La defensa del analfabetismo perverso

No se confunda analfabetismo con estupidez. El analfabeto es aquella persona sin instrucción. Sin educación. Que no sabe leer ni escribir. O, también, aquella persona que, sin haber sido educado en una profesión, la ejerce desde una situación profana. Que en el periodismo es bastante común, para desgracia, de la profesión.

La cultura, sin duda alguna, no merma la estupidez de nadie. Puede ayudar al entendimiento de buscar, en la medida de lo posible, un comportamiento social digno y formal, eso sí; pero nunca reducirá la estupidez. No por mucho leer o de consumir cultura, dejarás de ser un imbécil o una mala persona.

Y lo vemos a diario en el teatro burdo de la política nacional, donde sus personajes no pierden un día para fijar sus chirigotas. Sin rubor alguno, marcan su obscuración y, luego, se van a la cama, felices de haberse disparado en el pie, una y otra vez. Desde asegurar que un expresidente tienen poderes sobrenaturales hasta el problema de que Bolivia no imprima dólares. Sólo dos perlas en medio de un barullo, decididamente, insultante.



Pero el problema mayor, no son estos fantoches, sino que la población crea y defienda estas sandeces mediáticas, casi a capa y espada. Es ahí donde el pus de la incultura hace su presencia y desvela la nula capacidad de construir una criticidad social. La educación pública es un atentando contra sus propios alumnos. No hay filtros, controles y mucho menos, capacidades para asumir un rol de guía académico. Y, cuando de controles escribo, me refiero a la permeabilidad perversa que existe en las instituciones educativas públicas para ejercer la docencia. Desde ser parte de un sindicato que te entrega un cupo en planilla en una escuela urbana o rural, hasta, previa jura por un partido – obviamente de izquierda – para tener una cátedra en la universidad pública. Sin que en ambas haya habido exámenes de aptitud y de conocimiento riguroso de aquello que vaya a enseñar.

La perversión es tal que ha roto todos los límites. Sabemos qué personas viven años de años como estudiantes para cobrar un sueldo sindicalizado como dirigente estudiantil, de catedráticos vitalicios que no pisan la universidad, salvo sus esclavizados ayudantes de cátedra a quienes les toca un mísero porcentaje del cheque gordo que le llega al burdo y ausente profesor. Todo un atentado contra el crecimiento intelectual y de formación profesional de los bolivianos.

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El analfabetismo, como causa de atraso e , incluso, de barbarie, es una de las mayores deudas de la política pública para fortalecer el principal capital de una sociedad: su crecimiento intelectual. Los niveles de lectoría son bajísimos. La calidad de lectura de literatura y ciencias está a la misma altura que un adoquín.

Desde varios círculos se espeta: “Hay que leer”, sí claro, por supuesto, pero sería muy bueno agregar ¿Qué es lo que hay que leer? Para mí, este punto es neurálgico y, al mismo tiempo, muy delicado. Porque puede entenderse como adoctrinamiento. Si uno está cómodo leyendo el ABC de la felicidad o acerca de los cinco hábitos para adelgazar, es su tiempo y cerebro. Tampoco es que leer a Kafka o Heidegger nos situará en un pináculo. Pero sí la necesidad de aprender a leer con criterio y estructura. Y ese debería ser el gran desafío de las escuelas y universidades. De profesores y catedráticos certificados. Que estén obligados a investigar y presentar un documento o aporte académico cada dos años. Como mínimo. Competitividad y competencia intelectual y académica.

La imbecilidad se ha tomado el poder. Y por eso, no hay ningún desparpajo en hablar sandeces, porque sólo un círculo muy pequeño, muy pequeño, se golpeará la frente y con la mirada gacha se preguntará si somos un país que todavía tiene alguna chance de pelear por un pequeño futuro.

El Estado Plurinacional ha rebajado la educación a la misma categoría de los trajes hechos y las sopas instantáneas; a nuestra niñez y juventud se les alimenta con pensamientos de fábrica. Da lo mismo la criticidad, sólo importa el analfabetismo perverso del socialismo. La masa por encima del individuo.