Bolivia, el país de las mafias


Hoy todo es Evo o Lucho. Tenemos a un país hipnotizado por los desmanes de esta histriónica pareja. Las cámaras apuntan a las dos estrellas de esta película barata. Sin embargo, hay un problema que no tomamos en cuenta: la verdadera película se filma tras bastidores. ¿Qué hay, pues, más allá de la grotesca escena de Arce asegurando el triunfo de la “revolución industrial” o del repetitivo parlamento de Morales acusando a Estados Unidos del intento de eliminarlo? Mucho: un país o la senda del país que se viene construyendo. ¿Y cuál ese país? La Bolivia de los ilegales. La Bolivia de las mafias. La lenta construcción del “proceso de cambio” ha legado y lega a la patria esta perversa herencia: las mafias.

¿Exagero? Lo dudo. Donde miremos observamos que el Estado ya no tiene presencia o la tiene cada vez con menor brío. Arce no significa sólo la revolución de la ineptitud agazapada al gobierno, significa algo peor: la consolidación de las mafias. Ese el país que vamos a heredar.



Al ver los incendios en la Chiquitania sabemos que el fuego no ha nacido de cerillas de fósforo encendidas involuntariamente en el Amazonas. Claro que no: son mafias decididas a poseer ese territorio. ¡Más de 10 millones de hectáreas quemadas! Cada hectárea quemada reporta una ganancia de 3.000 dólares y 10 millones de hectáreas quemadas reportan una potencial ganancia de 30 mil millones. O sea, 15 veces lo que ha dado la exportación de gas en 2023. ¿Quiénes están a cargo? No más de 2.000 cocaleros que expanden su dominio.

También está la poderosa “burguesía del oro”. Un actor a toda luz ilegal, con ínfulas de voladura explosiva si osamos detenerlos y con ganas de afincarse en la selva boliviana en busca del metal preciado. ¿Cuánto reportaron? Al menos 3 mil millones de dólares en 2022 junto a un pago irrisorio de impuestos de poco más de 100 millones de dólares. Son dueños del país. Van a destruir los parques naturales y áreas protegidas si al avanzar encuentran una pepita de oro en el camino.

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No queda ahí. Están los grandes contrabandistas. Ya lo vimos en el día a día de este negocio: hay 105 caminos para sortear la frontera boliviana al ingresar de Arica. El Estado boliviano no existe, tan sólo existen quienes aprovechan los caminos expeditos que deja el gobierno de Luis Arce para que estos actores agiganten sus billeteras gracias a la mercadería desalojada de los puertos chilenos. ¿Cuánto generan? El investigador José Blanes se refería al asunto soltando una cifra apabulladora: 4 mil millones de dólares fluyendo en el país gracias a esta internación ilegal de productos.

Están los cocaleros. No hay duda que el narcotráfico es otro actor decisivo. Se da el gusto de arrojar a las carreteras a su hijo pródigo: don Evo Morales. ¿Podemos imaginar que este actor tome el poder nuevamente? Sí, podemos imaginarlo: el narcotráfico recuperaría su “espacio natural”: el poder gubernamental. Evo Morales pactó con ese actor ilegal y hoy ese actor le “exige” retomar el poder. ¿Cuánto genera? No lo sabemos con exactitud, pero la cifra de 8.000 millones que ofrece el mismo Blanes no parece antojadiza. A decir de Carlos Arze del CEDLA, el negocio sólo genera 2.000 millones, pero también es cierto que su ligazón con el gobierno (la estatización del negocio) acentúa los beneficios.

Hay más, como aquellos encargados de vender los dientes de tigre en la China; aquellos asentados en Potosí dedicados a comercializar droga a través de Villazón; aquellos que, jimmy iturrimente, están empeñados en lucrar con ATB. Sin embargo, más que abundar en mayor detalle, es preciso dejar en claro que los dólares fluyen. La economía no cae por efecto de estos ilegales notoriamente empoderados que consiguen mover millones en nuestra economía. Es lo único que tiene Arce. Es lo único que le queda.

Lorgio Orellana, un riguroso investigador, lo decía con contundencia hace algunos años: “los populismos diseminaron el modelo de la “rosca”. No lo cancelaron. Los dirigentes de las organizaciones populares tampoco han dejado de pensarse como potenciales “señores” rodeados de privilegios. Como decía Zavaleta, los siervos siguen soñándose como potenciales señores. Así, entre los oligarcas del pasado y los populistas del presente, la política boliviana se asemeja mucho a un “juego de tronos” feudal, a una trifulca de “roscas” por el control de los privilegios”.

Perfecta descripción. Eso es Bolivia: un país de roscas renovadas e ilegales. En tanto, el auge económico estaba en su apogeo, nadie se atrevía a mencionar estos “deslices”. Hoy es lo que tenemos. Ese es y ha sido el “proceso de cambio”. Ya asentado sólidamente, se parapeta más musculoso que nunca, riendo de que sus más renombrados portavoces, el Evo y el Lucho, viciados de poder, monopolicen el espectáculo mientras ellos lucran anónimamente. Un verdadero país de mafias, cuyos jefes, calladitos, dejan que la bulla la ejerzan sus hijos opas.

Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.


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