En la década de los 60, el psicólogo de la universidad de Harvard, Stanley Milgram, popularizó una teoría que se conoció como “los seis grados de separación”. Este estudio sugiere que cualquier persona en la Tierra puede estar conectada con cualquier otra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de seis intermediarios. El concepto está basado en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena, y sólo un pequeño número de enlaces son necesarios para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera.
Con un ejemplo se explica mejor: si yo quisiera ponerme en contacto con la “diosa” de mi adolescencia, que me provocó muchas noches de insomnio —entre otras cosas—, la actriz italiana Monica Bellucci, podría comenzar llamando a mi amigo, el cineasta Rodrigo Bellot; él conoce de cerca al productor cinematográfico, Steven Soderbergh, que con la película Sex, Lies and Videotape, ganó la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes; Soderbergh, que dicen que es buena gente y sus padres tienen ascendencia sueca —creador además, de la marca Singani 63, la bebida emblema de Bolivia en el mercado estadounidense—, llamaría al presidente del jurado de la versión 2023, el también sueco, Ruben Östlund, que es íntimo amigo del organizador del Festival de Venecia; éste último whatsappea todos los días con su coterránea, la sublime Bellucci, y podría sugerirle que atienda el llamado de un fiel admirador sudaca que, en los ardientes veranos de Sucupira, todavía suspira y fantasea con ella, de la misma manera en que lo hacían los bambini que el director Giuseppe Tornatore puso en el malecón de la película Malena, mientras Monica levitaba sensualmente bajo los sones de Ennio Morricone.
Si bien la idea de los seis grados de separación ha sido ampliamente divulgada y discutida, no es una regla estricta que se aplique en todos los casos. La conectividad en la era digital y las redes sociales ha cambiado la forma en que nos relacionamos y podría haber alterado la distancia promedio entre individuos en términos de conexiones sociales. Sin embargo, la teoría en sí misma, sigue siendo un concepto interesante en el estudio de las redes y la conectividad humana.
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Si antes de la disrupción tecnológica “el mundo ya era un pañuelo”, la realidad del tejido social en Sucupira —crisol de culturas y con características únicas y particulares—, poseería una dinámica de vínculos drásticamente divergente de la teoría clásica de las seis personas. En nuestra sociedad, caracterizada por su calurosa hospitalidad y bienvenida a los foráneos y extranjeros, la facilidad con la que se pueden tejer lazos de amistad crea un entorno propicio para reducir y hacer más corta la distancia y separación que sugería la teoría original.
En esta bulliciosa urbe, en el corazón de América, la rápida y fácil inserción social de un uruguayo —con una gruesa billetera— le permitió tener comparsa, fraternidad, equipo de fútbol, frecuentar el club house de su exclusivo condominio, y poco faltó, para ser tapa de alguna revista socialera. El estrato económico medio y alto es más denso y cohesionado que el resto de la pirámide social. “En este pueblo casi todos nos conocemos”, diría una vecina entrada en años. Aunque ya no es tan común en los jóvenes, todavía se escucha alguna doñita preguntar, con un tonillo rancio y discriminador: “y este, ¿cuyo hijo es?”. Parece que, en este caso, los billetes pesaron más que el pedigrí del forastero.
Aunque los detalles pueden variar en la práctica, la idea fundamental de que todos estamos interconectados a través de una serie de conexiones, no muy distantes, sigue siendo una perspectiva valiosa en un mundo cada vez más globalizado y tecnológicamente avanzado. Sin importar cuán vasto pueda parecer el planeta, estamos más cerca de lo que creemos. Así que, estoy tentado a arriesgarme a que la Belluccci me susurre al oído: “¿di chi sei figlio?”.
Alfonso Cortez es Comunicador Social