Por esas casualidades de la vida —en diferentes años—, me ha tocado estar en los días de celebración nacional de diversos países del mundo. Estuve un 9 de julio en Argentina, presenciando el gran desfile militar por la avenida del Libertador en Buenos Aires; un 7 de septiembre en San Pablo, Brasil, en el que, además de una parada militar y algunas manifestaciones patrióticas, los paulistas abandonan la urbe y buscan la arena de una playa o ciudades del interior; y también, un 4 de julio, me embelesé con los fuegos artificiales, en un pequeño pueblo al norte de Texas, Estados Unidos.
Esta vez, en septiembre, me tocó vivir lo que los chilenos llaman “el dieciocho”. Nunca había visto una celebración tan grandiosa y masiva como las “Fiestas Patrias” chilenas. El 18 de septiembre, para conmemorar el inicio del proceso de independencia de la corona española, las autoridades nacionales concurren a cuatro actividades oficiales: el servicio de acción de gracias evangélico, el te deum ecuménico, la ópera de gala y la parada militar. Pero, eso es parte de un acartonado protocolo que tienen todos los países, lo diferente está en el entorno, en el ambiente que se respira por las avenidas y calles de Santiago: la ciudad está totalmente embanderada, hay símbolos patrios que flamean en mástiles de edificios públicos y privados, desde altos balcones y galerías de edificios, en las gigantografías de las autopistas, en los audiovisuales de las publicidades y en cualquier espacio donde los tres colores de la bandera chilena puedan convertirse en escarapelas, insignias, lazos o cintas.
A la conmemoración de la Independencia Nacional, le suman el 19, que es “la celebración de todas las glorias del Ejército”. Ambos, son dos de los cinco feriados obligatorios e irrenunciables en el año, lo que implica que está prohibido realizar trabajos remunerados, salvo ciertos servicios de entretención y urgencias. Por lo tanto, dependiendo de qué día es 18, ese par de días se suman o hacen un sándwich con el sábado y domingo más próximos. Según el ministerio de Obras Públicas y Carabineros de Chile, un millón cien mil vehículos salen de la Región Metropolitana (RM) durante el período de festividades patrias. El “dieciocho” se convierte en un puente festivo de casi una semana, por lo que la prensa lo ha bautizado como 18XL.
Para los que se quedan en la RM —que son también millones—, cada comuna organiza lo que llaman “fondas”: espacios públicos —festivamente decorados—, donde se celebra con comidas y bebidas tradicionales (cazuela, charquicán, chicha, empanadas de pino, pastel de choclo, asado, etc.), música y bailes folclóricos (la cueca es la reina) y juegos tradicionales.
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En la comuna de Santiago, la fonda del parque O´Higgins ofrece seis jornadas con más de 200 mil visitantes, más de 100 artistas en cinco escenarios de música al vivo, cervecerías artesanales, diversas ofertas de gastronomía típica, feria de emprendedores, parques y espacios infantiles, un cuecódromo para el zapateo, además de música urbana. Las fondas cuentan con un sofisticado sistema de seguridad, con detector de metales al ingreso, cámaras con inteligencia artificial y reconocimiento facial, drones que sobrevuelan el recinto y se garantiza la masiva asistencia gracias a un plan especial para dar respuesta a la alta demanda del transporte público: buses de acercamiento gratuitos —combinados con el Metro—, aumento en la frecuencia y ampliación en el horario de funcionamiento.
Esta semana de la chilenidad, con un ambiente de júbilo y al son de cuecas y sones tradicionales, se repite en las fondas del parque Intercomunal de La Reina y Las Condes, La Yein Fonda en el Estadio Nacional de Ñuñoa y Doña Flor de La Florida. Se tiene un registro de 488 fondas oficiales y 73 fiestas costumbristas organizadas a lo largo —nunca mejor dicho—, de todo el territorio chileno.
En Bolivia tenemos el prejuicio de que los chilenos se “apropian” de todo. En un arranque de locura, se me ocurrió que esta vez, nosotros podríamos “apropiarnos” de la idea y de los beneficios que se obtienen con un puente festivo similar: más allá de la puesta en valor de los elementos simbólicos, que son inconmensurables (banderas, música, gastronomía, identidad, autoestima); permitiríamos que el boliviano descubra su propio país a través de viajes de mediano y largo alcance. Dadas nuestras condiciones de infraestructura vial, el turismo interno necesita, con mínimo, tres días para realizar estos viajes. Además de buenas carreteras, necesitamos feriados aprovechables para que el viajero local conozca y explore su patria.
El turismo —la industria sin chimeneas—, es uno de los sectores de la economía que tiene un gran efecto multiplicador en la creación de empleos directos e indirectos y la generación de ingresos para las comunidades receptoras de estos visitantes. Los beneficios podrían impactar en toda la cadena de la industria: transporte privado, surtidores y estaciones de servicio, peajes, lugares de hospedaje, establecimientos gastronómicos, guías y agencias de turismo, tiendas de souvenirs y artesanías, mercados populares, entre otros. Una pequeña medida administrativa, con poca inversión pública, puede ser el detonante de un gran movimiento económico.
En esas elucubraciones de un feriado XL estaba, cuando me llegó un WhatsApp para devolverme a mi mediterraneidad: se confirmó la “marcha para salvar la patria por la vida, la democracia y la revolución”, organizada por el expresidente Morales —pese a la advertencia de su compañero de partido, el presidente Arce—, que se enfrentará con sectores campesinos leales al gobierno, los que no permitirán que los marchistas lleguen a La Paz.
Hay un popular dicho chileno: “ta´mal pelao el chancho”, que expresa que las cosas no andan bien, que no hay justicia y que se requiere voluntades individuales y grupales para reparar el daño. En la actual Bolivia del masismo, está, claramente, mal pelao el chancho.
Alfonso Cortez
Comunicador Social