Literatura ¿para quién?

 

 



La literatura infantil y juvenil cumple un rol fundamental para el desarrollo educativo y humano de los países. Es evidente que, en países con un alto perfeccionamiento intelectual, mejores posiciones en los rankings de las pruebas PISA (El informe del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes o Informe PISA es un estudio llevado a cabo por la OCDE a nivel mundial que mide el rendimiento académico de los estudiantes en matemáticas, ciencia y lectura).

Además de un progreso notable en los ámbitos político, económico, social, industrial, literario, educativo y tecnológico, la valoración y el respeto hacia la literatura infantil y juvenil son prioridades arraigadas. Este compromiso con la literatura infantojuvenil se fundamenta en el reconocimiento del valor de la niñez y juventud, que se refleja en la inversión en su educación y su literatura como una prioridad fundamental.

Claro está que la literatura escrita para la niñez y juventud no solo entretiene, sino que también despierta la imaginación, fomenta la reflexión, estimula el pensamiento crítico y creativo, cultiva los principios, la ética que guiará a las futuras generaciones de los países. A lo largo de la historia, autores de diversos países han creado personajes que desafían estereotipos y ofrecen nuevas perspectivas sobre la sociedad y la cultura, formas distintas para superar los problemas y las crisis políticas, sociales, para que la humanidad siga desarrollándose o perezca por completo.

Desde Pinocho en Italia, Max y Moritz en Alemania hasta Mafalda en Argentina, estos personajes han trascendido fronteras y desafiado convenciones sociales. Por ejemplo, Charlie Brown elogia la aceptación del fracaso como parte del crecimiento personal, mientras que Pippi Calzaslargas desafía los roles de género establecidos.

Italia no solo nos brindó al inconstante y mentiroso Pinocho (Collodi, 1883), sino también a los heroicos y rectos jóvenes de Corazón (Amicis, 1886). En Alemania, conocido por su orden y disciplina, surgieron los primeros niños rebeldes y maleducados, auténticos revolucionarios en la literatura infantil: Max y Moritz (Busch, 1865), dos muchachos traviesos sin intención de enmienda que sentaron las bases para futuros personajes como Zipi y Zape (Escobar, 1948).

Alicia (Carroll, 1865) y sus amigos, representantes de la libertad y el caos, vieron la luz en la Inglaterra victoriana. Heidi (Spyri, 1880), la campeona de los corazones sensibles se erige como la figura más emblemática de Suiza, país conocido por su contención y precisión.

En cuanto al país de Descartes y del amor por la razón (y también de Pascal, es cierto), sus personajes infantiles más conocidos son Babar (Brunhoff, 1931) y El Principito (Saint-Exupery, 1943), dos obras que llegan directamente al corazón. Y si Francia es reconocida como la cuna del chovinismo, también lo es de su mayor sátira: Astérix (Goscinny-Uderzo, 1959).

Es clave notar cómo cada país elige representantes literarios que a menudo no se parecen a ellos en absoluto. Shakespeare, el menos inglés de los escritores ingleses, representa a Inglaterra, mientras que Goethe, un hombre tolerante en un país propenso al fanatismo (a aquellos tiempos), es el rostro de Alemania. Esto sugiere que cada país busca en sus autores una suerte de remedio para sus propios defectos, en los distintos momentos de su historia política, social y económica.

En Bolivia, la escritura y promoción de la literatura infantil y juvenil es fundamental para cultivar una generación de adultos pensantes y con principios claros, en este sentido la labor de la Academia Boliviana de Literatura Infantil y juvenil (ABLIJ) es fundamental, y lo hacen excepcionalmente, con un amplio reconocimiento por parte de sus homólogas en distintos países del mundo, en los cinco continentes, a la vez el desafío de dicha Academia es enorme, y lo asumen épicamente.

Hace poco ingresó a dicha Academia, la escritora Carolina Loureiro, cuya obra literaria fascina con sus historias mágicas y evocadoras, es un ejemplo perfecto de cómo la literatura puede inspirar, educar y transformar. La obra de Carolina Loureiro emerge como una gema literaria que nutre el pensamiento crítico y reflexivo desde los primeros años de vida, e incluso antes de nacer.

«Hipocleto, el cuidador de sueños» y «El árbol de Anselmo», son dos obras emblemáticas de Loureiro, encierran en sus páginas un universo de fantasía y magia que cautiva a lectores de todas las edades. En «Hipocleto, el cuidador de sueños», Loureiro nos sumerge en un viaje onírico donde los sueños se convierten en tesoros que moldean la vida de su protagonista, y las pesadillas atentan con quitarle esos tesoros. Esta historia no solo alimenta la imaginación de los pequeños lectores, sino que también les enseña la importancia de vencer las pesadillas que a veces se infiltran entre estos sueños y quieren vencer la bondad, es un libro clave para cultivar la fuerza de voluntad, el poder de la mente.

Por otro lado, «El árbol de Anselmo» nos transporta a un mundo donde la naturaleza es protagonista, cobrando vida de una manera mágica y encantadora, el desierto que puede ser la vida, la aridez mental, si bien la obra está contextualizada en lugares concretos, cuando leemos a Loureiro, la presencia de metáforas y giros semánticos es inevitable, porque ella escribe con el halo de la poesía. Anselmo vive en el desierto, sueña con conocer un árbol real, en su escuela le han mostrado uno, decide viajar con su abuelo, para encontrarse con el árbol. La genealogía familiar, la búsqueda existencial atraviesa esta obra, es una joya literaria para niños y grandes.

Por otro lado, en Santa Cruz, Bolivia, tenemos un clásico, poco visitado, pero que refleja la realidad y los temas pendientes con la niñez del país, y es la obra «Paquito de las Salves», en la versión de poema pastoril de Marcelino Montero, y también la versión de Jorge Suárez, ambas conservan la esencia: logran contar y poemar las aventuras de un huérfano que recita y canta en velorios. Paquito es un personaje singular, un huérfano cuyo apellido es tan simple como su oficio: recitar o cantar salves, oraciones y rezos en los velorios.

Siendo Paquito un trabajador de la palabra, es natural que sea él mismo quien narre su propia historia: una de vagabundeo y migración forzada debido al hambre, esas errancias frecuentes o huidas que la escasez impulsa. «Sin nada que comer, salí a correr por el mundo, dejando atrás mi barbecho», nos dice Paquito al iniciar su canto contado-poemado. Su historia refleja las duras realidades de la migración forzada y la lucha contra el hambre, proporcionando una visión dolorosa de la vida de la niñez en Bolivia, deudas pendientes hay.

En conclusión, la literatura infantil y juvenil desempeña un papel crucial en la formación de individuos íntegros y conscientes de su entorno. Es responsabilidad de todos fomentar el amor por la lectura y garantizar el acceso a una amplia variedad de obras que enriquezcan el crecimiento personal y cultural de cada individuo que habita este mundo, en distintas latitudes del planeta, pero más aún, en países donde el respeto por la niñez y juventud brilla por su ausencia.

 

Claudia Vaca

Filóloga y escritora.