Naciones Unidas reconoce el trabajo de estos ciudadanos que entregan parte de su vida en favor de una causa. Esto sucederá el próximo 12 de diciembre en La Paz
Fuente: El Deber
“Mucha gente nos llama héroes, pero somos personas comunes que también sentimos, solo hemos recibido un entrenamiento que nos prepara”, compartió Shadi Rezvani, voluntaria desde hace ocho años en la Unidad Urbana de Bomberos de Rescate (UUBR).
“En situaciones de las que normalmente la gente sale corriendo es cuando nosotros entramos. Sin duda hay un impacto fuerte, que si uno no presta atención, puede ser muy complejo”, apuntó.
Rezvani integra un grupo de 10 mujeres de un total de 70 voluntarios. Cree que la presencia femenina entre los rescatistas aporta mucho más de lo que socialmente se cree. Cuando, en su turno semanal, a ella le toca atender una emergencia es la oficial a cargo. “Atendemos desde incendios estructurales en industrias, de interfaz y forestales, hasta rescate de animales, rescates en accidentes vehiculares, en altura, acuáticos, todo tipo de emergencia”, explicó al diario EL DEBER.
Mucha gente sabe que los bomberos voluntarios son expertos en atender emergencias, pero poco se dice sobre el impacto emocional que deja en ellos las situaciones dolorosas que confrontan a menudo. En la UUBR es tan importante el bienestar de sus miembros que han gestionado un apoyo psicológico para sobrellevar estos efectos.
“Vemos y vivimos cosas fuertes. Cuando salimos a una emergencia, por la adrenalina o por muchos factores se nos activa un estado emocional distinto, yo lo sentía en los incendios de la Chiquitania, por eso ahora tenemos el apoyo de una psicóloga”, contó.
Rezvani agregó que el entrenamiento al que son sometidos también ayuda bastante; sin embargo, reconoció que algunos pueden lidiar con presión familiar o laboral que termina afectando, incluso, su salud.
Aunque ella es soltera, no tiene hijos y en el trabajo hay tolerancia cuando hace turno, admitió que el apoyo del círculo cercano a los voluntarios es fundamental para desertar o no.
Probablemente UUBR tiene mejores condiciones que otros grupos en cuanto a equipamiento y otros insumos, pero adicionalmente a los turnos, estos voluntarios deben asistir a entrenamiento todos los sábados, a capacitaciones, eventos de recaudación de fondos y emergencias extraordinarias, que exigen recursos también extraordinarios. Y como si fuera poca cosa, están obligados a convivir con la falta de un seguro de salud.
Y entre las satisfacciones más grandes para persistir, además del servicio al prójimo, Shadi confesó que es interesante llevar mente y cuerpo al límite, y saber que esta labor deja vínculos de amistad muy especiales, que no se encuentran en otras facetas de la vida, ni siquiera entre familia.
Alberto Morales, comandante de la Fundación Voluntaria de bomberos y rescate FV-FEROS. Tiene 42 años de edad, y empezó en este servicio cuando tenía 15.
Si bien las cosas han mejorado, reconoció que al principio tenía que lidiar con su círculo más cercano. “Todos te dicen ‘a qué vas, ni siquiera te pagan, es pérdida de tiempo con la familia y con los amigos’. Creo que ese es el primer obstáculo a superar”, compartió.
Para la buena fortuna de Alberto, eso dejó de ser un problema, pues su esposa también es bombero e instructora. “Logramos contagiar esa locura”, celebró.
Entre las dificultades cuando empezó en esta labor, Morales recordó que tenía que hacer de todo para conseguir recursos, costear el pasaje diario y asistir a la instrucción; también despertar temprano y cocinar el almuerzo. “La típica de las comidas de los voluntarios era preparar arroz con papas y huevos para largas y exigentes jornadas que marcaron mi formación”, compartió.
Es tal la demanda de fuerza mental y física, que de la generación de Alberto, de más de 600 voluntarios, después de la prueba quedaron 45. En la actualidad solo dos están activos.
Pero los sacrificios no quedaron en el pasado. Hasta hoy, las capacitaciones se hacen con recursos propios, tanto en otras ciudades del país como en el extranjero. Hace poco, Morales y su grupo auxiliaron en los incendios de Rurrenabaque y San Buenaventura. “Estábamos sin fondos y nos tocó hacer una breve campaña en la Feria Internacional de La Paz (FIPAZ)”, recordó.
Se sinceró y dijo que se conmovió al ver el trabajo de los voluntarios, quienes trabajaron hasta quedar exhaustos, y que aun así todo ardía, se seguía quemando.
“Estuvimos desde septiembre, y verlos agotados, durmiendo en el suelo en las líneas de defensa, me dejó claro que debo seguir en esto hasta los últimos días de mi vida y generar mejores condiciones para ellos en la lucha contra los incendios forestales. Nos rompimos el lomo”, afirmó, y admitió que si bien la tarea es dura, también es muy satisfactoria.
Los incendios de 2019 en la Chiquitania marcaron un antes y un después en la vida de Daniela Justiniano. No se conformó con ver el desastre ambiental a través de las noticias, sino que conformó, junto a otros jóvenes solidarios, una red de ayuda que luego adquirió la identidad de ñas “Alas Chiquitanas”.
En esa época gestionaron una avioneta para apoyar a los bomberos, además de conseguir recursos para equipos de protección personal (EPP), alimentos para las ollas comunes y otros insumos. Los movió ver a los voluntarios partir y confrontar al fuego sin las condiciones adecuadas.
“La gente no creía a las autoridades y veíamos que estas eran sobrepasadas en todos los niveles. Fue entonces cuando la ciudadanía tuvo que involucrarse. Tratábamos de hacer algo desde la ciudadanía y hubo mucha unión, muchísima gente ayudó, y solo nos conocíamos por teléfono”, recordó la voluntaria.
Desde ese año hasta hoy, han cambiado los voluntarios de Alas Chiquitanas, uno de ellos, Gustavo Castro, el de mayor experiencia en activismo murió por cáncer. Daniela permanece, y sigue siendo referente de ayuda para los grupos de bomberos, que a pesar de los avances siguen con carencias, especialmente en las provincias del departamento.
Amor sobre cuatro patas
Otro voluntario dedicado. La vida de Edgar Ortega es digna de un libro. Nació en Chuquisaca y quedó huérfano de mamá a los cuatro años, estuvo de casa en casa y a los 13 años era independiente. Llegó a Santa Cruz cuando tenía 16 años. Fue vendedor ambulante de dulces, carretillero en el antiguo mercado Abasto, y también vendedor de películas.
Descubrió su vocación animalista cuando se encariñó con la perrita de su compañero de trabajo, mascota que lo ayudó a salir de la depresión que experimentó a menudo en esos años.
“Desde niño sufrí mucha depresión y soledad porque no tuve infancia, nunca jugué como un niño normal, todo era trabajo”, confesó el voluntario.
Irse por el mal camino nunca fue opción para él. “Es algo del corazón, no sé si serán los valores o el sufrimiento, pero nunca me influenciaron para robar o hacer cosas malas”, compartió.
Hoy Edgar tiene 36 años, siempre anda de chinelas y dice que las apariencias le importan muy poco. Está ocupado y concentrado en conseguir recursos para alimentar a más de 200 perros y 30 gatos. Necesita cuatro bolsas de croquetas cada día.
Su contextura pequeña nunca ha sido impedimento para rescatar animales heridos, grandes y fieros. A veces lo han lastimado, pero se ha levantado y ha continuado. Gracias a la experiencia es casi un veterinario empírico.
Edgar cree que muchas veces el voluntariado es una especie de terapia para personas con problemas emocionales. “En el refugio he recibido personas que intentaron el suicidio, pero que llegaron, ayudaron, mantuvieron la mente ocupada, y salieron de la depresión”, celebró.
El deseo de salvar vidas de mascotas abandonadas le ha costado problemas a Edgar, pero no se rinde. Le han pedido desocupación, ya que no tiene casa propia, pero también le han prestado un terreno. Lo han amenazado por defender animales sufridos.
“No tengo miedo de exponer a las personas que maltratan, las denuncio públicamente y presiono a los autoridades”, confesó.
Su labor lo adentra en historias dolorosas, la última fue la de un anciano que murió en la calle y dejó ‘huérfanos’ a dos perros que no se movían de su lado, y que son parte del refugio de Edgar.
Además de hacerse cargo de esos animales, se puso en campaña de recaudación de fondos para dar cristiana sepultura al adulto mayor, que era de escasos recursos económicos. “No hago las cosas por figurar, tampoco quiero ser un animalista más. Desde niño valoro mucho la vida y quiero contagiar eso a más personas”, finalizó.
Premio al voluntariado
El 5 de diciembre se conmemoró el Día Internacional del Voluntariado y en honor a esa fecha el Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas en Bolivia tiene una actividad programada.
Cyra Daroca, la responsable regional de los voluntarios ONU, informó que el 12 de diciembre, en el Hotel Europa, en La Paz, se realizará la segunda versión del Premio Yanapiri (en aymara, persona que ayuda). El evento contará con la presencia de voluntarios de todo el país y servirá para el intercambio de experiencia.
Dijo que este reconocimiento está pensando para visibilizar las acciones voluntarias de la sociedad civil, “nosotros como personas podemos contribuir a formar un mundo mejor. Desde nuestras acciones podemos llevar al cumplimiento de los objetivos del desarrollo sostenible (ODS)”, explicó la especialista
Según Daroca, la primera versión del año pasado permitió tener una fotografía del ecosistema de voluntariado en Bolivia.
Fuente: El Deber