Ningún análisis sobre el presente y el porvenir de Bolivia puede prescindir del rol fundamental que está desempeñando Santa Cruz en todos los ámbitos de la vida nacional. La centralidad del protagonismo actual y futuro de este departamento, es una evidencia absoluta que no tiene que ver únicamente con el hecho de que hoy albergue al 35% de la población del país, represente el 33% del PIB nacional y el 33% de las exportaciones totales; que lidere con ventaja los indicadores de crecimiento anual, aporte tributario o crédito productivo; y ni siquiera que supere el promedio nacional de desarrollo humano o que reporte altos indicadores de empleo, educación y destino de la migración interna.
Su relevancia no solo se define por lo que ha logrado en poco más de medio siglo, sino por lo que representa en términos de proyecciones, esperanzas y certezas.
Santa Cruz es la única región que, en nuestra vida republicana, logró construir un paradigma de desarrollo diferente al que se imponía desde el gobierno central, pero, ante todo, que fue capaz de hacerlo sostenible, al trascender el simple objetivo del crecimiento cualitativo, y conjuncionar exitosamente factores tan complejos como la generación de riqueza y la economía a escala, el desarrollo social, el bienestar individual y el respeto por la democracia.
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En términos territoriales ha consolidado un liderazgo horizontal basado no en la imposición vertical, sino en la complementariedad, al generar las capacidades suficientes para articularse con los intereses y objetivos de otras regiones, construyendo sinergias y visiones comunes que superaron las rivalidades y estériles comparaciones que suelen simplificar hasta el absurdo las relaciones interdepartamentales.
Así, por ejemplo, las industrias ganadera, avícola y pecuaria de Santa Cruz, Cochabamba y Beni están fuertemente relacionadas en varios eslabones de la cadena productiva; Tarija y Santa Cruz comparten sin competir su fortaleza hidrocarburífera y hoy soportan por igual los efectos de la disminución de las reservas. La agroindustria cruceña está recibiendo un gran impulso de la fabricación de fertilizantes en el trópico cochabambino. Una gran parte de la producción cruceña de alimentos, manufacturas, medicamentos y otros, se destina a los mercados del occidente; el crecimiento del transporte pesado de La Paz, Oruro y Cochabamba se debe al dinamismo de la demanda cruceña, y los bloqueos en Santa Cruz afectan al país entero.
En lo político, Santa Cruz ha aportado a transformar la administración del Estado, primero con la descentralización, y luego con la inclusión constitucional del modelo autonómico, defendido en intensas luchas regionales articuladas con los objetivos del resto del país. Al liderazgo cruceño no solo le debe el país el sistema de redistribución de recursos de coparticipación tributaria, sino la elección de gobernadores y alcaldes y una serie de competencias locales, arrancadas a fuerza de lucha al centralismo excluyente que incluso hoy bloquea su plena implementación.
En 2019, tras los más devastadores incendios forestales, causados por la política de colonización salvaje, Santa Cruz asumió la necesidad de incorporar la protección medioambiental en su visión de futuro, y hoy enfrenta el desafío de proteger los acuíferos, garantizar el uso sostenible de suelos, disminuir la contaminación de sus ríos y bosques y generar políticas locales de resiliencia y adaptación a los efectos irreversibles del cambio climático.
El conjunto de valores que han moldeado en el último siglo la narrativa y la práctica de lo cruceño, han producido una nueva forma de identidad nacional que trasciende regiones, culturas y partidos, y están orientando a las nuevas generaciones de bolivianos, hacia la búsqueda de un desarrollo sustentable basado en la libertad, la legalidad, el trabajo creador, la defensa del medio ambiente, el esfuerzo privado y, sobre todo el bienestar humano construido sobre la unidad, la felicidad y la paz.
Sin embargo, el camino que escogió Santa Cruz, siempre estuvo lleno de baches y rastrojos. Como sucedió en la lucha por el 11%, el modelo político centralista, impulsor del enfrentamiento, el bloqueo y la división, está desplegando toda su artillería para detener esta expansión, porque ya la percibe como la ruta que seguirá inexorablemente la ciudadanía. Los bloqueos sistemáticos, el enjuiciamiento de los dirigentes, la presión a sus empresarios, los avasallamientos de tierras, las campañas de desprestigio de sus instituciones, son medidas desesperadas de un modelo centralista en decadencia, que muestra sus últimos estertores, pero que no por eso deja de ser peligroso.
El avance cruceño no puede detenerse, pero sí ralentizarse. La fortaleza, la paciencia, la unidad y la sabiduría serán esenciales para alcanzar el objetivo trazado hace 213 años cuando Santa Cruz decidió emanciparse del dominio español y sumarse a la construcción de una patria libre, grande, fuerte y con un futuro provisorio como la que tenemos hoy.
Ronald Nostas Ardaya
Industrial y expresidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia