Fuente: ideastextuales.com



El 2024 nos asoma a un nuevo horizonte geopolítico. Lo que comenzó como un simple acrónimo económico en 2001 ( Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, los BRICS ), ha cristalizado en una fuerza más tangible. Una coalición con la ambición clara de redefinir las reglas de la política global. Aquel bloque de potencias emergentes que inicialmente aspiraba a la consolidación económica ha mutado, ante nuestros ojos, en un actor geopolítico clave que busca enfrentarse a la hegemonía occidental y sus instituciones.

Esta transformación alcanzó un nuevo clímax con la incorporación de Irán, Egipto, Etiopía, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en enero de 2024. Esta expansión no solo subraya la amplitud y el alcance del bloque, sino que refuerza la idea de un mundo que, lentamente, se está deslizando hacia la multipolaridad. En medio de esta maraña, no solo se juega el tablero económico, sino también la lucha por el control de la gobernanza global. La verdadera pregunta no es si podrán competir con Occidente, sino de qué manera y bajo qué condiciones lograrán desestabilizar el status quo.

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Si retrocedemos y contemplamos su surgimiento con cierta distancia, percibimos que su emergencia no es simplemente un fenómeno económico. Más bien, refleja el debilitamiento de aquellos valores liberales universales que dominaron el escenario mundial tras la Guerra Fría. Ese tiempo en el que la caída del bloque soviético y el triunfo del liberalismo democrático parecían prefigurar el «fin de la historia», ha quedado atrás. La realidad es que el ascenso de estas potencias emergentes plantea una seria crisis a ese modelo único de democracia de mercado que el Occidente creía haber instaurado como definitivo.

Rebelándose en aceptar el orden liberal internacional como una verdad incuestionable, estos países han decidido forjar su propio camino. Mientras los guardianes de Occidente propugnaban la democracia liberal y el libre comercio, los BRICS han demostrado que el desarrollo no es monopolio de un solo modelo. Autocracias, economías híbridas y mercados controlados se mezclan con estrategias de crecimiento inusitadas, mostrando que existen múltiples sendas hacia la prosperidad.

El reto planteado por ellos no es solo económico, sino estructural. Este bloque ha surgido como una respuesta a la frustración acumulada frente a un orden global aún dominado por el Occidente. Instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que nacieron tras la Segunda Guerra Mundial para estabilizar el sistema internacional, son percibidas como mecanismos de control, más que como plataformas neutrales de gobernanza. Y si bien el bloque comparte una visión de un nuevo orden mundial más inclusivo, sus metas geopolíticas no son homogéneas. Aquí es donde afloran las primeras grietas.

China, por ejemplo, se ha erigido en el líder natural del grupo, ampliando su esfera de influencia en Asia, África y América Latina, mientras promueve un modelo alternativo al de la democracia liberal. Por su parte, Rusia ve en los BRICS una herramienta para resistir las sanciones que Occidente le impuso tras su incursión en Ucrania.  Brasil, India y Sudáfrica muestran más cautela, reacios a convertirse en un bloque declaradamente antioccidental. Este tira y afloja refleja las tensiones internas que habitan en el corazón del grupo.

China e India, en particular, están separadas por rivalidades territoriales e históricas. Brasil y Rusia, aunque en polos distintos, también divergen en su proyección internacional. Aun así, la reciente incorporación de potencias energéticas como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos da una nueva relevancia al grupo, consolidando su presencia en un tablero mundial en constante cambio.

La expansión no está exenta de dificultades. Los BRICS, con todas sus ambiciones, enfrentan limitaciones serias. Aunque algunos miembros del bloque han propuesto una moneda común para reducir la dependencia del dólar, la diversidad económica de los países involucrados hace que esto sea improbable a corto plazo. Además, las diferencias en regímenes políticos y prioridades geopolíticas entre los miembros dificultan el establecimiento de una política común coherente.

El desafío más grande, sin embargo, está en la capacidad del bloque para proyectar poder más allá de sus propias fronteras. A pesar de sus economías crecientes, aún no tienen la infraestructura de poder global que Estados Unidos ha construido meticulosamente durante décadas: redes de alianzas militares, capacidad tecnológica y una influencia cultural incuestionable. Intentar reformar el sistema de gobernanza global será una tarea difícil mientras el bloque siga dependiendo, irónicamente, de las mismas instituciones que busca desafiar.

Sobre todas las consideraciones, su ascenso nos lleva a una pregunta crucial: ¿Estamos viendo el fin de la era liberal y el advenimiento de un mundo multipolar, donde diversas potencias regionales, con sistemas políticos y económicos divergentes, compiten por la hegemonía global? La respuesta podría ser afirmativa, pero el futuro está lejos de estar asegurado.

Si algo ha quedado claro es que, aunque los BRICS han demostrado un notable crecimiento económico, su capacidad para coordinar acciones en la esfera internacional sigue siendo limitada. La falta de cohesión interna, unida a sus divergentes intereses geopolíticos, los hace vulnerables ante las mismas dinámicas de poder que intentan cuestionar.

Al final, su éxito dependerá de su capacidad para superar sus diferencias internas y encontrar una agenda común que trascienda sus particularidades nacionales. Si logran hacerlo, el mundo podría estar a las puertas de un nuevo orden global. Pero si fracasan, el sueño de un mundo multipolar podría desvanecerse, dejando el campo libre para que el liberalismo occidental resurja y se reafirme una vez más.