Los precandidatos presidenciales no prestan atención a un montón de artículos que les piden acordar un método para determinar cuál está mejor posicionado para ganarle al MAS.
No les mueve un pelo que los votantes opositores estén rogando a Dios para que lleguen a ese acuerdo. Tampoco que la división del MAS les brinda la mejor oportunidad que han tenido en su vida de derrotar al populismo el 2025.
Prefieren los artículos que les dicen que es mejor dividir el voto opositor. Jorge Patiño Sarcinelli lo sostiene por tercera vez en su ocurrente intervención “Una peta, cuatro elefantes y un candidato” (Brújula Digital, 12 de mayo).
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En mi último artículo “La prueba de fuego de los aspirantes a la presidencia” (Visión360, 13 de mayo) insisto en que el voto opositor no se divida. Patiño concentra su escalpelo crítico en uno de los primeros artículos donde denuncio a los que lo dividen.
No es por amor a la polémica que le respondo. Temo que los precandidatos que apuntan a dividir el voto opositor usen sus críticas para refutar lo que publiqué.
Patiño se divierte pinchando las siglas con que abrevié frases que nombran al grupo de precandidatos que acepten mi propuesta y al comité organizador que la implemente.
Raúl Peñaranda me recordó un video de Les Luthiers que pulveriza el mal uso de siglas. Un afanoso de autoridad política repite entre salivazos la impronunciable sigla de un supuesto comité de reforma de la letra del himno nacional argentino. Una inimitable sátira.
Cabe notar que hay tres tipos de sátira. Primero está la sátira mordaz, que busca hacer daño a las personas satirizadas. No es el caso del ingenioso ataque de Patiño contra mis siglas.
En segundo lugar, está la sátira que los expertos llaman “desdentada.” Ópera de una manera benévola. Apunta a corregir errores. No causa daño a los que erraron. Mis siglas rindieron su alma ante los amables enciazos de Patiño.
En tercer lugar, está la sátira secreta, que practico hace años. No puedo decir en qué consiste porque es un secreto. Lo único que anoto es que los satirizados me agradecen por elogiarlos.
En las partes donde se pone serio, Patiño denuncia la “imposibilidad fundamental del objetivo.”
Está claro que es más fácil meter una docena de gatos salvajes en una bolsa que convencer a unos pocos precandidatos que se pongan de acuerdo en un método para seleccionar al que esté mejor posicionado para ganarle al MAS. Esa no es una razón para no intentarlo.
Patiño observa que estas propuestas (la de Amparo Ballivián, la mía y otras) “parten de supuestos cuestionables: a) que hay en el país un candidato que pueda ganar en primera vuelta y b) que la oposición al MAS es suficientemente homogénea ideológicamente como para fusionarse bajo un solo candidato y un programa coherente.”
Ninguna de estas propuestas sostiene que el candidato mejor elegido tiene que ganarle al MAS en primera vuelta. Esa es una atribución que Patiño les endilga en su ánimo de ridiculizarlas y de exhibir su sentimiento de que todo esto es de una futilidad espantosa.
Su alegato de que la oposición no se puede fusionar bajo un solo candidato por no ser homogénea ni en su ideología ni en su programa es una verdad de Perogrullo. Este es justamente el problema que las propuestas intentan resolver.
Otra crítica planteada por Patiño se basa en un cálculo aritmético. Calcula que un candidato único de oposición resultaría en una Asamblea de mayoría masista. Explica que “la probabilidad de llegar a una fuerte representación opositora en el Parlamento podría ser mayor si se capitalizan las fortalezas de cada candidato en sus bases.”
Dejo a los que saben de números la tarea de verificar los cálculos probabilísticos de Patiño. Desde un punto de vista político está claro que en un país presidencialista como el nuestro es preferible controlar el Poder Ejecutivo que dominar la Asamblea. El Presidente puede doblegar una Asamblea dividida entre numerosas bancadas que se deshacen entre sus miembros.
Lo serio del tema no es la crítica de Patiño, sino el silencio abrumador de los precandidatos. Este abrumador silencio tiende a dar la razón a la creciente masa de los decepcionados con las imperfecciones del frágil proyecto de la democracia representativa. Mucha gente se enfurece ante la inconducta de gobernantes y gobernados, excepto cuando es su propia inconducta.
Tampoco es seria la crítica de Patiño cuando se opone a un comité de expertos encargados de ejecutar la propuesta. Le parece que “el riesgo obvio es que ese comité sea endogámicamente conformado por las personas que ellos conocen. Aquí un primer rasgo elitista.”
Llama “un circo” a los dos ciclos de debates que propongo para ayudar a que los encuestados escojan al mejor candidato. Por si ese baldón no fuera suficientemente insultante, añade que no hay nada “que pruebe que lo entendieron.”
Ningunear comités de gente que entiende de encuestas y despreciar debates entre precandidatos suena de lejos a elitismo. Aquí yace una primera contradicción de Patiño.
En la onda de achacar elitismo a estas propuestas, Patiño insinúa sardónicamente que proponemos medir los resultados de los debates mediante “grupos focales en Calacoto y Equipetrol.” ¿Acaso no vive en uno de esos barrios de elite? Segunda incoherencia.
La más grave de sus acusaciones es la de una supuesta “intolerancia del disenso que expresan Ballivián… y Guevara.” Lo afirma con una metáfora riesgosa: “¡Con cuánta arrogancia descalifican al segmento opositor que no quiera mezclar sangre roja con azul!”
Con un gran dejo de arrogancia nos exige que dejemos de ser arrogantes. He ahí una tercera contradicción. Dice que nuestra condena a la actitud negligente de algunos pre-candidatos peca de intolerancia y de que nos oponemos a una extraña cuestión de sangres.
Nos acusa de que los descalificamos porque no quieren mezclar su sangre supuestamente noble y azul con la sangre plebeya que es roja. ¡Qué disparate! Los descalificamos por dividir el voto opositor, no porque Patiño los pinte como unos jailones que rechazan toda forma de mestizaje.
Patiño se declara pluralista. Dice que no acepta “fórmulas, candidaturas y verdades únicas.” No debe ser tan pluralista si defiende a los que dice que se oponen a la mezcla de sangres. No se da cuenta de que esta curiosa forma de supremacía sanguínea bordea en el racismo.
Para terminar, Patiño nos instruye desde su elevado púlpito que “la tolerancia es un elemento esencial de la democracia y con ella la valoración del otro.” No valora ni tolera nuestras sencillas opiniones. Se acoge otra vez al venerable derecho humano a contradecirse.
En esto goza de amplia compañía. Los precandidatos que no quieren someterse a una valoración objetiva exigen a voz en cuello la unidad opositora mientras la dividen.