¿Por qué Evo Morales alarga su eterno victimismo mostrándose como el líder al que intentan asesinar? La respuesta es: porque hay Netflix. La explosión de estas gigantescas empresas ha logrado algo inédito: guionizar la marcha de la política con un saldo inesperado, pero real: los guiones sustituyen a las ideologías. Estas conseguían generarnos un largo plazo en el que iríamos a derrotar al imperio instaurando el Socialismo del siglo 21, mientras los guiones nos sumergen en el más descarnado corto plazo. Nos adentran en otro universo: aquel de los “golpes de efecto”. ¿Qué son estos golpes? Las victorias de lo inmediato. El triunfo de lo que está sucediendo en este preciso instante. Nada más.
Evo Morales escapando vertiginosamente en su vagoneta es el actor protagónico de este guion. Es el héroe de esa inmediatez. El guion lo alienta a escapar. No sabemos de quién o de quiénes, pero sabemos que son malos. Malos de verdad: han disparado 18 balas y han achuntado al capó, la ventana lateral izquierda trasera, el escape y a dos venados lastimosamente colados en la escena. Volviendo a la explicación podemos afirmar que no está en juego el hombre de izquierda, la reencarnación de Tupac Katari, el revolucionario global. Está en juego el valeroso sujeto que huye aferrado a su propio revólver. Lo grandioso y largo, ha sido remplazado por lo grandioso y corto. La ideología cae derrotada y asciende el guion como nueva forma de hacer política.
¿Qué rasgos tiene? El intelectual francés Christian Salmón lo describe maravillosamente en su libro Storytelling. La tesis es esta: no es la ficción que se nutre de la realidad, es la realidad que se nutre de la ficción. La tesis de partida es contundente: hay que fabricar historias para formatear la mente de los electores. Este es el tiempo que nos toca jugar. Un tiempo en el que la ficción literaria se ha fusionado con la comunicación política, generando esta realidad que analizo: desde siempre, los acontecimientos ocurridos en la vida diaria se vuelven películas o series de ficción.
Aparecen fantásticos ejemplos de esto como Breaking Bad, Narcos o Infiltrados. Perfecto. El camino de ida ha seguido su curso. En este nuevo tiempo de la política, el caminante retorna de la ficción y vuelve a la realidad construyéndola a partir de esa ficción Es el camino de vuelta. Es la realidad “netflixada”. En ese mundo el relato ideológico ya aburre. Ya no inspira. Está saturado. ¿Qué se cuela en ese espacio? Los fenómenos virales. Precisamente como el ocurrido con Evo en el Chapare, donde la ideología se aparta y la cámara se prende.
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¿Qué es lo descollante en este nuevo escenario? Lo visual. La verdad no es relevante. Lo relevante es la mentira normalizada según los parámetros de una telenovela, el espectáculo en juego. El quid del asunto reside en generar emociones, no en dictar una conferencia bíblica sobre “la verdad”. Como recuerda Salmon, Trump cambió el código usual de la política al lanzar un nuevo paradigma inspirado en la posibilidad de conmocionar al público. Jamás exhibió una estructura discursiva coherente o una lógica narrativa clara. Tan sólo arrebatos de imprevisibilidad. Ya no importaron las secuencias históricas sino los golpes de timón o lo que Salmon denomina la “carnavalización” como el distintivo de la política. ¿Qué supone ese carnaval? La teatralización de los sucesos políticos (Evo escapando con su chofer herido), el entretenimiento por encima de la verdad (a nadie ya le interesó el reporte del periodista Entrambasaguas denunciando el estupro del expresidente), y la irracionalidad de los sentimientos obnubilados por el caos (“ay, pobre Evo”).
También existe la necesidad de acelerar los tiempos. Ya no tenemos 24 días para asimilar los planteamientos políticos. Ya sólo quedan 24 minutos para llamar la atención. El público no espera ni quiere hacerlo. Quiere emociones fuertes ¡ya! ¿Qué nos dice esta tendencia al apresuramiento? La población quiere prender la televisión o la radio y sentir lo mismo que sintió la noche previa viendo su serie. Quiere a la ficción postrada a sus pies.
Ya no podemos pretender contar con políticos que sean creíbles. Debe bastarnos contar con políticos que se conviertan en el centro de atención. Ya ni siquiera debemos aspirar a tener un político transparente, eficiente e inteligente. No. Esos rasgos de “largo plazo” pueden guardarse en algún armario. Hoy sólo cuenta lo que vemos. Puede que a quien veamos sea corrupto, estuprador, narco (creo que Evo clasifica holgadamente) y no importa. Lo que importa es el “valiente que escapa de los malhechores persiguiéndolo para matarlo”. Lo que importa ya no es el debate de ideas sino la generación de emociones. Lo que se importa es zambullir a la gente en esta tormentosa novela puesta en escena. ¿Qué pasará mañana? ¿Aparecerán nuevos pistoleros? ¿Alguna wawa más se añadirá a la lista copular? ¿Los narcos vencerán? ¿Arce seguirá destruyendo a Bolivia? Ya lo sabremos. Suscríbase. Al menos esta nacionalización, la de nuestro Netflix criollo, si parece funcionar…
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.