Para perpetua memoria

Foto: Captura de pantalla
Foto: Captura de pantalla

 

 

Marco Antonio Peñaloza



Escribo estas líneas gracias a un nuevo aporte bibliográfico del Dr. Juan Carlos Urenda, notable abogado y escritor cruceño que tengo la buena fortuna de conocer desde el año 2013.

Como paceño, plenamente comprometido con la paz, la concordia y el respeto al principio de igualdad ante la ley, invito a mis conciudadanos de todas las edades a que lean El General desbarrancado. José Manuel Pando en su hora final (Plural Editores, Serie Santa Cruz hoy. Santa Cruz de la Sierra, 2024).

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Con la modestia propia de un letrado consecuente, y coherente con su forma deontológica de ver y encarar la vida, el Dr. Urenda identifica su obra como un “cuento largo” o una “novela corta”.  A mi humilde entender, yo la considero una “historia novelada” o una “narración historiográfica”, con sabrosos elementos de ficción en el “relato”, que son el condimento que los historiadores no solemos tener bajo nuestro dominio.

Haciendo una analogía con Netflix, portaestandarte de la era del “streaming” (transmisión continua de contenido de medios), aquí no pretendo estrenarme de “spoiler” (revelador de detalles de la trama de una obra).  Más bien, destacaré la contribución del Dr. Urenda a la “historia política”, la “historia del derecho” o la “psicohistoria”, que seguramente sabrán aprovechar los lectores académicos que hayan incursionado en alguna de esas corrientes o perspectivas historiográficas.

Esperando no haber dejado congelada la cabeza de historiador en el siglo pasado, esta es la reflexión de un “paceño, estronguista y liberal” del siglo XXI, lema identitario que los liberales de hace más de una centuria acuñaron en años posteriores a la llamada “guerra federal” y cuyo máximo líder fue precisamente José Manuel Pando Solares (1848-1917).

Habrá que mencionar que cada quien es un hombre o una mujer de su(s) tiempo(s).  Al personaje de esta historia le tocó ser protagonista de acontecimientos bélicos y políticos de mucha relevancia para la configuración del estado boliviano en su segunda mitad de siglo como república independizada de la corona española, cuya jurisdicción sobre lo que hoy es Bolivia se extendió por casi tres centurias: desde 1535 (fundación de la población de Paria) hasta 1825 (declaración de independencia de Charcas).

En materia de historia militar y política, el Dr. Urenda realiza una precisa relación de los hitos en la vida pública de José Manuel Pando: soldado en la Guerra del Pacífico (1879-1880), líder vencedor del ejército liberal en la Guerra Federal (1898-1899) y Presidente de Bolivia durante la Guerra del Acre (1902-1903).

Transcurridas la presidencia de Pando (1900-1904), su disidencia del Partido Liberal y su adscripción al Partido Republicano, el autor nos transporta de la “historia política” a la “historia del derecho”, activada por el suceso central del libro: la “hora final” del General.  Las causas de la muerte de Pando, no esclarecidas con pruebas definitivas hasta hoy, se habría producido por un “desbarrancamiento accidental” (hipótesis 1), un asesinato por golpe con objeto contundente en la cabeza (hipótesis 2) o un infarto (hipótesis 3), seguido, en todo caso, por un “embarrancamiento” achacado a cuatro imputados en un proceso judicial que duró una década (1917-1927)  y que se “resolvió” con un sorteo que sentenciaba a muerte al que le tocara el “bolillo fatal” o “el emblema de la muerte”, títulos de una joya cinematográfica (cortometraje de 15 minutos y medio), que nueve décadas después de los hechos se encuentra disponible en YouTube en la siguiente URL: https://www.youtube.com/watch?v=uFwN1MCptlM.   (Luis Castillo, Bolivia, 1927)

A falta de culpa comprobada, la narración sobre el proceso penal que hace el Dr. Urenda, enriquecida por su docto análisis jurídico, aporta un dato fundamental: en la hora final del General José Manuel Pando Solares, Alfredo Jáuregui apenas tenía 17 años, sin la más remota idea de que una década después sería ajusticiado y, paradójicamente, inmortalizado gracias al naciente arte cinematográfico a través del cual Luis Castillo documentó el fusilamiento de Jáuregui para “perpetua memoria”.  Este pequeño gran detalle sobre su edad no habría sido invocado por el sentenciado en su audiencia con el Presidente Hernando Siles, quien, tras diez años de acaecido el presunto crimen y de escuchar la enmarañada versión del sentenciado, resolvió no indultarlo.

El que mucho explica se complica, reza un dicho popular que invita a reflexionar sobre la importancia de saber comunicar nuestras ideas de manera clara y concisa, sin dar rodeos innecesarios.  Apelando a un discernimiento contrafactual o, si se prefiere, al recurso de la “psicohistoria” como forma de escrutar lo que pudo o debió pasar por la mente de Alfredo Jáuregui para conseguir el anhelado indulto del Presidente Siles, cabe preguntarse qué hubiese ocurrido tras una alocución como ésta:

“Su Excelencia, permítame realizar tres afirmaciones verdaderas que Dios sabe que no podrían ser objeto de confesión, menos de juzgamiento: 1) los cuatro somos inocentes de la comisión del delito de asesinato, nada ni nadie ha podido probar culpabilidad alguna; 2) según nuestro ordenamiento jurídico, habiendo pasado injustamente diez años de mi vida tras las rejas, ya he cumplido una pena equivalente a la de la muerte; 3) hasta hoy, consciente de mi absoluta inocencia, esperé que alguien, medianamente justo y misericorde, considerara que en 1917 mi persona era un jovenzuelo menor de edad, de apenas 17 años, totalmente ajeno a las disputas y odios políticos que propiciaron el cambio inducido del primer examen forense, exhumando los restos del General Pando para realizar una segunda autopsia y adulterando de manera artera y maliciosa la inicialmente practicada por el Dr. José Gabino Villanueva, cuya “conclusión del informe indicaba que había muerto por «desbarrancamiento»» (Urenda, 2024:23).  Su Excelencia, que Dios nuestro Señor, único y supremo juez de todos los vivos y muertos, toque su corazón con su santa misericordia para ser Ud. mi salvador en la tierra y en nuestra patria Bolivia”.

De la historia magníficamente narrada por el Dr. Juan Carlos Urenda Díaz pueden surgir muchas nuevas historias, novelas, cuentos o series, pero una sola “verdad historiográfica de los hechos”.  Para éste y muchos otros casos de dudosa resolución en la justicia penal, sería todo un reto académico formar un equipo interdisciplinario de investigadores (historiadores, juristas, criminólogos, psicólogos, antropólogos) que pudieran dar luces probabilísticas de cuál de las hipótesis sería la más afín a la realidad posible.

Un cierre magistral del libro (apartado 38) nos lleva a alentar al autor a que no dude en acometer nuevos proyectos literarios donde esté presente el análisis de las motivaciones psicológicas de eventos históricos (psicohistoria), escenario en el que la realidad fáctica se complemente de manera armónica con la ficción.

Felicitaciones Doctor, ha sido un placer leer su vigésima obra impresa.

Fuente: eju.tv