Gemas lingüísticas


Desde mi barbecho 

Un periodista colombiano, que está haciendo una pasantía en el programa Asuntos Centrales, de mi amigo Tuffi Aré, decía el otro día que tuvo que investigar el significado de la expresión “palo blanco”; porque, si bien se entendía lo que quería decir por el contexto, era la primera vez que la había escuchado.



En Bolivia, todos sabemos que una persona que presta su nombre en un contrato o negocio, que en realidad es de otra persona, es un “palo blanco”. Esta expresión, tan nuestra, es lo que se conoce como bolivianismo. Salvo en el norte chileno, donde las fronteras culturales e idiomáticas son tan difusas, en ningún otro país de habla hispana se usa esta expresión para señalar a una persona que presta su identidad buscando ocultar o legitimar los bienes de terceros, por lo general, habidos ilícitamente.

Sin mucho éxito, yo también investigué el posible origen de esta expresión. Aunque las fuentes no son tan confiables, el término vendría de la Guerra del Pacífico, donde el ejército chileno manufacturaba objetivos falsos buscando que las tropas enemigas bolivianas desplieguen y malgasten recursos sobre “blancos” que eran maquetas (tanques, soldados y otros) hechas de madera. Esos blancos de palo (madera) buscaban distraer o engañar al adversario. No estoy tan seguro de esta versión, pero, es la que encontré. Quizás este artículo provoque que algún lector me haga llegar la que considera más cierta o creíble.

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En el resto del mundo hispanohablante, a quien presta su nombre para figurar como titular en un negocio o asunto jurídico ajenos, se lo conoce como testaferro. Este término, de origen italiano, significa literalmente “cabeza de hierro”. Un testaferro suplanta, encubre o se disfraza legalmente de una persona mandante, a la que en el fondo representa. En estos días, la policía está apuntando indiscriminadamente a muchos blancos, algunos de palo; y otros, verdaderamente testaferros; “palos blancos”, para que nos entendamos.

En mi libro Crónicas de fondo, tengo una simpática crónica —El día que Washington me macurcó—, que gira en torno a otro bolivianismo, aceptado por la Real Academia Española (RAE), la macurca; cuyo nombre científico es mialgia diferida, o dolor muscular de aparición tardía, más conocida como agujetas. El párrafo de cierre dice así: “En el barrio Capitol Hill, frente al Capitolio, que alberga las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos de América, aprendí dos cosas: primero, las microrroturas de algunas pequeñas fibras musculares, por haber realizado un esfuerzo mayor al acostumbrado, son las causantes de la mialgia diferida. Y segundo, solo en Bolivia nos macurcamos”.

Aquí cito dos, pero hay casi dos mil bolivianismos aceptados en el diccionario de la RAE (cuchuqui, descuajeringado, yapa, encamotarse, flete, hurguetear, locro, ñeque, etc.). El español, uno de los idiomas más hablados en el mundo, se extiende a lo largo y ancho del planeta con una riqueza y diversidad lingüística impresionante. Aunque la base gramatical y léxica es compartida, cada país de habla hispana ha enriquecido este idioma con matices, frases y expresiones que son auténticos tesoros culturales. Estas particularidades reflejan la historia, la geografía y la idiosincrasia de cada nación, tejidas en palabras que solo cobran sentido en sus respectivas tierras.

Muchas veces, una mirada foránea nos hace apreciar y descubrir esas pequeñas joyas filológicas escondidas, ese sentido de comunidad que damos por sentando u olvidamos. La paleta de colores lingüísticos, que matizan nuestras formas de hablar, contiene lazos afectivos y sociales que son únicos y singulares porque nacen de experiencias compartidas, muestran nuestra diversidad cultural, los valores y las aspiraciones de quienes así nos expresamos.

Alfonso Cortez

Comunicador Social

Fuente: eju.tv