Covid: Al pueblo en general le mintieron

Un estudio masivo confirma que el daño cardíaco solo ocurre en niños vacunados contra la COVID.

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El estudio en el que participaron 1,7 millones de niños descubrió que la miocarditis y la pericarditis solo se produjeron en niños que recibieron las vacunas ModRNA (pfizer y moderna) contra la COVID.

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No se encontraron casos en el grupo no vacunado, lo que deja claro que estos problemas cardíacos están directamente relacionados con las vacunas.

Dirigido por el profesor Colm D. Andrews de la Universidad de Oxford y publicado como preimpresión en MedRxiv, el estudio también asestó otro golpe: la supuesta vacuna desapareció después de solo 14 a 15 semanas.

Aún más alarmante, un informe independiente ha revelado un aumento catastrófico del 500% en las muertes entre los niños vacunados en comparación con sus pares no vacunados.

Los datos son claros. Las vacunas fueron un crimen contra los niños.

¿Cuántos niños más tendrán que sufrir antes de que la comunidad médica acepte esta incómoda realidad?

Al pueblo en general le mintieron. Y no era la primera vez. Cuando miramos atrás, podemos ver un patrón: un hilo de engaño tejido en la trama de las narrativas que nos han alimentado. Las promesas hechas, las garantías dadas, todas con la confianza de la verdad. Pero al final, estas no eran verdades en absoluto.

La pregunta, entonces, no es si nos malinformaron o nos engañaron. Es retórica: una reflexión sobre una realidad más profunda y preocupante. Las líneas entre la desinformación y la información errónea se difuminan cuando la intención detrás de las palabras no es informar, sino controlar la historia, dar forma a lo que creemos y mantener a la población tranquila, contenta con la creencia de que todo está bien.

Nos han dicho que lo que escuchamos es lo mejor que la ciencia tiene para ofrecer, el resultado de una cuidadosa deliberación por parte de expertos. Pero cuando el polvo se asienta y surgen los hechos, queda claro que lo que se presentó como certeza fue, en muchos casos, todo lo contrario. Algunos sabían la verdad, pero la ocultaron o distorsionaron para lograr un propósito. De modo que la mentira se convirtió no sólo en un error de hecho, sino en un acto intencional: la decisión de no revelar la realidad completa, de presentar una narrativa que tranquilizara en lugar de informar.

La realidad es cruda: no nos dijeron la verdad. Y en una época en que la confianza en las instituciones ya es frágil, este engaño hiere más profundamente que cualquier falsedad aislada. Desafía los cimientos mismos de nuestra creencia colectiva en quienes dicen actuar en nuestro mejor interés.

La pregunta no es si nos mintieron (lo sabemos). La pregunta es: ¿cómo respondemos como pueblo? ¿Cómo reconstruimos la confianza cuando se ha erosionado de manera tan deliberada y sistemática? La respuesta no está en la aceptación ciega, sino en la vigilancia, en exigir cuentas a quienes hablan en nuestro nombre. Debemos exigir más que garantías; debemos exigir la verdad, sin filtros ni adornos, por incómoda que pueda ser.

Ronald Palacios Castrillo