Cuentan las crónicas del año 1766 que, al hacer referencia a la obra de Juan Jaques Rousseau sobre el “contrato social”, el monje Ferdinando Facchinei, empleaba por vez primera la palabra “socialismo”. Sin embargo, remontándonos a la obra “Utopia” de Tomás Moro (1516), encontramos los orígenes primitivos del socialismo utópico. Posteriormente durante el siglo XIX surgiría el socialismo científico promovido por Karl Marx, influenciado por los socialistas utópicos franceses y la filosofía alemana hegeliana.
El socialismo es una ideología que ha logrado desde sus orígenes captar un buen número de adeptos gracias, debido a que lleva como banderas de lucha: la igualdad social, la justicia social, la voz cantante de los desvalidos, haciéndose pasar cualquiera de sus representantes como un paladín de la justicia. Una religión que promete el paraíso en la tierra y luchar por los más nobles ideales, resulta fácilmente asimilable por quienes prefieren transferir sus responsabilidades individuales al Estado a cambio de la pérdida de sus libertades.
Científicamente, se ha comprobado que la tesis de una economía colectivizada, sin mercado y controlada por el Estado, únicamente consigue socavar el aparato productivo de una nación, con la consiguiente pobreza y penuria de la población. Por el contrario, el planteamiento político se encarga de acusar al capitalismo como responsable de todos los males del mundo.
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Luego de la caída del muro de Berlín, que derivó en la debacle de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hábilmente lograron reinventar las ideas socialistas, que mantuvieron incólumes las premisas de versiones ortodoxas del marxismo. El caso más llamativo después del de Cuba en Latinoamérica, es el caso de Venezuela, que siendo uno de los países más prósperos durante la segunda mitad del siglo XX, actualmente naufraga en un mar de tormentosas aguas que la tienen sumida en una de las peores crisis políticas, sociales y económicas de su historia.
Los ideólogos del socialismo no se rindieron luego del fracaso soviético, buscando por todos los medios purificar las ideas de igualdad y justicia social, sin admitir que se trata de un modelo inviable, que nos les permite reconocer sus errores. Su capacidad de mutar es impresionante, autoproclamándose como la panacea para todos los males que, de acuerdo a su narrativa, son ocasionados por los capitalistas y liberales del planeta que están en contra de sus planteamientos de “igualdad” y “justicia social”.
Heinz Dieterich Steffan, fue quien bautizó a esta tendencia ideológica como “socialismo del siglo XXI”, con el planteamiento de cuatro puntos fundamentales: democracia participativa, economía planificada, el Estado no clasista y el ciudadano racional-ético-estético (Dieterich, 2008). Su propuesta busca acabar con la concentración de riqueza en pocas manos a través de una economía de equivalencias, fundamentando y controlando el valor de los productos sobre el costo de la producción y no sobre el valor subjetivo de los mismos, simplificando el valor de uso y valor de cambio, rompiendo el principio elemental del mercado del valor regulado por la oferta y la demanda.
Como afirmaba Hayek, la falta de libertades económicas, conducirá indefectiblemente a la pérdida de libertades políticas, hasta llegar a un “camino de servidumbre” (Hayek, 2008). La sustitución del mercado por el Estado, provocará la formación de un poder coercitivo y despótico, es bien sabido que ninguna economía puede funcionar correctamente sin libertades.
En la práctica las políticas socialistas implementadas para reducir la pobreza a partir del incremento en el gasto público, desencadenaron en consolidación de gobiernos nacionalistas y populistas, que comenzaron a mostrar falazmente como el trabajo privado, la inversión privada y el riesgo de capital privado (a su modo de ver), es algo obsceno e indecoroso, atribuido a hombres malignos y explotadores que únicamente deben servir para pagar grandes impuestos para cubrir los gastos onerosos realizados por el Estado en beneficio de una sociedad que preferirá no trabajar y comenzará a creer absurdamente que es mejor vivir mendigando las dádivas del Estado.
Cuando el modelo rentista se agota –como ocurre en Venezuela–, se cae preso de líderes populistas, que acaban con la institucionalidad, la democracia, materializando el poder en organizaciones y grupos creados por el poder y que son controlados por el mismo. La sociedad venezolana –igual que muchas otras– cayó presa de una idea de revolución –consigna característica de los caudillos socialistas del siglo XXI–, cambiando la democracia por un régimen autoritario que en cuarto de siglo se ha encargado de reforzar las cadenas y los barrotes de las prisiones (mentales).
El fraude electoral realizado el pasado 28 de julio en Venezuela, ha hecho estallar una crisis que se ha traducido en protestas callejeras con la consecuencia de más de una decena de personas fallecidas. El cansancio del pueblo venezolano es por demás evidente, a pesar de que el régimen insiste en permanecer en el poder sin gozar del reconocimiento de otros Estados.
Es tiempo de que la comunidad internacional juegue un rol definitivo en esta cuestión, toda vez que episodios anteriores ya se saldaron con una enorme cantidad de pérdidas de vidas humanas. Un informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) de 2019, documentó ejecuciones extrajudiciales, torturas y detenciones. Más de 400 presos políticos, una pobreza extrema que ha derivado en el mayor éxodo de la historia de Venezuela, con cerca de ocho millones de venezolanos que terminaron huyendo de la pobreza.
Venezuela es un espejo. Es una verdadera lástima ver como todo cuanto ocurre en la actualidad en los países donde gobiernan los partidos vinculados al socialismo del siglo XXI, carece de importancia para el concierto internacional. Las violaciones de los Derechos Humanos siguen siendo el pan de cada día.
Han transcurrido varias décadas de gobiernos socialistas en la región sin que se brinde una respuesta definitiva por parte de los organismos internacionales u otros países. Es importante recordar la historia acerca de situaciones similares ocurridas en otras regiones, debido a que se tratan de episodios calcados. Se debe confiar en el coraje y determinación de la gente, que siendo en suma la misma que se buscó el problema, será también la encargada de buscar las soluciones, mostrándose (al menos por ahora) como la salida más viable, sin embargo, no existiendo garantías de nada absolutamente, los países vecinos de Venezuela deberán recordar aquel refrán que reza: “Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”.
Carlos Manuel Ledezma Valdez
Escritor, docente universitario & divulgador histórico