estudio: el individuo, la familia o los agentes económicos. La razón parece simple, las crisis son colectivas.

Marx empleó el término crisis, sobre todo para referirse a las crisis comerciales y económicas que interrumpían la producción y el proceso de acumulación de capital; y tomaban la forma de acumulación de bienes que no podían venderse en forma redituable, múltiples bancarrotas, pánicos financieros, interrupciones de la producción, y desocupación creciente. Pero Marx también se refirió a la crisis económica periódica del ciclo que sigue en su desarrollo la economía capitalista. Estas crisis no tienen simplemente un contexto económico, sino también político y social (Gamble y Walton, 1985; p. 10).

Tomando como referencia a Paul Sweezy, se pueden distinguir dos tipos de crisis (o fuentes de una crisis), que se deducen a partir del examen que debe hacerse en términos de las fuerzas que operan sobre la tasa de ganancia. La primera está referida a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y la segunda a las crisis de realización de las mercancías (sobreproducción o subconsumo). Esta última se refiere a que los bienes y servicios o no se venden, o se venden en parte.

Esta teoría explica que el aumento en la inversión de capital para seguir obteniendo ganancias y, por lo tanto, mayor explotación del trabajador, eran características intrínsecas del capitalismo, pero como se utilizaba cada vez menos trabajo vivo (y más máquinas), entonces la ganancia debía necesariamente descender en el tiempo, dado que sólo el trabajo crea valor. Aunque me quedan muchas dudas sobre esta aseveración, queda claro que para el caso boliviano dicha aseveración ni se acerca a la realidad.

En Bolivia conviven en su economía, los privados y un Estado o gobierno productor que, no sólo se apropia de la generación de valor que podría estar en manos de los privados, sino que compite con ellos. Lamentablemente, en los dos casos -acumulación privada o pública-, el proceso de acumulación descrito no se cumple, dado que ninguno de los actores económicos invierte de manera creciente. Incluso si los capitalistas invirtieran de manera creciente para obtener mayores ganancias, la tasa de ganancia reduciría -según los marxistas-, entonces, deberíamos preguntarnos qué podría ocurrir cuando la tasa de inversión no crece. En el gráfico siguiente, se muestra precisamente esta realidad para el caso boliviano.

En el gráfico de la izquierda, podemos ver con mucha claridad que, mientras aumenta la inversión pública en capital, la inversión privada disminuye. Como el Estado (gobierno) no genera riqueza, lo que hace es apropiarse de la riqueza de los ciudadanos para invertirla. Por supuesto, la calidad de esa inversión podría estar en discusión. Sin embargo, es obvio que el modelo económico privilegia la actividad estatal sobre la privada, y probablemente ésta sea una de las principales causas del desempleo y la baja productividad de nuestra economía. Según la misma línea de pensamiento, la desproporción entre los diferentes sectores de la economía, cuando sólo se privilegia a unos pocos, provoca la existencia de una demanda inadecuada, provocando una crisis de realización.

En el gráfico de la derecha, se muestra la tasa de crecimiento de la inversión en capital, tanto de los privados como del sector público, acompañados de una línea de tendencia. La inversión privada tiende a ser creciente hasta más o menos el 2011, sin embargo, la inversión pública tiene una tendencia casi en su totalidad decreciente. La conclusión clara es que, la capacidad de inversión en el país es decreciente, por lo que podemos afirmar que el crecimiento de la producción y la tasa de ganancia durante estos años decrecieron velozmente, en detrimento de las familias y las empresas.

Claramente, la extracción del excedente favorece a muy pocos (trabajadores de las empresas públicas que no superan las 15 mil personas), y en el tiempo, esta perturbación distorsiona los mercados, la competencia desleal provoca cierre de empresas privadas, y los salarios tienen una mala señalización, dado los salarios altos en las empresas públicas. La consecuencia, como ya la mencionamos, es una demanda efectiva inadecuada que en condiciones como las actuales, podría provocar una crisis de realización.

PARTICIPACIÓN DE LA INVERSIÓN PÚBLICA Y PRIVADA – TASA DE CRECIMIENTO (2000/1 – 2021, en %)

 

Fuente: MEFP

Adicionalmente al análisis presentado, conviene mencionar -a propósito del conflicto del magisterio-, la mala asignación de recursos o de la riqueza que el Estado se apropia para sus propios fines. Resulta que entre 2005 y 2022, los gastos corrientes de las empresas públicas crecieron en más de 4.800%, mientras el gasto corriente del sector educación creció en un máximo de 300%. Por supuesto, las diferencias son abismales. El sector educación debe mantener con ese gasto corriente a más de 140 mil maestros (sueldos), 17 mil escuelas y millones de alumnos; mientras que, las empresas públicas deben utilizar ese presupuesto (más del doble respecto al presupuesto de educación) para mantener a menos de 15 mil empleados y 70 empresas ineficientes y con déficit.

El déficit acumulado de las empresas públicas entre el 2005 y 2022 supera los 2.800 millones de dólares (descontando los superávit de los déficit), lo que claramente es prueba de una malísima inversión de la riqueza nacional (sólo el 2014 este déficit significó una pérdida de recursos superior a los 1.200 MM de usd). Por supuesto, esto trae consigo, también una desproporción en cuanto al favorecimiento de sólo algunos sectores (el monopolio estatal) y, por lo tanto, una distorsión de los mercados que potencialmente empobrece a muchos, generando probablemente con el tiempo, una crisis de subconsumo. Parece que estamos en puertas de este tipo de crisis.

Es así que, el papel del Estado en la economía boliviana parece seguir el libreto marxista destinado a generar crisis. Al respecto, este paradigma combinado con ideas keynesianas, sostiene que: el Estado debería liberar a los capitalistas de la mayor parte del costo de la infraestructura, la investigación y el desarrollo, así como el entrenamiento y mantenimiento de una fuerza de trabajo eficiente. Por otro lado, el gasto estatal debería mantener un nivel elevado de demanda efectiva, lo que permitiría que se realice el plusvalor, al asegurar que habrán de venderse todos los bienes producidos. Sin embargo, sólo el consumo y el trabajo que incrementen plusvalor pueden ser considerados productivos en un sentido capitalista.

El modelo económico boliviano, precisamente incentivó la demanda agregada, pero desde un gobierno como el principal partícipe de la economía, bajo la forma de monopolio estatal, apropiándose de los excedentes de la economía, y supuestamente distribuyéndolos a los mismos ciudadanos (bonos). Sin embargo, uno de los rasgos esenciales fue precisamente incentivar un consumo que no consumía lo que se producía en Bolivia, sino que incentivó las importaciones de todo tipo de bienes, bajo el paraguas de un tipo de cambio fijo que apreciaba la moneda y abarataba las compras del exterior como forma de controlar la inflación y mantener la estabilidad. Por lo tanto, esta política deterioró la generación de valor en la economía.

Según la escuela marxista, cuando los salarios monetarios aumentan, también se elevarán los costos, por lo que los capitalistas buscan la forma de proteger su margen de beneficio y podrían aumentar los precios de los productos finales. Sin embargo, en Bolivia, las empresas competían con las importaciones baratas y el contrabando, por lo que esto no fue posible. Por esta razón, dejaron de contratar trabajadores y un gran porcentaje de los bolivianos fueron expulsados del mercado laboral. La población informal en la actualidad supera el 85%. Pero, además, condenó a las empresas nacionales a depender de manera determinante a las importaciones de insumos, bienes intermedios y bienes de capital del extranjero (más del 80% del total).

Otra de las razones para que se genere una inflación era explicada por un exceso de la demanda que, dada la tendencia de la economía a producir demasiado cerca del tope de su capacidad, provocaría una lucha entre los empleadores que competirían por la mano de obra escasa y empujarían los costos salariales hacia arriba. Como verán, es claro que en la economía boliviana no pasa nada de eso. De hecho, es por eso que los aumentos salariales nunca presionaron los precios hacia arriba, pero sí deterioraron el ingreso de todos los demás bolivianos que no dependen del Estado.

En ese sentido, en el país, después del desplome de los precios de las materias primas y la producción de gas, que fue la base del modelo (el 2014), el gobierno cambió de comportamiento respecto a la economía. Como los mismos marxistas analizaban, los gobiernos capitalistas están obligados a elegir entre el camino de las correcciones monetarias, o el control permanente de los precios y los salarios, en un momento en que el producto está estancado o va en descenso, los niveles de vida disminuyen, y las disputas respecto a los pagos tienden a transformarse en luchas no sólo respecto a la distribución del ingreso, sino en cuanto a su origen en el proceso mismo de la producción.

Para mantener la reproducción de este modelo de apropiación del excedente, inició una apropiación acelerada, incluso del excedente futuro, o sea, la deuda externa, que será pagada por el excedente que generen nuestros hijos.

En la coyuntura actual, cambiaron muchas cosas que limitan la reproducción de este modo de expropiación de riqueza. Los precios de las importaciones suben todos los días, somos un importador neto de hidrocarburos y a precios muy elevados, se agotaron las reservas internacionales netas, el presupuesto del Estado sufre de un déficit crónico y ahora con un financiamiento más costoso. Por lo tanto, la reproducción del modelo está en duda.

Por lo expuesto, queda claro que la escuela marxista no tiene la capacidad de interpretar la realidad boliviana, pero sí nos muestra todo lo que no debíamos haber hecho (y lo hicimos), recordando, además, que todas sus recomendaciones y análisis fueron hechos como una explicación a la crisis capitalista de 1930; y, por lo visto, 100 años después, en Bolivia, no fuimos capaces de entender a Marx y menos a la teoría económica vigente.

Los economistas políticos clásicos y los marginalistas, suponían que cualquier gasto estatal tenía que ser a expensas de una parte de la población, y ese es precisamente el modelo económico y político que debemos extirpar de Bolivia.

Joshua Bellott Sáenz