¿Cuánto nos cuesta como país, la soberbia, la corrupción y la ineficiencia?


Recordemos que tiempos atrás se negaba la falta de dólares y se alegaba con absoluta prepotencia que era totalmente falso de que íbamos a sufrir escasez de combustibles; sin embargo, luego resultó que tuvieron que reconocer todo lo que antes habían rechazado.

Actualmente, se viene desconociendo que el tipo de cambio oficial se encuentra artificialmente bajo y se afirma que supuestamente en Bolivia no existe inflación. Tampoco existe un enfoque de reducir el gasto público, el déficit fiscal, achicar el tamaño del Estado, flexibilización laboral, generar seguridad y certidumbre jurídica para la inversión, entre otras medidas más.



Seguimos evidenciando la misma soberbia que padecen todos los gobiernos, tanto los anteriores como los actuales, aduciendo que ellos (los gobiernos de turno) siempre tienen la razón, son los expertos, los iluminados, los únicos dueños de la verdad y viven afirmando qué es lo que se tiene y se debe hacer, pero no tardan luego en contradecirse consigo mismo; por lo tanto, cabe preguntarse ¿cuánto cuesta al país, toda esa soberbia?

Advirtamos, lo siguiente, la palabra corrupción consiste en aquel enriquecimiento con la mentira y el engaño. De allí, que la corrupción tiene múltiples formas de comisión, por ejemplo, no solo es el abuso de autoridad, el soborno, el cohecho o el costo de la politiquería, sino también el hecho de aceptar cargos, a los cuales no están preparados ni formados idóneamente. Esa ineficiencia es también corrupción.

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No se trata de tener o no tener títulos del más alto nivel académico para afirmar automáticamente que alguien es idóneo o no para el cargo público. Quitémonos aquel mito de que por tener mucho dinero una persona es exitosa, decente y ejemplar; o, porque esa persona porta un cartón (título), significa instantáneamente, que es calificada para ocupar un cargo público, máxime cuando existe una epidemia de “titulitis” (esto es, llenarse de títulos sin que el conocimiento llegue a tener un impacto objetivo que mejore la calidad de vida de las personas, de los administrados, del pueblo).

Es menester demostrar el conocimiento, la habilidad y la técnica en los hechos, pues pueden existir quienes tienen el cartón (título), pero en realidad no son aptos para dichas funciones.  Eso también es corrupción, porque el inepto se está enriqueciendo con la mentira y el engaño. Aceptan un cargo al cual no están preparados, solo porque desean o aspiran una jubilación de privilegios.

Cobrar de forma desmerecida un sueldo (con el dinero del contribuyente) es un abuso de poder; y, peor aún, si todavía a ello, se suma la contratación de una serie de asesores para que hagan el trabajo del inepto, lo cual agrava aún más la situación.

Todo eso acrecienta abismalmente el gasto público y peor aún, cuando se cobran sueldos elevados que no condicen con la realidad, en comparación con el deficiente servicio brindado, en detrimento de la sociedad por el malgasto público que representa y el mal servicio otorgado a los administrados, peor aún cuando esa ineficiencia, luego se camufla o se esconde, en inflación.

El resultado de todo ello, obviamente repercute en crisis de confianza a todo el aparato estatal y, en consecuencia, a todos los niveles del Estado agigantado, al extremo, que para muchos ya no existe ni siquiera esperanza, menos todavía confianza en la función pública. Sin confianza, no hay inversión.

Todos estos errores alguien los paga, muchos dirán y usarán el término del “Estado”, como algo genérico y sin identificación, pero seamos sinceros, en realidad, quienes pagamos todo ese perjuicio económico, es la sociedad, es el contribuyente, es la gente desempleada, somos los administrados que se encuentran pésimamente atendidos en la función pública, entre muchos otros temas más.

Llevamos casi 42 años de vida denominada “democrática”, por ende, deberíamos avanzar en madurez.

La madurez se basa en ser responsable y asumir la responsabilidad de las propias acciones, sin embustes ni encubrimientos, máxime cuando sabemos que la base de toda miseria humana se establece en la falsedad y en la mentira, por cuanto se encuentra profundamente identificado con aquello que no es, lo cual obviamente es y será siempre fuente de infelicidad, porque nada será como quisiéramos que sea, pues todo es y será falso. Donde lo que piensas o sientes no tiene nada que ver con la realidad, siempre serás timado con peroratas y eufóricos discursos.

Por lo tanto, es menester la transparencia y la rendición de cuentas no sólo reflejados en el voto rechazo en tiempos de elecciones generales, sino que también deben ser expresados mediante la responsabilidad funcionaria, la recuperación y el resarcimiento de todo el daño ocasionado, en cumplimiento de la propia Constitución (Arts. 8-II, 108, 115-II, 180, 231, 232, 235), materializándose el control social previsto en los arts. 241 y 242 de la Constitución boliviana.

Lo contrario, implicará que nunca avanzaremos en grado de madurez y nivel de consciencia, porque simplemente seguiremos coexistiendo inconscientemente, fabricando nuestro sufrimiento aferrado a ilusiones, a falsas creencias, manipulaciones, dogmas, fanatismos y prejuicios, siendo títeres de nuestros pensamientos y emociones; ocupados, parloteando en tonterías egocéntricas, llegando incluso a perder el sentido completo de lo que significa estar vivo, de llevar una vida significativa, intensa, alegre, consciente e involucrada.


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