Emilio Martínez Cardona
A Evo Morales le llevó varios días “desayunarse” sobre la mala posición en que lo dejaba la resolución del incidente militar de la semana pasada, ya que su rival en la interna masista logró posicionarse en el núcleo duro partidario como el “defensor de la democracia” que “no huyó ante el golpe”, un contraste de donde el cocalero sale debilitado y con unas esperanzas casi nulas de reactivar su candidatura inconstitucional.
Para el gobierno, la narrativa montada en torno a los sucesos de la Plaza Murillo le permite consolidarse ante su público interno: el electorado proveniente del MAS (sigla que podría desaparecer). Sin embargo, hacia el resto de la sociedad los efectos son distintos, ya que las dudas legítimas sobre la veracidad de lo visto en las cámaras desgastan su credibilidad, sobre todo en estratos medios donde suele hacerse un mayor análisis crítico de la información. Esta susceptibilidad no es gratuita y en parte es una reacción al tipo de alianzas autoritarias internacionales que se heredaron del evismo y se continuaron sin revisión.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”, señala el adagio, y si hace pocas semanas el presidente Arce se reunía con un autócrata como Vladimir Putin, conocido por ser uno de los principales expertos mundiales en operaciones de “falsa bandera” (que incluyen el montaje de golpes teatrales con el objetivo de la victimización), es lógico atar cabos y hacer una lectura escéptica sobre el ruido de sables vivido en el país.
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“Desde Rusia con amor”, como en aquella película del agente 007, llegó hace poco un plan petrolero del que se dio un retro oportuno, ya que podría haber puesto a Bolivia en la mira de las sanciones internacionales que penalizan la invasión contra Ucrania. Esperemos que no viniera también el guión para una irresponsable ficción.
Si al presidente Arce le preocupa en algo su credibilidad, y sobre todo si aspira a crecer hacia electorados de centro, alianzas como la de Putin jugarán en contra y ponerlas en el “freezer” sería lo más conveniente.
La del “golpe para ganar popularidad” es una de las estrategias políticas más arriesgadas y potencialmente contraproducentes vistas en los últimos días. Comparte el podio con el adelantamiento de elecciones legislativas en Francia, con las que Macron intenta construir el escenario de una cohabitación con un RN a media fuerza, para que los nacionalistas se desgasten antes de los comicios presidenciales del 2027; y con el mantenimiento de la candidatura de Joe Biden, que los demócratas procurarán sustituir lo más cerca posible de la votación, buscando el viento fresco que daría un nuevo postulante en la recta final. Tal vez el trofeo de esta inusual carrera de piruetas deba tener la forma de un boomerang.