Ya me cansé de quienes ponen en la misma balanza a Evo Morales o Arce Catacora y a Jeanine Añez, y acusan a esta última de todos los males. Revelan no solamente desconocimiento de los hechos, sino mala leche. Son tamborileros del desfile de mentiras del oriundo de Orinoca y del des-gobierno de Arce Catacora, que achaca su mal manejo del Estado a los dificultosos 11 meses de gobierno de la presidenta Añez.
Qué fácil es ensañarse con una persona encarcelada, sin posibilidades de defenderse no solamente de la batería de juicios grotescos que le han puesto encima, sino de la denigración y difamación de quienes equiparan los casi 20 años de corrupción generalizada del masismo, con tres o cuatro casos lamentables que se dieron durante la escarpada experiencia de gobierno de transición que le tocó a Jeanine Añez. Y digo bien “le tocó”, porque es lo que corresponde: fueron a buscarla a su casa en Beni para que ocupe la presidencia de la República en respeto del orden de sucesión constitucional. Ella no hizo nada para “merecer” ese honor y esa cruz que hasta ahora carga, y menos aún un “golpe” que se le achaca sin otra base que el odio delirante del cacique del Chapare.
Tal como ha denunciado el exministro de Justicia y Transparencia, Iván Lima, todo el circo que mantiene cruelmente encarcelada con un juicio penal a Jeanine Añez no es sino “un capricho” de Evo Morales, ahora perseguido por pedófilo (pero aún no por un centenar de otros motivos graves por los que deberían procesarlo y encarcelarlo).
Si se tiene un mínimo de honestidad (y si se sabe leer), se puede comprobar fácilmente la secuencia de los hechos vividos en 2019, plenamente documentados en el libro Relato de un pueblo (2022) publicado por la Asamblea de Derechos Humanos de La Paz, con un prólogo que me honra haber escrito. Ahí está todo. Lean, flojos.
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La secuencia es cristalina: ante la renuncia en cascada de Evo Morales, de García Linera y de las cabezas del Senado y de Diputados, le correspondía por precedencia a la segunda vicepresidenta del Senado ocupar la presidencia de la Asamblea Legislativa Plurinacional y luego la presidencia del Estado. Los desmemoriados de mala fe prefieren olvidar que esa sucesión fue avalada por todos los partidos políticos (inclusive el MAS), y por el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) que todavía era una instancia legítima. ¿Pero para qué estoy repitiendo todo esto si todos ya lo saben?
Lo hago porque, aunque es un disparate, el MAS (en sus dos perversas versiones) insiste en que la expresidenta constitucional, que gobernó 11 meses con el propósito principal de convocar a elecciones generales (y lo hizo con el aval de la Asamblea Legislativa Plurinacional presidida por Eva Copa, del MAS), es culpable de todo… mientras otros andan sueltos, tranquilos, y ni siquiera se los cita como testigos en los juicios de un “golpe” que nunca existió.
Quien debería estar preso y procesado por fraude electoral ampliamente demostrado es Evo Morales. Su fraude fue tan grotesco como el de Nicolás Maduro, apoyado también por un tribunal electoral sometido al poder Ejecutivo. Tan evidente fue, que poco antes de huir del país el mismo Evo Morales “destituyó” por decreto a todo el Tribunal Supremo Electoral, como para lavarse las manos y desmarcarse del fraude, que además fue confirmado por las dos empresas de cómputo contratadas por el propio TSE para garantizar la transparencia del proceso: Neotec y Ethical Hacking.
El extenso informe de la OEA y los peritajes de universidades bolivianas y del ingeniero Villegas no hicieron sino confirmar, mediante el análisis de grupos de actas distintas, las irregularidades del proceso electoral. Eso lo saben todos los bolivianos, pero algunos no lo admiten porque son cómplices y se hacen los ciegos por oportunismo.
Se acusa a Jeanine Añez de dos casos de corrupción durante su gobierno, pero esos casos tienen nombre y apellido, y ella no es responsable directa. El pillo Murillo le fue sugerido como ministro de Gobierno por un millonario con veleidades políticas que anda tan campante mientras la expresidenta está presa. Murillo está pagando su condena en Estados Unidos (por un sobreprecio de $US 2,3 millones en compras para la Policía Nacional), pero merecería un castigo mayor por el daño moral que le hizo a la imagen del gobierno de la presidenta Añez.
Luego está el “caso respiradores”, comprados por el ministerio de Salud, donde la acusada, la doctora Eidy Roca (ahora apartada del proceso) es una víctima de la persecución, a punto de perder la vida como antes sucedió con el ingeniero José María Bakovic y con Marco Aramayo, ambos torturados sicológicamente y físicamente hasta su muerte. El monto del supuesto negociado de los respiradores es una bicoca en comparación con cualquiera de los desfalcos del MAS: Fondo Indígena, Gabriela Zapata, Catler Uniservice, Banco Unión, YPFB, barcazas chinas, satélite Tupaj Katari, Neurona Consulting, Quiborax, museo de Orinoca, Jindal, sede de Unasur, y una larguísima lista de un centenar de hechos de corrupción. Además, el responsable de la compra de los respiradores (en momentos en que proliferaba en el mundo la especulación de precios de insumos por la emergencia de la pandemia) fue un masista encargado de adquisiciones en el ministerio de Salud. Otra vez, justos pagan por pecadores en la pantomima de la “justicia” masista.
En el plano político están las acusaciones por las muertes de Senkata y Sacaba, de las que el responsable directo es Evo Morales pues desde México hizo llamadas telefónicas a dirigentes del MAS de El Alto y del Chapare, para que cercaran las ciudades y causaran conmoción. Lo hicieron, fieles a las órdenes recibidas del “jefazo”, lanzando a las calles a grupos belicosos que se enfrentaron a las fuerzas del orden con el grito: “ahora sí guerra civil”. Se desplazaron desde el trópico hasta Sacaba con el propósito de avasallar la ciudad de Cochabamba. ¿Qué habrían hecho si lograban ingresar por la fuerza a la capital del valle? No quiero ni imaginar lo que hubiera sucedido si no intervenían las fuerzas encargadas constitucionalmente de mantener el orden, como en cualquier país con leyes que protegen a los ciudadanos.
Y el caso de Senkata es aún más escalofriante: los agresores (que no eran vecinos del lugar) derrumbaron en tres lugares (hay fotos y videos) el muro perimetral de protección de la planta de almacenamiento de combustible. ¿Qué hubiera sucedido si ingresaban y no eran repelidos por los soldados que custodiaban el lugar? ¿Qué pasaba si lograban incendiar los depósitos? ¿Cuánta gente de El Alto hubiera fallecido? En cualquier país del mundo civilizado, sin excepción, las fuerzas del orden protegen los bienes del Estado. Repito: sin excepción. Esa defensa era justificada y legítima desde todo punto de vista. Los que llaman a eso “genocidio” ni siquiera han abierto un diccionario para ver la definición del término.
Lo sucedido en Senkata y Sacaba fue dramático por el saldo de una docena de muertos, y nadie hubiese querido que ocurra, pero Evo Morales quería que sucediera, esa era su estrategia de provocación, y sin embargo ni siquiera ha sido citado como testigo de los juicios donde supuestamente es la “víctima”, cuando en realidad es el instigador y el verdugo. El absurdo es tan grande, que pasará a la historia como caso de estudio sobre la corrupción del sistema judicial y su sometimiento al poder político.
Parece que algunos bolivianos de mala leche (tanto masistas como otros) olvidan el contexto que se vivió durante los 11 meses de gobierno interino. Les voy a refrescar la memoria, con mucha indignación por su indolencia y por su “desmemoria”: las elecciones generales estaban fijadas para el mes de mayo, el plazo mínimo necesario para organizar un proceso electoral nacional. Sin embargo, a fines de enero se declaró en el mundo una pandemia como la humanidad no había vivido antes. Ni la gripe española de 1918 (que se inició en Estados Unidos y fue la más mortífera), había llegado a América Latina. En cambio, el COVID 19 no dejó libre de contagio a ningún rincón del planeta, fue la primera pandemia realmente mundial. No se sabía qué era exactamente, ni cómo enfrentarla. Fueron meses de incertidumbre, miedo, caos e improvisación en todo el mundo. Bolivia no fue una excepción: el 10 de marzo se detectaron los primeros casos y el país cerró sus puertas a fines del mismo mes, como otros países de la región y del mundo. ¿Ya hemos olvidado ese drama global? ¿O los terraplanistas del MAS siguen creyendo que fue una conspiración del imperio?
En esas condiciones precarias tuvo que gobernar Jeanine Añez, atacada por todos los frentes, con una insensibilidad de sus agresores que debería darnos vergüenza colectiva. Incluso dentro del círculo más cercano a la presidencia fue víctima de maquinaciones y pésimos consejeros. El colmo de colmos es ahora algún trasnochado diputado de Creemos, aprendiz de dictador, que le reprocha por no haber hecho “desaparecer” al MAS durante su gobierno, seguramente con una varita mágica.
Ahora bien, ¿cometió errores la presidenta Añez? Por supuesto que sí, pero ninguno de los errores la hace merecedora de la cárcel por más de tres años, desde el 12 de marzo de 2021. A mi entender, cometió dos errores principales, y ambos tienen el mismo responsable político que la “aconsejaba”. Por una parte, el nombramiento como ministro de Gobierno del pillo Murillo, prohijado por Samuel Doria Medina, y por otra, la pretensión de ser candidata a las elecciones generales de 2020 (aunque desistió a tiempo) cargando como candidato a la vicepresidencia adivinen a quién… A su consejero político, el jefe del partido Unidad Democrática, a quien nadie le pide cuentas e incluso anda explorando las posibilidades de ser otra vez candidato. Hasta ahora no entiende que le falta carisma y claridad política, y que ninguna de las dos se compra con millones de dólares ni con toneladas de arrogancia. Mejor que siga bailando para aparecer en TikTok, al menos eso era ridículo, pero no hacía daño a nadie.
Las cosas claras y el chocolate espeso: la iniquidad que se ha cometido con la expresidenta constitucional Jeanine Añez es monstruosa y aberrante, no sé cómo calificarla con palabras más duras. Quisiera que algún día paguen no solamente quienes la mantienen en la cárcel bajo acusaciones inadmisibles, sino también quienes la aconsejaron mal, quienes le dieron la espalda después y quienes opinan sobre ella con el peso de sus lenguas viperinas y pérfidas.
AlfonsoGumucio es escritor y cineasta