Susana Seleme Antelo
En Bolivia, el Movimiento al Socialismo –MAS- anda cavando trincheras desde hace 17 años contra la democracia como convivencia entre diferentes, contra la pluralidad política, contra el Estado de Derecho, la libertad de opinión. Contra la independencia de poderes para politizar la justicia, judicializar la política e imponer su dominación total, porque cree que ya conquistó la hegemonía cultural.
El MAS es adicto al ejercicio de poder autoritario revestido de demócrata, amparado en el método: el voto. Es afín al poder populista que desecha la verdad histórica, miente con desparpajo y manipula a las masas vía propaganda política; insiste en la industrialización sin crear empleo productivo ni fuentes de trabajo, pero crea empresas estatales ineficientes, elefantes blancos, con sobreprecios y quebradas.
Antes, el MAS andaba unido como una piña, hoy en enconada guerra de trinchera: ‘evistas’, leales al ex Morales, jefe del MAS, y ‘arcistas’, afines al hoy presidente Luis Arce. Sin embargo, se unen por el ‘sociolismo’, socios en la conjura contra la democracia y la rendición de cuentas en la gestión pública. Por eso votan al unísono en la Asamblea Legislativa a favor de leyes autoritarias reñidas con la transparencia y el respeto a las múltiples determinaciones de la realidad.
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Tiempo de trincheras en el país sumido en la corrupción estatal y gubernamental, sin que ninguno de sus malhechores se ruborice, tanto en la época del ex Morales como en la de Arce. Roban autos en Chile, los introducen a Bolivia de contrabando, los legalizan a pura maña, se regalan a policías y militares, y el presidente los dona a ‘movimientos sociales’.
Algunos funcionarios ‘caradura’ culpan a los chilenos por no cuidar su parque automotor. “La culpa es de otros”, apunta Carlos Valverde.
Y ahí anda la trinchera del narcotráfico, desde Chapare, reducto político del ex Morales, donde se cultiva la materia prima de la cocaína, la hoja de coca, mientras las fábricas de droga y el crimen organizado campan por todo el país y matan en cualquier lugar.
Hay otra trinchera: ‘el corralito’ al dólar en el sistema bancario y una ‘desdolarización’ en curso: los ahorros del intervenido Banco Fassil, sospechada intervención aupada desde el centralismo, serán devueltos a los ahorristas en pesos bolivianos: a 6.96 bs. cuando el valor en mercado paralelo, trepa a 8 bs. y va en ascenso. Trinchera entre lo que dice el presidente sobre la economía, mientras los sectores productivos carecen de diésel y de dólares para producir y comprar insumos, la sociedad sufre de escases de productos alimenticios básicos y una inflación sin pausa.
Trinchera entre un Estado centralista y concentrador de entre 85% y 92% de las riquezas generadas en el país, amén de su naturaleza antidemocrática.
A ese Estado se enfrenta Santa Cruz con demandas de autonomía de viejo cuño, por razones históricas, políticas, económicas y culturales. El Mas se estrella contra el patrón productivo exportador y generador de excedentes cruceño que atrae sin freno migración interna, desde el último tercio del siglo XX.
Como señalan desde el Comité Cívico Pro Santa Cruz, se trata de “el crónico sabotaje del Poder Central a la economía y las estructuras formales del poder político de Santa Cruz, en perjuicio del desarrollo económico, del desenvolvimiento de las actividades empresariales, agropecuarias, forestales, exportadoras, y en detrimento de la tranquilidad ciudadana y la paz social”.
Ha sido y es una ‘guerra de alta o baja intensidad’ entre Santa Cruz y el Estado Centralista, que pretendió y pretende una hegemonía cultural y una dominación política a la que Santa Cruz siempre opuso resistencia.
Ya desde los pasados años ’80, para el paceño Ramiro Velasco Romero el Estado Centralista en Bolivia, desde su creación, “se erige como una superestructura vertical… producto de la estrechez política del sistema administrativo estatal (…) y por lo tanto “de una visión parcial de los fines de la nación: “es la impotencia estatal para contener a la nación”. Es decir, al ser social diverso que le da vida al país, y que se expresa no sólo en los conflictos con esta región, sino también con otras de Bolivia.
Santa Cruz ha sido catalogada como regionalista, separatista, divisionista, racista y otras ‘istas’ desde el centralismo. Nada más fácil que la estigmatización a falta de argumentos políticos sólidos. Para el sociólogo francés Pierre Bourdieu (+), el regionalismo está vinculado a la idea de estigma.
Es decir, se priva a la región de los capitales que se concentran en la capital. La región existe como unidad definida por la dominación política, económica y simbólica del centralismo. Para invertir el sentido y el valor de los rasgos estigmatizados aparecen las reivindicaciones regionalistas, que intentan convertir la identidad estigmatizada en símbolos positivos de identidad regional económica, social y cultural, para conservarlos, transformar la realidad y lograr crecimiento y desarrollo sustentables e inclusivos.
En este tiempo de trincheras, desde el Comité Cívico pro Santa Cruz y la sociedad civil organizada se busca un cambio cualitativo en la relación con el Estado Centralista. Se debe partir de la base de que las autonomías están inscritas en la CPE, aunque cercenadas en competencias y sin Pacto Fiscal.
Lo que debemos pelear, hoy por hoy, contra las trincheras del poder político del MAS que se quiere total, es más y mejor autonomía en democracia como condición social: todos iguales ante la ley