No fue conquista, fue genocidio

 Ruben Suarez

Antes de 1492, las civilizaciones que habitaban este continente, como los mayas, aztecas e incas, entre muchas otras, habían alcanzado niveles de desarrollo avanzado en lo sociopolítico, cultural y religioso.



Estas civilizaciones tenían estructuras complejas, con sistemas de gobierno organizados, un conocimiento extenso en astronomía, arquitectura y matemáticas, además de creencias religiosas profundas. Sin embargo, la llegada de los colonizadores europeos, principalmente españoles, significó una devastación sin precedentes: asesinatos, violaciones, robos y la explotación brutal de sus riquezas.

Un ejemplo claro de esta explotación es lo sucedido en el Cerro de Potosí, en la actual Bolivia. Este cerro, rico en plata, fue prácticamente desmantelado durante la colonia. Se estima que alrededor de 8 millones de indígenas murieron en las minas
de Potosí durante la extracción de plata, en condiciones infrahumanas. Esta riqueza fue enviada a Europa, consolidando el poder de la monarquía española, mientras en América, los pueblos indígenas fueron diezmados.

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La doble colonización: la espada y la cruz

Los colonizadores no solo venían en busca de riquezas materiales, sino también con el propósito de imponer su religión y cultura. Llegaron con la Biblia en una mano y la espada en la otra, en una clara estrategia de dominación tanto física como espiritual.

El catolicismo fue impuesto a la fuerza, destruyendo los sistemas de creencias indígenas. La evangelización, en muchos casos, fue violenta y no dudó en destruir templos y lugares sagrados de los nativos.

Bartolomé de las Casas, un fraile dominico que llegó a América en 1502, es una de las voces más contundentes en la denuncia de los abusos cometidos contra los pueblos indígenas.

En su obra «Brevísima relación de la destrucción de las Indias» (1552), Las Casas narra con crudeza las atrocidades que vio: torturas, asesinatos y la explotación de millones de personas. Según sus testimonios, los conquistadores actuaban como hordas asesinas, tratando a los indígenas como bestias y no como seres humanos. Para Las Casas, el sufrimiento indígena era un genocidio, un término que hoy día podría aplicarse a la magnitud de la destrucción que sufrieron.

En cuanto a los colonizadores, muchos de los que llegaron a América no eran nobles de alta cuna, sino criminales a quienes se les prometía la libertad y títulos de bajo rango a cambio de que participaran en la «conquista». Esto explica en parte la brutalidad con la que muchos actuaron, pues buscaban no solo riquezas sino también poder social. El título de «don», otorgado a muchos de estos conquistadores, era el más bajo en la nobleza española, pero representaba un estatus superior que muchos de ellos nunca habrían alcanzado en Europa.

La extracción de oro y plata: saqueo de un continente

Durante la colonización, la explotación de los recursos naturales de América fue masiva. Según estimaciones, entre 1500 y 1800, España extrajo cerca de 185,000 toneladas de plata y 20,000 toneladas de oro del continente americano.

Este saqueo sistemático fue crucial para la expansión económica de Europa, pero devastador para América, que no solo perdió sus riquezas materiales, sino que también sufrió la destrucción de sus ecosistemas y la desaparición de millones de sus habitantes. Solo del Cerro de Potosí, se calcula que se extrajeron más de 60,000 toneladas de plata, muchas de las cuales terminaron en manos de la monarquía y la Iglesia católica.

La Iglesia católica no fue solo un actor pasivo en este proceso, sino que se benefició  directamente del saqueo. Gran parte de los tesoros de América fueron enviados a Roma, donde se utilizaron para embellecer el Vaticano y enriquecer a la institución.
Esto demuestra la complicidad entre el poder colonial y la Iglesia en la explotación de los pueblos originarios.

Genocidio y devastación: la caída de la población indígena

Antes de la llegada de los europeos, se estima que la población indígena en América era de aproximadamente 60 a 70 millones de personas. Sin embargo, para el siglo XVII, esta cifra había caído dramáticamente. La introducción de enfermedades como la viruela, el sarampión y la gripe, a las que los indígenas no tenían inmunidad, fue una de las principales causas de la mortandad masiva. Se calcula que entre el 80 y el 90% de la población indígena murió en las primeras décadas tras la llegada de los colonizadores. A esto se suman las masacres, las guerras y la explotación laboral, que acabaron con millones de vidas más.

El caso de México es paradigmático: antes de la conquista, se calcula que había entre 15 y 20 millones de indígenas. Un siglo después, la población indígena se redujo a poco más de un millón. Esta catástrofe demográfica es uno de los genocidios más grandes de la historia humana, aunque a menudo es ocultado o minimizado en los relatos tradicionales de la colonización.

Conclusión: la herencia de la colonización

Hoy en día, los efectos de la colonización siguen siendo visibles. Muchas de las naciones de América Latina continúan adoptando tradiciones, religiones y sistemas políticos impuestos por los colonizadores, lo que demuestra que, en cierto sentido, la colonización no ha terminado. La imposición de la religión católica y de la cultura europea persiste, mientras que las tradiciones y creencias indígenas, aunque no han desaparecido del todo, han sido marginadas y muchas veces estigmatizadas.

La opresión no solo provino de los reinos europeos, sino también de la complicidad de la Iglesia católica, que no solo justificó la explotación, sino que también se benefició enormemente de ella. La historia real de la colonización de América es una
historia de genocidio, opresión y saqueo, una realidad que aún marca profundamente las estructuras sociales, políticas y culturales del continente.

Es importante recordar lo que sucedió y reconocer el impacto de la colonización para entender mejor el presente y buscar formas de reparación y justicia para las comunidades indígenas que, a pesar de todo, han resistido y continúan luchando por
sus derechos

No fue conquista fue genocidio

Lic Ruben Suarez

Director RedContactoSur