Más de tres décadas después de haber realizado decenas, centenares de abusos sexuales a niñas en Bolivia, el jesuita español Luis Roma (+), conocido como “Lucho”, tuvo un supuesto acto de contrición, público, ante un notario. Fue el 15 de mayo de 2019, en Cochabamba.

No fue gratuito. Había motivos para mostrar un “arrepentimiento” —que no llegó directamente a las víctimas, sino a los investigadores de la Compañía de Jesús—, ante las pruebas irrefutables de lo hecho por este religioso en al menos dos regiones del país.

Para entonces, su congregación ya había conformado una comisión para una investigación canónica que hallaba “monstruosidades” por donde escudriñaba. Una de las pruebas clave fue descubierta en la habitación de Roma en la sede jesuita de Cochabamba: su diario manuscrito.

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El documento y el lapidario informe final de estas pesquisas fueron revelados este domingo por el diario español El País, así como sucedió con el diario del también jesuita español Alfonso Pedrajas (+), en abril del año pasado, lo que provocó un terremoto en la Iglesia Católica boliviana.

El reportaje “Los manuscritos de Charagua: la investigación que los jesuitas ocultaron sobre el misionero pederasta que registraba sus crímenes”, señala que “Roma abusó durante décadas de cientos de niñas indígenas… Las fotografió, las grabó en vídeo y lo recogió todo por escrito”.

En las 75 hojas que estaban en tres carpetas, el pederasta relata lo que llamaba su “obsesión”, entre 1996 y 2001, cuando estuvo en la localidad de Charagua, en Santa Cruz, un poblado del pueblo indígena guaraní. Las confesiones registran al menos 70 abusos sexuales del sacerdote.

No obstante, parece la punta de un ovillo marcado por el encubrimiento de miembros de su orden, ya que se habla de otras decenas de víctimas en Trinidad Pampa, en el municipio de Coripata de La Paz. Roma estuvo en esas regiones, además de Cochabamba y Chuquisaca (Sucre).

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Contra las cuerdas, el cura que tenía 84 años en 2019, recurrió a un notario de fe pública para confesar sus crímenes. Y el documento que fue publicado por El País reza así, bajo el título de “Confesión Personal”:

“Yo, P. Luis María Roma Padrosa S.J., siendo consciente de mis actos, después de meditar delante de Dios y pidiendo ser acogido en su misericordia, confieso, libre y voluntariamente, que en el tiempo en que estuve designado en la parroquia de Charagua, en los años 1998 al 2002, aproximadamente, me dejé llevar, en algunas situaciones, por actos libidinosos, impropios de un religioso, con niñas 8 a 11 años, con las que tenía una relación pastoral.

Nunca fue mi intención hacer daño a ninguna de las niñas, y en los momentos que se dieron estas conductas, fue por una fuerza mayor que yo no podía controlar.

Reconozco la falta grave cometida, pido perdón por el daño que hubiera podido ocasionar a las niñas, y el haber defraudado la confianza de las mamás.

Soy consciente de la predilección que tenía Jesús por las niñas y los niños y eso ahonda mucho más mi pesar, como religioso que soy, por la falta cometida.

Lamento que todo mi labor pastoral con las niñas, los niños, los jóvenes y los adultos de la parroquia queda cuestionada por esos momentos de debilidad personal.

Reconozco el haber dañado la imagen de la Iglesia y de la Compañía de Jesús, que es mi familia.

Cochabamba, 15 de mayo del 2019” (sic).

Casi tres meses después, Roma falleció aquejado por una enfermedad, el 6 de agosto de 2019. No rindió cuentas a la justicia ordinaria, menos a la justicia de la Iglesia Católica, no afrontó a sus víctimas y ni se enteró de las conclusiones del informe de los investigadores eclesiásticos. Murió en la impunidad absoluta.