La estrategia del engaño

 

En Bolivia, el Gobierno ha tejido una red de contradicciones que no puede pasar desapercibida. Uno de los ejemplos más palpables es la manera en que aparenta combatir los bloqueos en las carreteras, mientras en la sombra los permite y los promueve, utilizando esta táctica para manipular la opinión pública y establecer chivos expiatorios para la crisis económica y la escasez de combustible. El patrón es claro: el gobierno necesita culpables para justificar su inacción, y la realidad es que se trata de una estrategia deliberada.



Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 2021 y 2023 se registraron más de 300 conflictos sociales vinculados a bloqueos, muchos de ellos instigados por sectores afines al Movimiento al Socialismo (MAS). Esto no es coincidencia, sino parte de una táctica política bien calculada. La narrativa gubernamental intenta hacernos creer que los bloqueos son una manifestación espontánea de la frustración social, pero basta con observar la diferencia en la respuesta del Estado frente a distintos actores para comprender la farsa. Cuando son sectores genuinamente afectados quienes alzan su voz en protesta, la respuesta gubernamental es rápida y brutal: persecuciones, detenciones arbitrarias, y una maquinaria opresora que se activa sin contemplaciones. Sin embargo, cuando los bloqueos provienen de sectores afines a Evo Morales, la respuesta es otra. En lugar de una actuación contundente, Evo morales es tratado con una condescendencia alarmante. A pesar de sus declaraciones incendiarias y amenazas de convulsión social, el gobierno de Arce opta por el diálogo cordial y permite que Morales continúe actuando impune, mientras se mantiene a salvo bajo el amparo de quienes se supone deberían sancionarlo.

Este patrón de conducta no es casual. El gobierno de Luis Arce Catacora y la figura de Evo Morales son dos caras de la misma moneda. Ambos comparten una visión autoritaria, antidemocrática y una disposición a manipular la realidad para mantener el poder. Mientras uno se presenta como el líder legítimo del pueblo, el otro lo ampara, simulando una oposición que no existe. Morales no es una amenaza para Arce, sino un aliado estratégico en este juego perverso de ficciones políticas. Juntos han creado una falsa narrativa en la que Morales aparece como el único opositor capaz de desafiar al gobierno, una jugada destinada a desplazar a los verdaderos opositores y a consolidar un poder que ambos comparten.

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El concepto de “crisis fabricada” se ajusta perfectamente a esta situación. Como lo define el politólogo y sociólogo David Harvey en su teoría de la acumulación por desposesión, los gobiernos autoritarios suelen generar crisis controladas para desviar la atención pública y consolidar su poder. En este caso, el gobierno ha permitido que los bloqueos sean una constante, una herramienta útil para justificar el deterioro económico del país y evitar la rendición de cuentas por una gestión deficiente. La realidad es que los bloqueos no son espontáneos; son tolerados cuando benefician al gobierno, como se ha visto en el trato especial que recibe Evo Morales y su círculo. Este doble estándar es parte de una estrategia más amplia: la de crear un “enemigo funcional”. Al presentar a Morales como una amenaza, el gobierno de Arce consigue desviar la atención de los verdaderos problemas estructurales que enfrenta Bolivia, como el mal manejo económico, la corrupción en las empresas estatales y la falta de inversión extranjera. El sociólogo Pierre Bourdieu nos habla del concepto de “violencia simbólica”, que se refiere al poder que las élites tienen para imponer su narrativa en la sociedad y hacerla parecer natural. En este caso, el gobierno ha logrado imponer la ficción de que Morales es el único opositor que realmente puede desafiar al régimen, ocultando así el autoritarismo y la falta de democracia que ambos, tanto Morales como Arce, representan. Este “enemigo útil” también les permite distraer a la opinión pública y a los medios de comunicación. Al hacer de Morales una figura que polariza, el gobierno mantiene al país en una constante tensión, dividiendo a los bolivianos entre quienes lo apoyan y quienes lo rechazan, mientras la gestión gubernamental pasa a un segundo plano. Esta táctica es ampliamente utilizada en regímenes que buscan perpetuarse en el poder a través de la división social y la manipulación mediática.

Mientras Bolivia sufre, estos dos personajes se aferran al poder a través de la mentira, la manipulación y la represión selectiva. Las tensiones sociales no son espontáneas, sino parte de una estrategia bien calculada, donde el sufrimiento del pueblo se convierte en una herramienta más para justificar el autoritarismo y el control. Si algo queda claro, es que tanto Luis Arce como Evo Morales no están interesados en el futuro de Bolivia, sino en mantenerse en el poder a cualquier costo. La verdadera oposición no es Morales, sino todos aquellos bolivianos que claman por una democracia real, una justicia imparcial y un gobierno que trabaje por el bienestar de todos, y no por los intereses de unos pocos.