«¿Quién nos guía hacia la salud si ellos mismos la desconocen?»

Día Mundial de la Salud, un día para reflexionar | Universidad Anáhuac Puebla

Ronald Palacios Castrillo, M.D.PhD.

Hemos olvidado que la salud no es un producto que se vende, sino un estado que se cultiva



Hubo un tiempo en el que la salud no era un tema de debate, sino una condición natural que simplemente se vivía. Nuestros antepasados no necesitaban un aluvión de estudios o expertos que les dijeran qué era lo correcto. Confiaban en el orden natural, en los ritmos de la tierra, en la sabiduría transmitida de generación en generación. Sin embargo, en algún punto del camino, perdimos esa conexión. Cambiamos nuestros instintos por influencias externas, nuestro discernimiento por diplomas, y nuestra confianza por títulos.

Ahora recurrimos a figuras que pueden tener poder, dinero o influencia, pero que carecen de la vitalidad que dicen comprender. La ironía es evidente: ¿cómo llegamos a creer que alguien podría guiarnos hacia la salud cuando ellos mismos son ajenos a ella?

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No se trata de títulos ni elogios, sino de una comprensión profunda de lo que significa estar verdaderamente bien, de vivir en armonía con nuestro cuerpo, nuestra mente y el mundo que nos rodea. Sin embargo, hemos dejado que nuestro juicio se nuble por el brillo de las pantallas y la promesa de respuestas fáciles. Hemos olvidado que la salud no es un producto que se vende, sino un estado que se cultiva.

El desequilibrio que percibimos no está solo en aquellos que nos ofrecen consejos; también está en nosotros. Nos hemos alejado tanto de nuestros instintos naturales que ni siquiera podemos reconocer la verdadera salud cuando está frente a nosotros. Hemos cedido nuestra capacidad de discernimiento a quienes podrían beneficiarse de nuestra confusión. Al hacerlo, hemos perdido de vista una simple verdad: la salud está, y siempre ha estado, a nuestro alcance, si tan solo recordáramos cómo alcanzarla.

La pregunta no es solo a quién estamos escuchando, sino por qué hemos permitido que olvidemos lo que una vez sabíamos tan bien. ¿Dónde perdimos el rumbo y, lo que es más importante, cómo lo encontramos de nuevo? La respuesta no está en manos de aquellos que nunca la han tenido realmente; está dentro de nosotros, esperando ser redescubierta.

Un ejemplo actual lo proporciona la sociedad estadounidense. Las mismas corporaciones que antes producían, vendían y promocionaban el tabaco —desde adolescentes hasta adultos mayores—, tras la prohibición del consumo de tabaco, emprendieron un feroz ataque favoreciendo la producción, comercialización y consumo de alimentos y bebidas ultraprocesadas. Estas empresas han usado los mismos mecanismos que les dieron éxito económico (su único interés) con el consumo masivo del tabaco, para influir en la política en Washington a través de un cínico lobby, y han lanzado una agresiva propaganda a través de los medios de comunicación, condicionando a la población, desde niños hasta adultos, a consumir sus productos.

¿Cuáles han sido las consecuencias del consumo masivo de alimentos y bebidas ultraprocesadas en la sociedad estadounidense? Estados Unidos lidera el mundo en tasas de sobrepeso y obesidad tanto infantil como adulta, así como en cáncer, hipertensión arterial, diabetes mellitus tipo 2, enfermedades cardiovasculares por aterosclerosis, y tendencia adictiva a los alimentos procesados y la «comida chatarra». Esta misma adicción alimentaria posiblemente incremente la propensión a la adicción a drogas como opiáceos y cannabis, un problema evidente en la sociedad estadounidense. Además, se observa un aumento en el síndrome metabólico y la esteatohepatitis (MASH), que ahora es la segunda causa de cirrosis hepática.

Si comparamos esta situación con sociedades que prefieren el consumo de productos naturales y agua, como las del Mediterráneo, Japón o los países escandinavos (antes de la migración masiva), se observa una notable diferencia en la prevalencia de estas enfermedades. Aunque los factores genéticos juegan un rol importante, es común que ciudadanos, incluidos niños, que migran a EE.UU. y adoptan sus hábitos alimenticios, experimenten, al igual que sus descendientes, los mismos problemas de salud que los estadounidenses.

¿Pueden imaginarse el impacto en la salud si la mayoría de la población volviera a una dieta basada en alimentos naturales y bebidas libres de preservantes, energizantes y edulcorantes? El cambio en la salud pública sería enorme, los costos en salud se reducirían significativamente y la calidad de vida mejoraría notablemente.

¿Es fácil lograr este cambio? Por supuesto que no. Las corporaciones, con su influencia en el gobierno, en los medios de comunicación corporativos y en el sistema legal, harán todo lo posible para proteger el lucrativo negocio que han construido.

Irónicamente, estas mismas empresas, además, tienen fuertes inversiones en  las grandes compañias farmacéuticas que obtienen ganancias monumentales vendiendo medicamentos para tratar las enfermedades que ellos mismos han contribuido a crear, a través del consumo masivo de alimentos ultraprocesados y bebidas cargadas de preservantes, energizantes y sustancias adictivas.

Como se puede ver, el problema  de las sociedades actuales no solo radica en la cultura «woke» o en la migración masiva, particularmente de musulmanes, como se puede observar con tristeza ,la situación en países como Inglaterra, Francia, Suecia o Alemania en comparación con Hungría o Polonia, que han restringido estas migraciones.

A pesar de este sombrío panorama, debemos preservar el optimismo y la confianza en la capacidad del ser humano para encontrar soluciones a problemas que, hoy por hoy, parecen imposibles de resolver.