Golpe sin golpes

Delmar Méndez

Primero, una entrevista «espontánea», en un escenario mediático donde acostumbran desfilar dirigentes políticos afines al régimen, termina con una inducida o prepactada revelación.



Sin que se hayan dado las habituales condiciones de coyuntura que guían la agenda periodística, sin previas circunstancias que sustenten y justifiquen la aparición inusual del máximo jefe de las Fuerzas Armadas, el vociferante general sorprende a la audiencia, al analizar y comentar la situación política y social del país (se supone que los militares tienen una restricción constitucional de hacerlo) y se lanza con una categórica amenaza: meterá preso al mismísimo Evo Morales; irá por él y encerrará a quien, hoy por hoy, es el principal estorbo del gobierno.

Lo dijo o lo hicieron decir, lo mandaron a que lo diga, o estaba previsto afirmarlo como parte de un guion elaborado en algún rinconcito de la Casa Grande del Pueblo.

Un lapsus sin laxante, pero con premeditación en la selección del micrófono ya es un mensaje deliberado. Parte de un plan que encadena o camufla su propia consecuencia.

Al día siguiente, el militar fanfarrón es destituido del cargo por bocón. Y a todo esto, a quién realmente beneficia (¿realmente beneficia?) privar de libertad a quien desde el gobierno se responsabiliza de organizar y promover una convulsión para desestabilizar el régimen. Si así fuera, ¿conviene anunciarlo? ¿Cuál es la lógica de una estrategia de esa naturaleza?

La respuesta subyace a los acontecimientos desencadenantes: una ostentosa irrupción militar de Plaza Murillo, palacio incluido, que no es concordante en su poder coercitivo y con objetivos intencionalmente confusos, se apaga o auto-apaga en la misma tarde que empezó.

La intensidad de la operación militar no guarda proporcional relación con sus resultados. Un ruido de sables que no llegó ni a susurro. Nunca habíamos visto un golpe de Estado tan condescendiente con los supuestos golpeados. Ahí, inequívocamente, hay otro mensaje encubierto, o quizás, no tan encubierto a la luz de los resultados.

Entonces, ¿cuál era el objetivo del plan? ¿Restituir al general depuesto? ¿Da para tanto alboroto una movilización de esa naturaleza?

¿La anunciada liberación de los presos políticos era su motivación principal o intentaba generar simpatías opositoras?

¿Cumpliría, esta escaramuza castrense, la amenaza de su protagonista, en sentido de encerrar a Morales?

Porque, clarísimo está, este desfile alegórico no tenía la menor intención de golpear a nadie, más allá de intentar lo que resultó una frustrada legitimación democrática de un régimen en pleno naufragio de gobernabilidad.