Armagedón

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Álvaro Riveros Tejada

La reciente baja de Hasán Nasraláh, jefe máximo del movimiento islamista Hezbolá, junto a su jefe de seguridad y más de cinco altos funcionarios de esa organización terrorista, durante un bombardeo israelí a su refugio en el Líbano, ha sido puesta en escena, como si de una obra de teatro se tratara, cuyo libreto es una de las narrativas apocalípticas más conocidas y terríficas de la cristiandad, como es el “Libro de las Revelaciones sobre el fin de los tiempos” que Jesucristo inspiró a su apóstol Juan, cuando éste se hallaba desterrado en la Isla de Patmos.



De hecho, las implicaciones regionales que generará  dicho acontecimiento, fuera de una nueva era de inestabilidad y violencia en Oriente Medio, podría causar  la fragmentación del país en enclaves étnicos, en grave detrimento de la comunidad cristiana de esa tierra, cuna del cristianismo y cuya congregación constituye un valioso puente en las relaciones entre Oriente y Occidente.

Recordamos el viaje del Papa Juan Pablo II al Líbano, en 1997, cuando pronunció esa histórica frase: “El Líbano, más que un país, es un mensaje”. Los cristianos partían de la región desde hacía muchos años a causa de la guerra (1975-1990) y el conflicto israelí-palestino. Numerosos jóvenes cristianos buscaban su porvenir en Europa o en América del Norte, lejos de las armas. Quince años más tarde, su sucesor, Benedicto XVI, volvió a visitar esa tierra, pero en un contexto político y religioso muy diferente, en momentos en que la guerra civil en Siria se intensificaba y, en medio del ascenso del islamismo, tuvo que exhortar a los 15 millones de cristianos de la región a coexistir en paz con los musulmanes.

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En el Islam, el choque de interpretaciones religiosas entre sunitas y chiitas arranca desde la muerte de Mahoma en el año 632. Desde entonces, religión y poder político se han entrecruzado dividiéndolos  irreconciliablemente. Hoy, alrededor del 90% del mundo musulmán es sunita, y cerca del 10% es chiita.

A la luz de dichos acontecimientos, la preocupación de los servicios de inteligencia israelí, como el de los norteamericanos, europeos y del propio Vaticano es que la actual escalada bélica en la franja de Gaza, en el Líbano, como en el propio Yemen, se extienda a los kurdos con sus hermanos en Turquía e Irak y los cristianos, estableciendo vínculos con otros cristianos en el Líbano. Además, si Israel decide atacar Irán antes de las elecciones de noviembre en Estados Unidos, las condiciones estarán dadas para otro ciclo de inestabilidad y violencia ya no sólo en el Oriente Medio, sino con extensión mundial.

En este contexto en Bolivia, en nuestro característico proceder de salir de lo común, para entrar en lo ridículo, nuestro gobierno rompió relaciones con el Estado de Israel,  como repudio y condena “a la agresiva y desproporcionada ofensiva militar israelí que se lleva a cabo en la Banda de Gaza”. Salvo el apodo de banda que subconscientemente nuestra cancillería le dio a la Franja de Gaza, no fue extraño que a esa extrema decisión se sume el expresidente y líder cocalero Evo Morales, añadiendo: “dicho rompimiento no es suficiente, Bolivia debe declarar al Estado de Israel como Estado terrorista y presentar una denuncia ante la Corte Penal Internacional”.

Esperamos que ambos dislates sean corregidos, ya que no querríamos hacer parte de la guerra final, entre los buenos y los malos, que concluye con la derrota de estos últimos, caracterizados por la bestia que, tras un juicio divino, es arrojada a los infiernos, para luego iniciar la entronización  del Reino Celestial, después del terrible Armagedón.

 

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