El engaño verde

En el ámbito de la sostenibilidad, uno de los fenómenos más insidiosos es el uso deliberado del lenguaje para encubrir la verdadera naturaleza de las acciones corporativas.

Fuente: https://ideastextuales.com



Este fenómeno, conocido como greenwashing o ecoblanqueo, es una táctica donde las palabras no son un reflejo de la realidad, sino una herramienta estratégica para distorsionarla. Aquí, las empresas crean narrativas ambientales que ocultan lo que realmente sucede detrás de sus procesos productivos, utilizando el lenguaje para vaciar de significado términos fundamentales como “sostenibilidad” o “huella de carbono”.

El greenwashing no es simplemente un exceso de optimismo en la publicidad corporativa. Es parte de un sistema ideológico donde el lenguaje se convierte en un arma para moldear la percepción pública. Las empresas, en complicidad con los medios y las agencias de marketing, manipulan los términos de tal manera que generan una ilusión de cambio, sin que las estructuras económicas y productivas que perpetúan la crisis climática se alteren un ápice.

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En este proceso, el lenguaje se desvincula de los hechos. Frases como “producto sostenible” o “respetuoso con el clima” son repetidas hasta el cansancio, pero sin respaldo tangible. Lo que queda es un discurso vacío, una «gramática del engaño», en la que las palabras pierden todo su peso. Los consumidores, bombardeados con estos mensajes ambiguos, no tienen las herramientas necesarias para evaluar críticamente si lo que las empresas prometen en sus eslóganes verdes realmente se traduce en acciones concretas.

Este fenómeno no es solo lingüístico, es profundamente político. A través de lo que los expertos llaman “opacidad referencial”, las empresas presentan afirmaciones vagas, intencionalmente carentes de datos concretos o verificables. Se crea una distancia semántica entre el lenguaje utilizado y las acciones reales, una especie de cortina de humo que impide que la ciudadanía pueda comprender con claridad el impacto real de sus decisiones de consumo.

La gravedad del greenwashing no se limita al engaño puntual. Va más allá, afectando la capacidad de la ciudadanía para interpretar críticamente la realidad que la rodea. En la medida en que las empresas sigan utilizando estos mecanismos lingüísticos para desviar la atención de sus prácticas destructivas, la posibilidad de una transición ecológica genuina se ve gravemente comprometida. Porque el cambio no está en las palabras, sino en las acciones, y si esas palabras no tienen correlato en la realidad, nos encontramos en un callejón sin salida.

Pero el problema no es exclusivo del sector empresarial. Los medios de comunicación, al repetir sin cuestionar las narrativas corporativas, y los gobiernos, que a menudo caen en la trampa semántica de estas declaraciones vacías, también son cómplices. La difusión masiva de estos eslóganes ambientales refuerza la idea de que el cambio está ocurriendo, mientras las emisiones globales continúan aumentando y las catástrofes climáticas se intensifican. En lugar de desafiar el poder que se esconde detrás de esas palabras, los gobiernos y medios reproducen una ilusión de progreso.

Las recientes directivas de la Unión Europea, como la Directiva (UE) 2024/825, han intentado contrarrestar este fenómeno estableciendo criterios más estrictos para las afirmaciones ambientales. Estas normas buscan prohibir términos vagos como «producto verde» o «respetuoso con el clima» a menos que se acompañen de datos verificables y precisos. Sin embargo, la trampa semántica sigue latente. Incluso estas regulaciones, si no se aplican con rigor y no se acompañan de una transformación estructural, podrían ser cooptadas por las grandes corporaciones para seguir lavando sus imágenes sin modificar realmente sus prácticas.

El greenwashing es el reflejo de una lucha más profunda por el control de los marcos interpretativos. Las empresas privadas luchan por controlar no solo el mercado, sino también la manera en que pensamos sobre el cambio climático y nuestras respuestas a él. Como ciudadanos, debemos ser conscientes de cómo el lenguaje está siendo instrumentalizado para manipular nuestras percepciones. Necesitamos una transparencia lingüística que permita una verdadera rendición de cuentas.

En esta batalla por la sostenibilidad, las palabras importan tanto como los hechos. Entender cómo el lenguaje de poder opera en la esfera pública es esencial para desmantelar las ilusiones y exigir cambios reales. El futuro de nuestro planeta no puede depender de un lenguaje hueco que disfraza la inacción. Solo cuando las palabras se alineen con las acciones podremos hablar de una verdadera transición ecológica. Porque, al final, el lenguaje no solo describe el mundo. Lo crea.

Por Mauricio Jaime Goio.