El drama de ser mujer en Afganistán

En la Asamblea General de la ONU, un rumor silencioso recorrió la sala cuando Meryl Streep se acercó al atril.

Fuente: https://ideastextuales.com



Los diplomáticos, con semblantes serios y miradas expectantes, escucharon una frase que, como un relámpago, sacudió las conciencias: «Una ardilla tiene más derechos que una niña en Afganistán hoy en día». Lo dijo con esa mezcla de tristeza y rabia que solo tienen quienes han visto la injusticia de cerca, quienes conocen el peso del silencio. No era una metáfora exagerada, era una dolorosa verdad. Una radiografía de un país que, de un plumazo, ha retrocedido siglos en cuestión de derechos humanos.

La reconocida actriz fue una de las potenciadoras en el reclamo de las mujeres y niñas afganas y brindó mayor visibilidad en la Organización de las Naciones Unidas, en un evento paralelo de la Asamblea General. (0223)

Desde que los talibanes retomaron el poder en agosto de 2021, las mujeres afganas viven atrapadas. Las restricciones se deslizan sobre ellas como una red invisible, que se aprieta con cada nueva ley, con cada nuevo decreto. Han robado sus sueños, sus aspiraciones, su voz. Meryl lo describió con una gran metáfora: «Una gata puede sentarse en la entrada de su casa y sentir el sol en la cara (…) Un pájaro puede cantar en Kabul, pero una niña no”.

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En 2022 fue reabierta la Universidad en Kabul, Afganistán, con educación segregada.

 

La actriz recordó que las mujeres afganas, alguna vez, desempeñaron un papel vital en su sociedad. En las décadas pasadas, Afganistán era un lugar donde las mujeres ejercían como abogadas, doctoras y profesoras. Ciudadanas con plenos derechos. Hoy, esa imagen es pura nostalgia. Bajo el yugo del régimen talibán, las mujeres han sido despojadas de sus derechos, confinadas en sus hogares y condenadas al silencio. Streep alzó la voz: «Esto es insólito. Esto es una supresión de la ley natural. Esto es extraño”.

 

La escena es aún más dolorosa cuando se recuerda la vida de aquellas mujeres afganas en 1971, votando y asistiendo a la universidad mientras otros países apenas empezaban a debatir esos derechos.

 

Así era la vida de las mujeres en Afganistán antes de los talibanes.
Mujeres afganas en los años `70.

Todo aquello ha sido enterrado bajo las nuevas leyes talibanes, que no sólo les prohíben levantar la voz, sino que también les arrebatan la educación, el trabajo, la libertad de expresión. El Ministerio de Virtud y Vicio ha dictado que deben cubrirse el rostro, y ahora, ni siquiera se permite el sonido de la voz femenina en público. Es un silencio que se impone como una condena, una mordaza invisible pero implacable.

Caminar por las calles de Kabul hoy es ver la represión en cada rincón. Los parques, que antes eran lugares de juego para las niñas y de reunión para las mujeres, les han sido vedados. Las puertas de los centros de estudio están cerradas, y quienes se atreven a enseñar lo hacen en la clandestinidad, con el miedo como sombra. Las mujeres solo pueden mirar la vida desde el otro lado de las ventanas.

Pero, incluso en esa jaula, las mujeres afganas resisten. Un grupo de ellas se grabó, sus rostros cubiertos, cantando y publicando el video en las redes sociales como un acto de protesta. «Nuestra voz no es tentadora. Tus ojos fabrican tentaciones», entonaron con una mezcla de desafío y tristeza. No necesitaban grandes discursos; sus miradas, sus gestos y, sobre todo, sus silencios, decían todo lo que había que decir.

Desde el otro lado del mundo, la comunidad internacional observa, condena y promete actuar. Pero el tiempo pasa y la situación empeora. Hace poco, Canadá, Reino Unido, Australia y los Países Bajos anunciaron que llevarían a los talibanes ante el Tribunal Internacional de Justicia si no hay cambios en seis meses. ¿Seis meses? Meryl Streep pidió algo más urgente.

La frase «Una ardilla tiene más derechos» sigue flotando en el aire. Se niega a desaparecer, porque detrás de esas palabras se oculta el dolor de millones de mujeres que han visto cómo su libertad se desvanece. La realidad en Afganistán es una manta que asfixia cualquier destello de esperanza.

por Mauricio Jaime Goio.