Amaneceres, al otro lado del río


 

En un país que está al borde del abismo, en el que, indolentes, asistimos a la “rivalidad fraternal” de dos “hermanos” —desquiciados e insaciables—, disputándose el poder, es difícil escribir sobre temas que estén al margen del conflicto de coyuntura o de los verdaderos problemas de los que ya nadie habla: descalabro económico, empresas públicas ineficientes y deficitarias, fracaso de las políticas de hidrocarburos, falta de aliento a las inversiones privadas, mejoramiento de los servicios sanitarios y la educación fiscal, transformación de la administración de justicia, institucionalización del aparato estatal y un largo etcétera.



En aras del bienestar físico y mental, intentando lograr un cierto equilibrio emocional, es necesario tomar distancia y recargar energías para permitirnos retornar a la realidad, con mayores luces y paz mental. En busca de esa claridad y sosiego, algunos aprovechamos las primeras horas del día de los fines de semana para darnos una escapada en bicicleta y oxigenarnos con la exuberancia de la naturaleza —al otro lado del Piraí—, y ser testigos de las indescriptibles auroras: esa claridad que precede, inmediatamente, a la salida del Sol.

Hay quienes buscan ese “escape” del ajetreo de la vida, en los libros, en las series televisivas, en el cine, en la música, en Pilates, en el yoga, en la ejercitación física, en salir a caminar por las calles vacías, o, quienes somos aficionados al MTB (Mountain Bike) o ciclismo de montaña, que tenemos el privilegio de encontrar esa “toma de distancia” en: rutas agrestes y desafiantes; terrenos abruptos y con obstáculos; caminos de tierra en pleno monte y con amplios desniveles; cruces de arroyos, hilos o pozas de agua; senderos estrechos y tupidos; caminos lentos y arenosos; entornos naturales deslumbrantes y con frondosa vegetación.

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Hay muchas rutas y circuitos al aire libre que uno puede disfrutar en el municipio de Porongo, al otro lado del río. La elección depende del horario de salida, de las dificultades que presentan las propias sendas naturales, la preparación física y las exigencias musculares que se está dispuesto a enfrentar. Desde hace más de una década, junto a mi equipo, Piñatas Bike Club (PBC), salimos a pedalear bañados de un resplandor sonrosado —la luz del alba—, esa que antecede los primeros rayos de la radiante bomba de hidrógeno que, asoma por el horizonte e ilumina, democráticamente, a todas las almas.

Al retorno, cuando ya hemos salido de las rutas campestres, y pedaleo sobre la carretera, siempre me asombran las briznas heroicas de hierba y las caprichosas flores que brotan entre las grietas del cemento. La proeza de sobrevivir es un sordo clamor de la naturaleza gritando para que dejen de avasallarla.

De alguna manera, sin que me lo hubiera propuesto de antemano, me he convertido en un coleccionista de amaneceres. Aunque el registro fotográfico de mi celular no puede captar todo el encantamiento del brillo del sol naciente, en un álbum de mi “feis” —Amaneceres, al otro lado del río—, conservo algunos instantes de esos primeros fulgores matutinos que, como en una señal de esperanza, nos indican que la vida sigue y nos regala un día más.

En estos tiempos convulsos, estamos necesitados de la magia y la poesía del alba. Habrá que aprender a mirar más allá de la cotidianidad, para que se revelen sus secretos.

Alfonso Cortez

Comunicador Social


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