De exiliados y refugiados

Cuando leo que existen más de 7 millones de exiliados venezolanos rondando por el mundo, siento una enorme pena y la siento de verdad. Pienso también en ucranianos, palestinos, y en los millones de africanos miserables que huyen de sus patrias y cruzan los mares en busca de mejor vida, muchos ahogándose con sus hijos. Unos huyen de las dictaduras y otros del hambre. Pero el mundo siempre ha sido así, desde los griegos y los romanos, que sentenciaban al destierro al que caía en desgracia, y esa sentencia era, para siempre, sin fin. O de los bárbaros hambrientos que presionaban sin cesar a las legiones, en las fronteras, para ingresar al imperio donde había trigo, oliva y vid.

En lo que va de este siglo, Nicolás Maduro debe ser, con ventaja, el desgraciado más grande de nuestra América. Cínico, genocida y tramposo. Fraudulento como Morales. Heredero fiel de Chávez, es poseedor de todos sus defectos y de ninguna de sus virtudes, si tenía alguna. Ni el rostro del guajiro pícaro le heredó y sí tiene el del capataz abusivo y mandón. Este estafador de las urnas, perito en trampas electorales, es culpable de que millones de sus compatriotas estén mendigando por el mundo. Ante la hambruna y el plomo, prefirieron irse al destierro, aunque fuera en busca de una libertad mezquina, dura de alcanzar. Todos ellos saben que regresarán pronto a su casa porque el tirano se marchará en breve gracias a patriotas como María Corina Machado, esa heroína bella, lúcida y corajuda. Volverán para reconstruir una Venezuela arrasada por la ineficiencia y la corrupción.



Los judíos, durante casi toda la era cristiana, fueron las grandes víctimas que buscaron exilio y refugio. Durante la década del 30 de este siglo pudieron hallar el destierro fuera de Alemania, pero era un amparo incierto, a todas luces temporal, dado el crecimiento militar del Reich y las ambiciones de Hitler. Iniciada la guerra en 1939 y hasta el final, la persecución contra los hebreos fue terriblemente despiadada. El éxodo hacia lugares de libertad había terminado a fines de la tercera década. Entonces, ir a los “campos” significaba la muerte. Entre los años 1940 y 1945, los judíos que se habían trasladado a Polonia, Francia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Rusia, quedaron atrapados en un cerco de acero. O eran entregados a los nazis para la “solución final” o asesinados en los progromos en sus propios barrios. Los exiliados judíos lloraban por sus muertos desde América o en países que estaban fuera del alcance de Alemania, pero Europa se les había cerrado aterrada. Los consulados latinoamericanos no otorgaban, por temor, visas ni pasaportes a los hebreos, con excepción de Bolivia y de algunos otros pocos países que osaban hacerlo.

El mundo ha sido así, siempre. En todas las épocas han existido perros y liebres. Y seguirán existiendo. Porque no faltan los sicarios de la política que persiguen perversamente o porque la tierra es avara, las bocas son muchas y falta el pan. El poder hace al hombre cruel, despiadado. El dictador quiere el mando eternamente, sin que nadie le obstruya el paso, y frecuentemente elige herederos que le sucedan; crean dinastías, con hijos o allegados. Es cuando se sienten dueños de la patria con todo cuanto ella tiene. Y ese es el momento en que los ciudadanos huyen o son perseguidos hacia otros destinos.

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En Bolivia no hemos sido ajenos a los destierros o al éxodo voluntario. A lo largo de toda nuestra historia, exceptuando épocas breves, los de arriba han abusado a los de abajo. Civiles o militares en el poder han sido inclementes con sus adversarios, a quienes siempre trataron como a enemigos. Gobiernos de derecha o de izquierda han sido cortados por un mismo tajo. Liberales y republicanos lo fueron. Los militares de Villarroel cometieron masacres e hicieron huir a mucha gente fuera del país. El MNR padeció lo mismo después. Y luego de la Revolución de 1952 se produjo, seguramente, el destierro más grande de personas, para huir del Control Político y de los campos de concentración. Miles de familias se asentaron en países vecinos y muchos, tras 12 años de exilio, o fallecieron o no regresaron más. En los 18 años de gobiernos militares que siguieron al MNR, la persecución al adversario fue muy dura: Barrientos, Ovando, Torres, Banzer, Natusch y García Meza tuvieron sus propios enemigos y los trataron como a tales, cada uno a su modo.

Hoy, la situación no ha cambiado. Son muchos los bolivianos que padecen penurias en el exilio, porque de lo contrario sufrirían el frío de los calabozos paceños. Este es un gobierno de acosadores. Es una democracia de sayones. Los orientales, los cambas, son quienes sufren más la ira del Estado Plurinacional, lo que no significa que el resto de los bolivianos esté a salvo. Jeanine Añez, Luis Fernando Camacho y los 40 torturados del hotel Las Américas, lo confirman. Son una prueba de que el respeto a la dignidad humana no existe actualmente en Bolivia.