El próximo 6 de agosto, Bolivia cumplirá sus 200 años de creación como República Soberana e Independiente de todo poder. Preocupa a los líderes cívicos, a los gobernantes y ciudadanos, la ofrenda que necesariamente tendrán que colocar en el altar de la Patria, como ofrenda filial.
Preocupa porque se vive momentos de angustia, de confrontación, de ausencia de unidad y de la fraternidad que soñaron los padres de una Nación fuerte, vigorosa, progresista, de un verdadero hogar para sus hijos.
Este ideal común aún persiste en el ánimo del colectivo, aunque no se vislumbra cómo se lo conseguirá si hoy el panorama está muy lejos de una exigencia imprescindible cuál es la paz, la justicia, el derecho de todos, la convivencia entre las regiones y la diversidad de gente que se agrupan en los 12 millones de habitantes.
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Provoca indignación que se hable del rito de los bloqueos y de la ofrenda de sangre humana que dará por resultado el choque entre hermanos de una misma heredad.
Estos dos conceptos: rito y sangre para lograr el poder, al parecer están en la mente de los bloqueadores, que por desgracia y para decepción de los bolivianos van en aumento sin que las fuerzas del orden y los ciudadanos consientes logren dominar.
Bolívar, Sucre, Santa Cruz, los patriotas que forjaron la República, jamás habrían imaginado que sopretexto de lucha de clases y dominio hegemónico de unos sobre otros, dejando de lado el genuino interés colectivo, se persiguiera el poder político por encima de todo.
En el poco tiempo que resta para enderezar la ruta, para fraternizar entre hermanos bajo un mismo cielo, debería reinar el buen criterio, el límpido anhelo de libertad que no ha cambiado y una misma voluntad de Paz y Progreso.
De no imponerse la cordura, la razón cabal, el justo juicio, días amargos, innombrables, esperan a la Patria.