Soy millenial, me comí la crisis de 2008, pero paso mucho tiempo con la Generación Z y entiendo sus frustraciones laborales

Paso mucho tiempo con personas de la Generación Z y no estoy de acuerdo en muchas de las críticas que leo sobre esta gente joven. Mi hermana es una jovenzuela. Tenemos años de diferencia y pasamos mucho tiempo juntas. Por tanto, también con colegas de ella. Es muy activa, ha estudiado, trabajado y también ha dejado un trabajo por no aguantar un ambiente laboral que no quería, como ya hemos visto en historias que hemos compartido en Genbeta.



Hace poco hice un viaje donde me tocó coincidir con muchas mujeres jóvenes, llenas de energía, con buenos estudios y muy interesante formación a sus espaldas y con ganas de hacer muchas cosas que puedan hacer de este un mundo mejor. Chicas de Italia, Suiza, España o Francia que comparten unas frustraciones muy comunes frente al mercado laboral, que iremos viendo en este artículo.

En Genbeta escribimos muy a menudo de cómo la Generación-Z tiene su propios hábitos que están poniendo en jaque las dinámicas empresariales tal y como las conocemos con sus particularidades, al igual que ya pasó con los millenials en su momento. Muchos jefes de generaciones mayores critican a la gente joven. Y yo soy partidaria, como millenial que ya tuvo que vivir las críticas que se nos hacían cuando entramos en el mercado laboral (y todavía ahora) de comprender las frustraciones de los Gen Z y, como dice este directivo, es mejor que comenzamos a entenderlos en vez de criticar.

Cuando alguien llega a replantear un sistema muy asentado es común que se tome como un desafío. Nos pasó a los millenials (ya hace años que nació el término generación de cristal para quitar importancia a nuestras quejas), y ahora ha llegado el turno de analizar a la generación que está acabando su formación y está entrando de lleno en el mercado laboral: la Generación Z (o Gen Z).

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Las crisis y los ingresos

Y todo esto teniendo en cuenta que mis amistades, compañeros y compañeras de universidad y yo nos graduamos en 2008, comienzo de la crisis económica global, que nos trajo muchísimos retos durante muchos de nuestros primeros años laborales (y muchísima emigración de personas que no necesariamente querían vivir en otros países o en grandes ciudades dentro de España).

En nuestra época no había trabajo. Ahora hay mucho más, el panorama laboral es mucho más positivo. En España estamos a niveles récord de empleo en la actualidad y con leyes que protegen mucho más a los trabajadores para evitar la temporalidad. Pero los trabajos no dan para tener un techo decente en muchísimas ciudades dentro de España.

Una investigación reciente comparó los ingresos de personas de 22 a 24 años con el de los millennials, que tenían entre 22 y 24 años hace 10 años. Descubrió que hoy en día los veinteañeros se llevan a casa alrededor de 45.500 dólares, mientras que los millennials de su edad ganaban 51.852 dólares si se ajusta a la inflación.

A todo esto tenemos una crisis enorme por unos precios de la vivienda que no paran de subir. Resulta que los boomers y las generaciones mayores en general que tanto suelen criticar a los jóvenes por quejarse y por querer vivir muy bien con sus sueldos, están vendiendo en muchas ocasiones casas y pisos que compraron hace décadas por un precio normal, a unos precios desorbitados. O alquilando también a precios altísimos.

Hace unos días salía la noticia de que «alquilar una habitación de un piso compartido en Madrid y Barcelona ya cuesta más de la mitad que arrendar la casa entera» hace unos años. El Madrid, el precio de una habitación pasó de 334,36 euros en 2013 a 534,21 en 2023; y en Barcelona, donde el coste remontó de los 331,17 a los 645 euros en la última década. Alquilar habitaciones en la juventud en las ciudades siempre fue un modo de ahorrar. Ahora ya no.

Hace unos días recogíamos las declaraciones de un experto de la Universidad de Cambridge que decía: «Las expectativas hacia el trabajo han cambiado. Las generaciones más jóvenes buscan crecimiento, propósito y, al mismo tiempo, un equilibrio entre trabajo y vida, y las organizaciones deben adaptarse para satisfacer esas demandas».

Y es que, no hay que olvidar que se ha ido perdiendo la seguridad laboral que existía en el pasado o la estabilidad económica que un trabajo daba. Ahora, volvemos a un gran debate que genera estos temas trabajar no te da acceso ni siquiera a alquilarte una vivienda. En algunas ciudades ni siquiera a alquilar una habitación sin verte ahogado en gastos.

Jerarquías y entornos laborales tóxicos

Además de los ingresos, tradicionalmente ha habido ciertas dinámicas laborales que pueden ser muy tóxicas y la gente joven ha dejado de naturalizar que un jefe tenga que tratar mal a la plantilla. Muchas son las veces que como millenials hemos sido criticados por no querer aceptar que alguien nos quiera tener encerrados diez horas al día en una oficina mientras cobramos ocho. O hemos sido tachados y tachadas de demasiado sensibles por no querer aguantar que nuestro superior nos hable mal.

Una joven de 23 años que conozco empezó hace unos meses en una empresa y con muy buen sueldo, sobre todo para estar recién graduada… pero lo dejó a los pocos meses porque no aguantaba más el entorno de oficina. Desde que comenzó recibió mucha presión para sacar adelante el proyecto. La empresa iba atrasada con un proyecto y desde que la contrataron pusieron sobre sus hombros la responsabilidad de sacarlo adelante cuanto antes. Culpa de ella no era que fueran atrasados, pero se asumía que ella tuviera que sacar todo adelante cuanto antes y le ponían muchan presión desde el minuto uno (además de que mintieron prometiendo trabajo híbrido y luego la forzaban a ir casi todos los días a la oficina, porque siempre había algo que hacer en la oficina).

Más allá de eso, el jefe, uno de los pocos hombres en la compañía, mantenía un ambiente laboral de mucho control hacia todas las trabajadoras, de modo que había compañeras que incluso lloraban casi a diario por el estrés y la presión a la que estaban sometidas. La protagonista de esta historia se negó a aguantar ese estrés y dejó el sitio. Poco después lo dejaron otras dos compañeras. Algo que para su jefe boomer era natural (como otras muchas dinámicas tóxicas), para ella no. Y estoy de acuerdo con ella.

El trabajo son muchas de nuestras horas al día, de nuestra energía, es el sustento que luego nos permitirá vivir. No tiene porque seguir asumiéndose como natural que sea un lugar de tensión, debería ser un lugar amable porque es esencial para nuestra salud física y mental.

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Imagen | Foto de Eliott Reyna en Unsplash

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