Homo sacer

 

En la antigua Roma existía una figura punitiva denominada homo sacer, mediante la cual los ciudadanos juzgaban a un criminal y lo despojaban de su humanidad para que darle muerte no fuera delito. Su destino era entregado a los dioses.



La lógica de esta vieja ley radicaba en que el individuo en cuestión había ido en contra de la sociedad y puesto en peligro el orden y el bienestar, por lo cual la sociedad romana consideraba que no merecía ser llamado humano; la humanidad no era una condición natural, sino adquirida con base en los valores que en la época se ensalzaba. En ese entendido, del mismo modo que alguien que prestara altos servicios a Roma podía llegar a ser considerado un Dios, otro alguien que provocara daños o disturbios, podía ser despojado de su humanidad.

Así pues, tan pronto un criminal era capturado in fraganti o comprobada su culpa, la sentencia era dada y se le tatuaba la frente. Una vez hecho esto, era dejado a su suerte para que quien así quisiera, dispusiera de su vida; esto de dejarlo a su suerte implicaba ponerlo a merced de los dioses para que, de ser voluntad suya, lo salvaran.

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Entonces el reo, “librado” en las calles y despojado de su humanidad mediante un juicio, caía en manos de los habitantes de la ciudad porque la ley decía que lo que fuera que le hicieran: golpearlo, quitarle la vida, usarlo como esclavo, o lo que uno imaginara en sus fantasías más retorcidas, podía ser aplicado en la humanidad sin humanidad del condenado. Nunca un homo sacer vivió más de un mes.

Hoy, las sociedades “civilizadas” como la nuestra se ocupan grandemente de proteger el derecho a la vida de criminales, asesinos, violadores, descuartizadores, infanticidas, feminicidas y otros, pues nuestro sistema apela a la redención del reo y no al castigo como forma de compensación. El problema en nuestro país es que como el sistema policial y judicial adolece de serios problemas como corrupción, retardación y mala praxis, las instituciones que se encargan del orden y la justicia han perdido credibilidad.

En Latinoamérica y el Caribe, el crimen y la violencia se han convertido en uno de los problemas más importantes y con mayor crecimiento en los últimos tiempos; en 2023 el UNODC informó que la tasa de homicidios en nuestra región es tres veces superior al promedio mundial (18 por cada 100.000 habitantes) y que el 50% de homicidios totales está asociado al crimen organizado. Por ello no es de sorprender que las sociedades latinoamericanas nos estemos inclinando cada vez más a gobiernos que tomen medidas radicales y que no tengan miedo de implantar acciones punitivas que puedan ir en contra de los llamados “derechos humanos” de los criminales.

La otra tendencia visible es el modo en que muchos ciudadanos cuelgan muñecos como advertencia a ladrones y criminales, declarando que aquel que sea pillado delinquiendo, será linchado. De la advertencia se ha pasado a los hechos y cada cierto tiempo se registran en el país casos de supuestos criminales ajusticiados por una turba de vecinos que guarda silencio para proteger a los autores. Fuera del país, es emblemático el caso en México de la mujer que secuestró y asesinó a una menor y posteriormente fue linchada junto a sus hijos.

La laxitud de las autoridades y la tendencia de los gobiernos de la izquierda latinoamericana a defender a los criminales bajo el justificativo de que sus crímenes responder a una realidad difícil, ha generado descontento en todos los estratos sociales que en muchos casos han visto por conveniente hacer justicia por mano propia.

Y es que si lo pensamos, en el aquí y ahora, el homo sacer son las víctimas, sus victimarios les despojan de su humanidad una vez al acabar con sus vidas de manera muchas veces cruel y monstruosa; el Estado los despoja por segunda vez al no hacerles justicia; en esta realidad, tú o yo podemos ser un homo sacer cualquier día y a cualquier hora; la tercera vez nos despojan de nuestra humanidad por los medios que buscan más puntos de rating.

Más de una persona, ante la pregunta “¿qué haría usted ante un criminal que se sale con la suya y no es castigado?”, a menudo la respuesta es que tomaría justicia por mano propia; ante la réplica “¿y si después de ajusticiarlo se entera usted que el ajusticiado era inocente?”, hay quien responde, sin perder la serenidad: “sería una pena, pero en el actual sistema también hay inocentes que son condenados”.

El último caso en nuestro país fue el linchamiento en Ivirgarzama de tres supuestos antisociales arrebatados a la Policía por los vecinos, quienes decidieron darles muerte bajo la presunción de que serían dejados en libertad al poco tiempo. Se supo después que uno de ellos era estudiante de medicina. A mí me cuesta trabajo no tomar partido por los vecinos, pues Ivirgarzama es uno más de los centros donde opera el crimen organizado y sin duda la vida de muchas familias se ve afectada por la inseguridad.

Por otro lado, estoy de acuerdo en que la humanidad es un estado que se adquiere, no cualquier vida es valiosa, mucho más si esta representa un peligro para otras vidas y si el sistema no es capaz de hacer posible una rehabilitación; me temo que no estamos listos para esta conversación.

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