La moralidad humana está muy lejos de ser objetiva

Diario filosófico: El ser humano como sujeto moral. Clases de Bioética por Diego García Capilla

Ronald Palacios Castrillo

En esta nota voy a argumentar por qué la moralidad humana está muy lejos de la objetividad y por qué esta idea molesta a la gente. Todos nosotros, incluso los psicólogos que estudian la moral y que abogan por el relativismo moral, tendemos a sentir que las respuestas a la moralidad están grabadas en piedra.



¿Tienen los filósofos que estudian la moral las respuestas?

La posible existencia de una moralidad objetiva (de respuestas verdaderas a las preguntas sobre lo correcto y lo incorrecto) resulta atractiva para todo el mundo, pero algunas personas han hecho de la búsqueda de verdades morales su trabajo a tiempo completo.

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Los filósofos que estudian esto utilizan la lógica y la razón para intentar averiguar qué hace que algo sea moralmente bueno. Desafortunadamente, los intentos de definir la bondad moral a partir de un conjunto de reglas suelen acabar mal.

Consideremos a Immanuel Kant, uno de los filósofos más famosos del mundo. Argumentó que solo se debería considerar un acto moralmente bueno si se quisiera que alguien lo hiciera, en cualquier situación (llamó a esta idea el «imperativo categórico»). Cuando aplicamos la regla de Kant, podemos decir que mentir es objetivamente moralmente incorrecto porque hay muchos casos en los que no querríamos que alguien mintiera, como mentirle a tu cónyuge sobre una infidelidad o que un médico informe mal a un paciente sobre un diagnóstico.

Está bien, pero pensar en mentir como algo objetivamente incorrecto conlleva algunas malas consecuencias. Si tu pareja te pregunta si te gusta su nuevo corte de pelo, y crees que parece un animal atropellado, tienes que decirle «tu corte de pelo parece un animal atropellado». Quedará devastado, pero es duro: solo estás siendo súper ético.

Pero, ¿es realmente ético ser cruel con un amigo cuando una mentira piadosa habría salvado sus sentimientos? Kant redobló la apuesta: pensaba que era poco ético mentirle a alguien incluso si esa mentira podía salvar la vida de una familia inocente. Si, durante la Segunda Guerra Mundial, la Gestapo llegó a tu puerta y te preguntó si podrías haber visto a alguna familia judía escondida, y sabías que había una familia judía escondida en un granero cercano, la ética de Kant requiere que ofrezcas voluntariamente esa información, porque la verdad es (siempre) la mejor política (objetivamente).

Cualquier regla ética que haga que las mentiras piadosas sean más inmorales que ser cómplice de un genocidio parece extraña, y muchas personas difieren con razón de las afirmaciones de Kant porque entran en conflicto con nuestras intuiciones morales. Simplemente sentimos que mentir no es tan malo como causar que una familia inocente sea asesinada, y priorizamos esos sentimientos sobre cualquier regla objetiva. Esto parece demostrar que en la práctica, las personas son relativistas morales: nuestros juicios morales se basan menos en reglas de principios y más en sentimientos viscerales.

Estos sentimientos viscerales son volubles y están influenciados por cosas que todos, especialmente los filósofos, considerarían irrelevantes para la moralidad. Por ejemplo, un estudio clásico analizó 506 casos judiciales y descubrió que cuanto más caras de bebé tenían los demandantes (tenían caras redondas con ojos grandes, un mentón estrecho y una nariz pequeña), más probabilidades había de que los jueces fallaran a su favor. Objetivamente hablando, el hecho de que alguien tenga una cara bonita no debería influir en una decisión judicial, pero incluso los jueces, que luchan por la verdad moral, no pudieron resistir la tendencia humana evolucionada de pensar «aww» cuando se enfrentan a una cara de bebé.

El hecho de que no podamos depositar nuestra confianza en los absolutos éticos de los filósofos es un argumento en contra de la moralidad objetiva, al menos desde la filosofía. Pero los filósofos tienen un problema: son sólo seres humanos. Durante milenios, la gente ha depositado su fe en otra fuente última de moralidad: la religiòn. Pero ¿es realmente tan objetiva la moral religiosa?

¿Moralidad de la religión?

Muchas tradiciones religiosas creen que la moralidad objetiva proviene de un Dios omnisciente, todopoderoso y amoroso. Por ejemplo, el cristianismo enseña que los diez mandamientos fueron revelados a Moisés por Dios en el Monte Sinaí, dándonos reglas como “no matarás” y “no robarás”. No se puede negar que estas reglas, así como las alegorías de la Biblia y otros textos religiosos, brindan cierta orientación ética a miles de millones de personas en todo el mundo. Pero a pesar de lo claras que puedan parecer estas reglas, la moralidad religiosa, al menos en la práctica, está lejos de ser objetiva.

Un problema es que los textos religiosos requieren una interpretación humana, que es inherentemente subjetiva. Las personas deben hacer inferencias sobre el significado de reglas ambiguas (¿“No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje” (Efesios 5:18-29) prohíbe beber por completo, o solo beber vino?) y determinar cómo se aplican las reglas antiguas a las preguntas modernas (¿cómo se aplican los Salmos al comportamiento en las redes sociales?

La subjetividad también se infiltra cuando las personas eligen cuál de las lecciones de Dios podría ser la más apropiada para una situación. Si alguien te intimida a ti o a tus amigos, ¿deberías poner la otra mejilla (Mateo 5:39) y evitar las represalias (Romanos 12:17-19), o deberías buscar enfrentar la injusticia en nombre de todos los necesitados (Proverbios 31:8-9)?

Incluso si Dios realmente tiene respuestas a estas espinosas preguntas morales, Su mente es en última instancia incognoscible, lo que les da a las personas otra oportunidad de inyectar sus propios sentimientos subjetivos en preguntas de moralidad objetiva.

Esto explica por qué, incluso dentro de las congregaciones, hay un acalorado desacuerdo sobre si la religión permite el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y conductas relacionadas. También explica por qué, cuando la gente piensa en la mente divina, tiende a ver a Dios simplemente a su propia imagen, asumiendo que Sus juicios morales coinciden exactamente con los suyos.

Un estudio realizado por Nick Epley y sus colegas demostró este «egocentrismo» moral (anclaje en uno mismo) al preguntar a las personas religiosas sus opiniones sobre varias cuestiones éticas, incluido el matrimonio entre personas del mismo sexo, la pena de muerte y la marihuana. A continuación, estos investigadores pidieron a los participantes que adivinaran cómo se siente Dios sobre esas cuestiones. Descubrieron que las percepciones de la gente sobre la moral de Dios dependían de sus propias creencias personales. Los cristianos que eran firmemente anti-marihuana estaban convencidos de que Dios también lo estaba, pero los cristianos que estaban de acuerdo con drogarse eran más propensos a pensar que Dios apoya la legalización de la marihuana.

Por supuesto, una explicación de estos resultados podría ser que los participantes realmente estaban en contacto con la moral de Dios y la usaban como guía para sus propias creencias.

Para descartar esta posibilidad, los investigadores realizaron un segundo experimento en el que expusieron a las personas a argumentos persuasivos a favor o en contra de otra cuestión moral: la acción afirmativa(en EEUU es affirmative action= dar oportunidad a todos independientemente de la etnia).

Descubrieron que las personas que leían argumentos a favor de la acción afirmativa se volvían más favorables a la política, pero también decían que Dios también lo hacía en otras palabras, las personas basaban sus percepciones de la moral “objetiva” de Dios en sus propias intuiciones, que eran lo suficientemente endebles como para ser influenciadas por un simple argumento.

También se puede ver evidencia del relativismo moral en el cambio de posturas religiosas oficiales a lo largo del tiempo. Por ejemplo, hasta mediados de la década de 1970, muchos estadounidenses evangélicos blancos no se oponían al aborto.

En 1968, el destacado teólogo evangélico Bruce Waltke defendió la ética del aborto en Christianity Today: “Dios no considera al feto como un alma, sin importar cuánto haya avanzado la gestación.

La Ley claramente exige: ‘Si un hombre mata a cualquier vida humana, será condenado a muerte’ (Levítico 24:17). Pero según Éxodo 21:22-24, la destrucción del feto no es una ofensa capital… Claramente, entonces, en contraste con la madre, el feto no es considerado como un alma”.

Como informa el profesor de religión de Dartmouth Randall Balmer en el pasquìn Politico, las actitudes firmes contra el aborto entre los evangélicos solo surgieron a fines de los años 70, cuando un grito de guerra político de los líderes religiosos de derecha movilizó a los conservadores evangélicos a las urnas.

Nuestro objetivo aquí no es criticar los fundamentos religiosos de la moral, sino solo mostrar que, sin importar de dónde obtengas tu moral (la fe o los principios seculares), tus valores son menos objetivos de lo que podrías creer.

Esta puede ser una constatación aterradora, porque la alternativa (el relativismo moral) parece proporcionar una pendiente resbaladiza.

Si la moral es un producto de los sentimientos humanos y no la ley eterna de Dios, entonces (la gente se pregunta) ¿qué nos impide cometer abusos, adulterio o incluso genocidio? Parece haber algo profundamente sospechoso en el relativismo moral y en quienes lo respaldan.

La desconfianza y la redención de los relativistas morales.

Mucha gente cree que sin una autoridad moral objetiva que guíe nuestro comportamiento, no podemos ser morales en absoluto.

Según una encuesta de Pew de 2014, el 53% de los estadounidenses está de acuerdo en que es «necesario creer en Dios para ser moral».

Esto explica por qué, según una encuesta de 2020, el 40% de los estadounidenses no votaría por un candidato presidencial que sea abiertamente ateo, incluso si estuviera de acuerdo con su política.

La perspectiva del relativismo moral parece destruir los fundamentos mismos del bien y el mal, una idea capturada muy bien en la famosa frase de Dostoievski: «Si Dios no existe, entonces todo está permitido».

El psicólogo Will Gervais ha pasado gran parte de su carrera demostrando que la gente está intuitivamente de acuerdo con esto y, en consecuencia, desconfía de los relativistas morales, especialmente de los ateos, que rechazan la ley moral de Dios.

En un experimento, Gervais y sus colegas presentaron a los participantes la descripción de una persona extremadamente malvada: “un hombre que torturaba animales cuando era niño y luego, de adulto, exhibía una violencia creciente que culminó con el asesinato y la mutilación de cinco personas sin hogar”.

Gervais preguntó a los participantes qué probabilidad había de que esa persona fuera atea o religiosa.  La gente en general creía que el asesino en serie era un probable ateo.

Este prejuicio estaba tan arraigado que incluso estaba presente (aunque en menor medida) en países más seculares como Nueva Zelanda y los Países Bajos.

¿Es justa la desconfianza hacia los relativistas morales? Si es así, entonces deberíamos estar muy preocupados, porque los países de todo el mundo se están volviendo cada vez más seculares. ¿Deberíamos prepararnos para un aumento global de asesinos en serie?

Afortunadamente, reconocer la subjetividad de la moralidad no nos hace malvados. Nuestras intuiciones morales, aunque dependientes del contexto y subjetivas, están profundamente arraigadas en nuestras mentes y suelen servir como poderosos controles para nuestros impulsos más antisociales.

Hay una razón por la que los asesinos en serie evocan tanta fascinación: son extremadamente raros y extremadamente diferentes del ser humano promedio. Para el resto de nosotros, nuestras intuiciones morales (y especialmente el poderoso deseo de ser vistos como buenos por los demás) generalmente mantienen alejados los lados más oscuros de la naturaleza humana.

Andy Vonasch, publicó un artículo llamado «Muerte antes que deshonra» que revela hasta dónde llegará la gente para preservar su reputación de buena persona.

Muchos de sus participantes informaron que preferirían sufrir consecuencias terribles, como la cárcel, la amputación e incluso la muerte, antes que dejar que otros piensen que son culpables de algo terrible, como ser nazis o abusadores de menores( excepto el narcopedòfilo serial del chapare).

Andy también pudo convencer a una parte considerable de los estudiantes universitarios (30%) de que metieran la mano en un balde de gusanos vivos  para evitar que los investigadores enviaran un correo electrónico a toda la escuela diciéndoles a todos que eran racistas.

Incluso si nuestras respuestas a las preguntas sobre lo correcto o lo incorrecto dependen de nuestro contexto y grupo social, al menos a las personas les importa profundamente que ese grupo social las considere morales, y esto nos permite actuar éticamente incluso en ausencia de absolutos morales.

Afortunadamente, una moral basada en intuiciones sociales evolucionadas no nos convierte en asesinos en serie, porque podemos tener algo de paz mental por la noche. También es una suerte porque reconocer la posibilidad del relativismo moral, lejos de hacernos malvados, puede hacernos personas más morales y comprensivas.

Del bien y el mal a la comprensión

Reconocer la subjetividad de nuestra propia moral es un primer paso para comprender a las personas con creencias morales diferentes. Nuestras mentes morales dictan nuestra percepción subjetiva de la moralidad, y también nos obligan a ver esas percepciones subjetivas como objetivas, y a atacar y deshumanizar al «otro lado».

Pero si hubiéramos nacido en un grupo diferente, con creencias o puntos de vista religiosos diferentes, probablemente sentiríamos con la misma fuerza que esas creencias son objetivamente verdaderas.

El poder obvio de nuestros grupos sociales para dar forma a la moralidad es la razón por la que tantos psicólogos morales trabajan para superar las divisiones morales.

Cuando nos enfrentamos cada día a la inconstancia de las intuiciones éticas de las personas, es difícil creer que la moral sea objetiva. Por supuesto, incluso los psicólogos estudiosos de la moral sienten que la verdad de sus convicciones arde en su corazón como una llama eterna, y aún tienen causas éticas por las que se preocupan profundamente.

Reconocer la subjetividad de la moral no requiere que abandonemos nuestras convicciones, sino que nos da cierta humildad sobre su origen.

Cuando nos damos cuenta de que nuestros juicios sobre cuestiones morales a menudo son una cuestión de percepción, nos recuerda que las personas que no están de acuerdo con nosotros en cuestiones morales más importantes pueden seguir siendo personas decentes y razonables.

Todos vemos nuestras posiciones sobre el aborto o la inmigración como hechos evidentes, pero estos sentimientos surgen de una mente que evolucionó principalmente para llevarse bien en tribus, no para descubrir la verdad moral última del universo.

Creer que la moral es relativa no te convierte en un monstruo. En cambio, hace que sea menos probable que creamos que otras personas son monstruosas, y este es un paso crucial hacia la comprensión moral.